Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Fernando Zabala
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789877984576
Скачать книгу
hablar a alguien del poderoso nombre de Jesús de Nazaret, y todo lo que eso significa.

      Amado Jesús, no tengo oro ni plata, pero tengo tu amor en mi corazón. ¡Ayúdame a compartirlo hoy con quienes me rodeen!

      ¡Las cosas que hace Dios!

       “El Señor le dijo a Samuel: ‘¿Cuánto tiempo vas a quedarte llorando por Saúl, si ya lo he rechazado como rey de Israel? Mejor llena de aceite tu cuerno, y ponte en camino. Voy a enviarte a Belén, a la casa de Isaí, pues he escogido como rey a uno de sus hijos’ ” (1 Samuel 16:1, NVI).

      Nuestro texto de hoy nos introduce hacia uno de los pasajes más significativos de la Escritura. Dios ha desechado a Saúl y ordena al profeta Samuel ir a Belén, a casa de Isaí, porque de sus hijos escogerá al próximo rey.

      ¿Cuáles eran las posibilidades de que David resultara ser el elegido? Desde el punto de vista humano, muy pocas. Era el menor de los hermanos, en una cultura que otorgaba mucha importancia al orden de nacimiento de los hijos. Tampoco era el de mayor estatura. Eliab, en cambio, no solo era el mayor, sino además era el de mejor apariencia física. Tanto así que el mismo Samuel, al verlo, pensó: “Sin duda que este es el ungido del Señor” (1 Sam. 16:6, NVI). “Pero el Señor le dijo a Samuel: ‘No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón’ ” (vers. 7, NVI).

      Fue así como uno tras otro desfilaron ante Samuel los hijos de Isaí, pero ninguno resultó ser el elegido de Dios. “Entonces dijo Samuel a Isaí: ‘¿Son estos todos tus hijos?’ Isaí respondió: ‘Queda aún el menor, que apacienta las ovejas’ ”.

      La palabra hebrea haqqaton, usada para indicar que David era “el menor”, también podría sugerir la idea de “insignificante”, de “no importar mucho”. Sin embargo, fue precisamente David, el más joven, el menos impresionante, el que realizaba el trabajo más humilde, a quien Dios escogió para ser el siguiente rey de Israel. ¿No es esto maravilloso? Dios vio en David lo que nadie más vio. Vio los rasgos de carácter que un día lo convertirían en el más grande de los reyes de Israel.

      ¿Por qué es significativo este pasaje de la Escritura? Porque el mismo Dios que vio en David lo que nadie más vio, y lo escogió, también ha visto en ti los mejores atributos de tu carácter; y te ha escogido, no solo para reinar con él, sino además para que lo representes hoy dondequiera que estés.

      ¡Oh, las cosas que hace Dios!

      Gracias, Padre amado, por ver en mí lo que nadie más vio; y por haberme elegido para reinar con Jesús por toda la eternidad.

      ¿Para quién trabajas?

       “Que los hombres nos consideren como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Corintios 4:1, RVR 95).

      ¿Te has preguntado alguna vez de dónde obtuvo Moisés la paciencia necesaria para soportar las rebeldías del pueblo de Israel en su peregrinación por el desierto? La mejor respuesta que conozco la leí en un relato que narra Harold S. Kushner (Overcoming Life s Disappointments, p. 30).

      Cuenta Kushner que un día se propuso visitar a varios miembros de su congregación que estaban hospitalizados. Cuando fue al hospital, solo pudo hablar con uno de ellos, pero lo único que esta persona hizo fue quejarse de sus dolores y culpar a Dios por sus achaques.

      Desanimado por lo que consideraba una tarde perdida (había suspendido una salida familiar para ir al hospital), el rabino caminaba por los predios adyacentes al hospital cuando fue sorprendido por el saludo de un vigilante. El hombre estaba vigilando lo que parecía ser un edificio abandonado. Movido por la curiosidad, el rabino le preguntó por qué estaba vigilando un edificio en esa condición de abandono. El hombre le respondió que su trabajo consistía en asegurarse de que nadie robara las pocas cosas de valor que todavía quedaban. Entonces el vigilante, al ver al rabino vestido de traje y corbata en un domingo por la tarde, también sintió curiosidad.

      –Y usted, ¿para quién trabaja?

      Ya el rabino iba a responder, cuando cayó en cuenta de las implicaciones de la pregunta “¿Para quién trabaja usted?” Entonces, sacó de su billetera una tarjeta de presentación y, mientras la entregaba al vigilante, le dijo: “Amigo, aquí está mi número telefónico. Por favor, llámeme cada lunes en la mañana y pregúnteme: ‘¿Para quién trabaja usted?’ Prometo pagarle cinco dólares por cada llamada”. Según Kushner, este fue el secreto de Moisés: en medio de las pruebas más severas que un dirigente haya podido enfrentar, Moisés nunca olvidó que trabajaba para Dios; por lo tanto, nunca dudó de que la presencia de Dios siempre lo acompañaría.

      Recuerda que trabajas para Dios. ¿Se te ha encomendado una obra especial de testificación en tu familia, en tu vecindario, en tu lugar de trabajo? Recuerda que trabajas para Dios. También recuerda que, sin importar las pruebas que tengas que enfrentar, es a Dios a quien sirves, y que él nunca te abandonará.

      Padre, ayúdame a recordar hoy y siempre que no hay mayor honor en este mundo que ser un servidor del Señor Jesucristo.

      Mis “25 centavos” de esfuerzo

       “Mi Dios suplirá todo lo que les falte, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19, RVC).

      Todos los martes en la mañana el pastor Larry Yeagley les contaba una historia a los niños de la escuela de la iglesia. Uno de esos días, después de concluir el relato, ya se iba cuando se encontró en el pasillo con Cristina, una niña de primer grado, que estaba llorando por haber llegado tarde a la escuela.

      –¡Me perdí la historia! ¡Me perdí la historia! –decía.

      –No llores, Cristina –le dijo cariñosamente el pastor–. Hablaré con la maestra para que me permita contarte la historia solo a ti, mañana temprano.

      A la mañana siguiente, ahí estaba Cristina, esperando. Entonces, con mucho amor, el pastor Yeagley le contó el mismo relato del día anterior. Al final, cuando el pastor se dirigía hacia su auto, la vocecita de la niña lo detuvo.

      –Pastor, ¡espere! ¡Por favor, espere! –gritaba la niña, mientras corría hacia el pastor.

      Cuando lo alcanzó, la niña colocó en manos del pastor una moneda de 25 centavos.

      –Pastor, quiero que guarde esto para usted –le dijo.

      Cuenta el pastor Yeagley que por momentos consideró la posibilidad de no aceptar la moneda. Ese era el dinero de su merienda, y probablemente todo lo que tenía. Pero el regalo era también la expresión de su corazón agradecido. ¿Cómo podría rechazarlo? Al final, lo aceptó, y de inmediato fue a la cafetería para pagar por la merienda de Cristina. “Siempre he conservado aquellos 25 centavos”, escribe Yeagley, “como recuerdo de mi sacrificada y agradecida amiguita” (La dádiva divina del perdón, p. 53).

      Esos centavitos también nos recuerdan que, no importa cuán pequeños e insignificantes puedan parecer nuestros esfuerzos para agradar a nuestro Padre celestial, él los acepta como lo mejor que podemos hacer, y suple lo que falta, tal como lo declara nuestro texto de hoy y la siguiente cita de Elena de White:

      “Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios, cuando se hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta esa disposición y ese esfuerzo como el mejor servicio del hombre, y suple la deficiencia con sus propios méritos divinos” (Mensajes selectos, t. 1, p. 460).

      Gracias, Jesucristo, porque aceptas mis “25 centavos” de esfuerzo para agradarte y obedecerte. Sobre todo, gracias porque suples mis deficiencias con