Ratner miró a Palmer: ⎯¿Qué piensas? ¿Es importante?
El detective lo pensó un segundo antes de decir: ⎯Creo que sí. Un simple violador no se toma tanto trabajo ni prepara a la víctima de esa forma. El comportamiento suena casi… ritual. Una especie de firma.
Ratner levantó la mirada y clavó sus ojos en Palmer, quien al sentir el peso de la mirada alzó la cabeza.
⎯Odio que siempre tengas la razón ⎯dijo sacudiendo la cabeza.
⎯Aún no sabemos… ⎯trató de protestar, pero su jefe cortó las palabras con un gesto de su mano.
⎯Tú y yo llevamos suficiente tiempo en este miserable trabajo para saber que todo esto suena demasiado ensayado para ser un ataque al azar. El violador la tuvo que seguir desde el hotel, esperar con paciencia infinita una oportunidad apropiada en la playa, incapacitarla y llevársela del lugar sin que ninguno de sus compañeros se diera cuenta. Por supuesto, pudo ser un crimen de oportunidad, pero no le resta importancia al resto del acto.
⎯Si le sirve de algo, me hubiera gustado estar equivocado.
⎯Sí, sí, sí ⎯dijo con un tono de cansancio que no era frecuente escuchar en su voz⎯. Me imagino que pidieron el listado de los huéspedes del hotel para ese fin de semana.
⎯Clarines ⎯dijo Rosas⎯. Tenemos que pasarlo a buscar esta tarde. Primero iremos al hospital a hablar con el doctor London.
⎯Ojalá sean buenas noticias ⎯dijo Ratner⎯. Las necesitamos.
Levantó la mano y señaló en dirección de Palmer.
⎯Y tú, deja de ser tan pesimista y disfruta la vida. No todos pueden ser padres.
Palmer se dio la vuelta. La intensidad de su mirada fue tan profunda que Rosas casi la pudo sentir atravesándolo.
⎯¡Eh! No me mires así ⎯dijo levantando las manos en señal de protesta⎯. Yo no dije nada.
⎯¿Entonces cómo…?
⎯Me encontré a Dana en el supermercado esta mañana ⎯dijo Ratner con una sonrisa cómplice⎯. Me contó del encargo. Parece estar muy feliz.
⎯Sí, lo está. Gracias.
⎯De nada. Ahora, dejemos el sentimentalismo. A trabajar.
⎯Ese es el jefe que recordamos y queremos ⎯dijo Rosas levantándose y saliendo de la oficina. Palmer iba dos pasos detrás. Llegando a la puerta agregó⎯. Por un segundo pensé que lo habían secuestrado los alienígenas y…
El resto del comentario se perdió en el bullicio del pasillo de la estación de policía.
La sonrisa que Ratner aún sostenía desapareció al cerrarse la puerta de la oficina.
Extendió la mano y levantó la foto de Andrea que Palmer había dejado sobre su escritorio. La joven se veía radiante en ella. Sus ojos de un color verde jade brillaban como joyas en una máscara de marfil.
⎯Demonios ⎯pensó con tristeza⎯. ¿Por qué ahora?

CAPÍTULO 6
VERANO DE 1982
El muchacho nunca dijo lo que le pasó con la serpiente.
Su madre le preguntó qué le pasaba. Él respondió que se sentía bien. Ella lo miró como si no entendiera a qué se refería, pero no insistió sobre el tema.
Su padre, como siempre, ni cuenta se dio del cambio.
Él mismo no entendía qué pasó el día de la serpiente. Había despertado con la sensación de pesadez e incertidumbre que caracterizaba su vida desde que tenía uso de memoria. El diario pasó por la vida sin el más mínimo interés en nada, excepto la llegada de la noche para poder irse a dormir y sentir el delicado abrazo de la oscuridad.
Después de dejar caer la roca sobre la extraña criatura en negro y amarillo, fue como si un gigantesco peso hubiera sido levantado de algún punto en todo el centro de su ser. Al golpear la arena y ver desaparecer la cabeza, una corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo. Sintió el corazón acelerarse y los segundos que vinieron después quedaron impresos en su memoria como una película.
Para ser vistos y disfrutados una y otra vez.
Sus pasos esa mañana lo llevaron a una playa que nunca había visitado. La marea estaba bajando y la arena húmeda se hundía con cada pisada. El aire marino era una caricia acuosa en su piel. Fresca y purificante.
Se detuvo al lado de una pequeña roca y su mirada se perdió en la inmensidad del océano que se extendía delante de él. Hubiera vendido su alma por poder atravesarlo y desaparecer con su madre a un lugar donde nadie los conociera.
Lejos de su padre. No importaba donde, con tal de que fuera muy lejos de él.
Sintió que algo tocaba los dedos de su pie. Bajó la mirada sin moverse un centímetro. Un cangrejo de colores rojo y azul rodeaba la roca. Una de sus pequeñas patas lo había rozado sacándolo de su estado de sopor.
Sin pensarlo siquiera dobló las rodillas agachándose. Su mano envolvió con fuerza al cangrejo. Una de sus gruesas pinzas se abrió y se cerró sobre el borde de la piel de su mano. Sintió como si le hubieran clavado un cuchillo y un grito de dolor escapó de sus labios, pero no lo soltó. Estaba acostumbrado al dolor.
Con la otra mano tomó la pata con la pinza y comenzó a torcerla hasta que la sintió ceder. Un crujido resonó en el silencio de la playa, que le recordó una papita partiéndose en decenas de pedazos. La otra pinza se extendió tratando de alcanzarlo, sin éxito.
El punto donde la pinza presionó su piel quedó marcado como una línea irregular de color morado rojizo. El dolor que surgía del mismo era como una insistente pulsación que no cesaba de vibrar.
El muchacho hizo lo que siempre hacía con el dolor. Lo concentró en su mente, como si fuera un manojo de fibras que se agrupan en una firme y resistente soga. Lo enfocó en un solo punto en el exterior. Algunas veces eran botellas o ramas de árboles. Otras veces insectos.
Esta vez lo único que pudo ver fue el cangrejo, con sus patas moviéndose en el aire.
Con lentitud movió la mano y agarró una de las mismas. La giró con total calma, hasta sentirla separarse del cuerpo. La dejó caer y prosiguió con la siguiente.
En menos de dos minutos pudo soltar la presión que ejercía con la mano lastimada y se inclinó para colocar el cangrejo sobre la roca. Lo que quedaba de sus patas trataba de empujarlo sin éxito. Era como ver un pescado fuera del agua.
Hizo un puño con la mano, levantó el brazo por encima de su cabeza y lo dejó caer con fuerza. Sintió un líquido correr bajo sus dedos, entre los pedazos irregulares del fragmentado caparazón. No lo levantó, sino que presionó aún más. Pudo sentir los movimientos extinguirse bajo su piel y una sensación de paz, muy similar a la que había sentido al dejar caer la roca sobre la serpiente, lo invadió.
La sonrisa en sus labios desapareció al escuchar la voz a sus espaldas.
⎯¿Qué estás haciendo?
***
⎯Se los advertí ⎯dijo Baker metiéndose en la boca uno de los bollos de queso blanco.
⎯Sí, lo sé ⎯dijo Rosas con la taza de café en la mano. Le pareció una idea saludable traer una bolsa de café de regalo y varios bollos y roscas de pan para el personal de urgencias. Ya solo quedaba Baker en la cocineta, pero las caras de agradecimiento