Teniendo en cuenta:
Que no estamos solos en esta carrera, y que tenemos ante nosotros “tan grande nube de testigos”, los fieles hombres y mujeres que nos precedieron y que vencieron gracias a la sangre del Cordero.
Resolvemos:
1 Que nos despojaremos “de todo peso y del pecado que nos asedia”.
2 Que no miraremos hacia atrás; a menos que sea para recordar la manera en que Dios nos ha guiado hasta aquí.
3 Que correremos la carrera puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.
Gracias, Padre celestial, porque estás, no solo al principio, sino también al final de nuestra carrera. Ayúdanos, en el año que comienza, a despojarnos de todo lo que deshonre tu santo Nombre. Por sobre todo, ayúdanos a mantener nuestros ojos fijos en Jesús. ¡Con él de nuestro lado, nuestra victoria está garantizada!
2 de enero
¡La misma vaca!
“He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz, ¿no la conoceréis?” (Isaías 43:19).
Un antiguo relato, que narra el pastor Robert H. Pierson, dice que hace años una locomotora se desplazaba por las praderas de la llanura central de los Estados Unidos, cuando tuvo que frenar bruscamente. De inmediato el conductor se bajó, resolvió el problema y regresó a su asiento, listo para seguir adelante con el viaje.
–¿Qué pasó? –le preguntó un pasajero al conductor.
–Una vaca estaba sobre los rieles.
En cuestión de segundos la locomotora continuó su pesado viaje. Por momentos todo marchó bien, hasta que nuevamente se oyó el chirrido de los frenos. Saltando rápidamente de su asiento, el conductor inspeccionó la situación y regresó a su puesto.
–¿Ahora qué pasó? –le preguntó el mismo pasajero–. ¿Otra vaca?
–No. ¡La misma vaca!
¿La moraleja? En opinión del pastor Pierson, “la misma vaca en los rieles” ilustra bien nuestra habitual tendencia a resistir el cambio. “En la obra de Dios, alrededor del mundo –escribe el pastor Pierson–, ‘la misma vaca’ está echada sobre los rieles bloqueando las ruedas del progreso” (How to Become a Successful Christian Leader, 1978). En otras palabras, para avanzar como iglesia, hemos de cambiar muchos de los mismos planes, las mismas estrategias, los mismos métodos, si queremos obtener mejores resultados.
Muy oportuna la observación del pastor Pierson. Al comenzar este nuevo año, ¿qué podemos hacer de modo que el mundo sepa del incomparable amor de un Dios que “ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”? (Juan 3:16).
Y en un plano más personal, ¿qué cambios conviene introducir en nuestra vida de modo que no tropecemos vez tras vez “con la misma vaca”? ¿Qué cambios deberíamos introducir, por ejemplo, en nuestra vida familiar, de modo que pasemos más tiempo con nuestros seres queridos? ¿Cómo podríamos realizar nuestro trabajo diario para que sea más eficiente? Sobre todo, ¿qué cambios hemos de introducir en nuestro programa diario para tener más tiempo para la comunión con Dios?
Este es el primer día del resto de nuestra vida. ¿Qué tal si, comenzando hoy, imitamos más de cerca al Dios que hace nuevas todas las cosas?
Padre celestial, tú que “abres caminos en el desierto y ríos en la tierra estéril”, inspira en mí la frescura de nuevas ideas, nuevas resoluciones, nuevos planes, de un modo tan señalado que el resultado sea un reavivamiento y una reforma en mi vida.
3 de enero
El guion
“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
De verdad, ¿quién recuerda los discursos de graduación? Esta pregunta vino a mi mente cuando leí un artículo en el que la autora, Jill Morikone, relataba la experiencia que vivió mientras escuchaba, precisamente, un discurso de graduación del octavo grado (“What’s in Your Dash?”, Adventist Review, 10 de marzo de 2011).
Cuenta Jill que todo comenzó cuando el orador habló de lápidas de cementerio, y de las inscripciones que usualmente la gente graba en ellas. “Esto no es usual”, pensó ella. “Este orador debería hablar de abrigar sueños, de tener aspiraciones, de apuntar bien alto...”
Seguidamente, el orador concentró toda su atención en el guion de la lápida, ese signo de puntuación que separa la fecha de nacimiento y el del fallecimiento de la persona que ha muerto. Fue entonces cuando Jill captó el mensaje del orador: el guion, esa rayita aparentemente insignificante, representa todo cuanto ocurre entre el momento de nuestro nacimiento y el fin de nuestra vida. Lo que el orador quería lograr era que los jovencitos graduandos se preguntaran: “¿Cómo usaré mi tiempo? ¿Viviré de modo que al final se pueda decir que mi vida valió la pena?”
Cuenta Jill que el orador continuó su discurso por largo rato, pero ella no pudo seguir escuchándolo. No podía evitar preguntarse: “¿De qué hablará el guion en mi lápida cuando yo muera? ¿De qué está hablando ahora mismo: de egoísmo o dadivosidad, de rencores o perdón, de vicios o victoria?”
Mientras yo leía el artículo, me sucedió algo similar a lo que ocurrió con Jill mientras ella escuchaba el discurso. Mi mente se desconectó del artículo, y se concentró en mi persona: ¿De qué habla el guion de mi vida? ¿Qué dice en cuanto a la clase de esposo, de padre, de amigo, de cristiano que soy?
Y el guion de tu vida: ¿de qué habla? He aquí una buena noticia para comenzar este nuevo día –y también el nuevo año–: no importa lo que tu vida haya sido hasta este momento, el poder de Dios la puede cambiar. Si al mirar hacia atrás solo ves caídas y fracasos, recuerda que Dios tiene poder para hacer nuevas todas las cosas.
Una nueva página se escribirá hoy en tu vida. ¡Escríbela de modo que glorifique a Dios!
Gracias, Señor Jesús, porque tú puedes hacer nuevas todas las cosas. Cambia, Señor, mi corazón, de modo que hoy y siempre yo viva para glorificar tu santo nombre.
4 de enero
Sin premura ni demora
“Así me ha dicho el Señor: ‘Estaré tranquilo y miraré desde mi morada, como el calor que vibra ante la luz, como una nube de rocío en el calor de la cosecha’ ” (Isaías 18:4, RVA 2015).
Para entender nuestro texto de hoy, es necesario leer los capítulos 18 y 19 del libro de Isaías, donde el profeta anuncia los juicios de Dios sobre Etiopía y Egipto. Al parecer, los etíopes habían enviado embajadores a Judá para enfrentar con éxito al poderoso ejército asirio, pero Dios no aprobaba tal alianza. De hecho, estaba condenada al fracaso. ¿Por qué Judá buscaba el apoyo humano, por poderoso que pareciera, en vez de confiar en el Dios de sus padres?
El dilema de Judá es el mismo que tú y yo confrontamos cuando atravesamos una crisis y nos parece que la ayuda de Dios no llega. Mientras tanto, sentimos que el mundo se nos viene encima y clamamos: “¿Dónde estás, Señor, cuando más te necesito?”
En medio de la crisis, ¿qué mensaje envió Dios a su pueblo por medio de Isaías? “Porque así me ha dicho el Señor: ‘Voy a mantenerme quieto, pero desde mi mansión estaré observando’ ” (Isa. 18:4; RVC, énfasis añadido).
¡Qué interesante! Mientras nerviosamente las naciones formaban alianzas aquí y allá para enfrentar a los asirios, el Señor le dice a su pueblo, por medio del profeta, algo así como: “¡No