Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Fernando Zabala
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789877984576
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palabras, tener a Jesús es poseerlo todo, ¡aunque nos falte todo! Razón tuvo Elena de White cuando escribió que Jesús es “el disipador de nuestras dudas, la prenda de todas nuestras esperanzas [...]. Es la melodía de nuestros himnos, la sombra de una gran roca en el desierto. Es el agua viva para el alma sedienta. Es nuestro refugio en la tempestad. Es nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención” (Reflejemos a Jesús, p. 13).

      ¡Alabado sea Dios! ¿Se puede pedir más?

      Gracias, Padre, porque en Jesús “habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad”. Sobre todo, gracias porque él es mi bendito Salvador.

      Como espada de doble filo

       “Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos” (Hebreos 4:12, NVI).

      La espada de la que habla nuestro texto de hoy es, por supuesto, “la espada del Espíritu [...] la palabra de Dios” (Efe. 6:17). Es la palabra que tiene poder no solo para llevar luz a lo más profundo del corazón humano, sino también para transformarlo, según la voluntad de Dios. Esto es precisamente lo que sucedió en la siguiente historia que nos cuenta H. M. S. Richards (The Promises of God, p. 31).

      Un colportor vendía ejemplares del Nuevo Testamento en Tolón, Francia, a soldados que se embarcaban para luchar en la Guerra de Crimea. Entonces uno de ellos preguntó al colportor qué clase de libros vendía.

      –Es la Palabra de Dios –respondió el colportor.

      –Deme uno –dijo el soldado–. Sus páginas me servirán para encender mi pipa.

      Cuenta Richards que, al oír estas palabras, el colportor se entristeció mucho, pero continuó con su obra de “echar su pan sobre las aguas”, con la confianza de que después de muchos días lo recogería. Un año más tarde, el colportor se encontraba trabajando en el centro de Francia cuando buscó alojamiento en una posada. Ahí supo que los dueños habían perdido un hijo en la Guerra de Crimea. El joven había sido gravemente herido, pero pudo regresar a su hogar, donde murió poco después.

      –Nuestro consuelo es que murió en paz y gozoso –dijo la madre–. Todo gracias a un pequeño libro que, según él nos dijo, llevaba para todas partes.

      –¿Puedo ver ese libro? –preguntó el colportor.

      Era un ejemplar del Nuevo Testamento, con esta inscripción: “Recibido en Tolón [fecha]; despreciado, descuidado, leído, creído. Aquí encontré la salvación”. El lugar y la fecha coincidían. Además, al libro le faltaban las últimas veinte páginas. Se trataba del mismo joven, y del mismo libro. Las páginas que al principio el joven usó para encender su pipa, al final encendieron la luz de la esperanza en su corazón. “La espada del Espíritu” había penetrado hasta lo más profundo de su alma, trayendo paz y salvación.

      He aquí una excelente resolución, ahora que el año es todavía joven.

      RESUELVO: Que no dejaré pasar un día sin que la Palabra de Dios, que “es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos”, penetre hasta lo más profundo de mi vida, y transforme “los pensamientos y las intenciones de mi corazón”.

      Dios, ilumina con la luz de tu Palabra mi ser entero, y haz de mí una nueva criatura, para tu gloria.

      “Recuerda siempre quién eres”

       “¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde?” (Romanos 6:1, NVI).

      Nuestro texto de hoy da a entender que en la iglesia cristiana de Roma algunos estaban tergiversando las palabras del apóstol Pablo cuando expresó que, al abundar el pecado, sobreabundaba la gracia. ¿En qué consistía, básicamente, el argumento de esos críticos?

      Su argumento consistía en que si la gracia de Dios era, en verdad, tan abundante a la hora de perdonar, ¿entonces qué había de malo en seguir pecando, para que su gracia los siguiera perdonando? Dicho en pocas palabras, “hagamos lo malo para que venga lo bueno” (Rom. 3:8, NVI).

      ¿Cómo respondió el apóstol a esta lógica de “persistir en el pecado para que la gracia abunde”? Diciendo, enfáticamente: “¡Claro que no! Nosotros ya hemos muerto respecto al pecado; ¿cómo, pues, podremos seguir viviendo en pecado?” (6:2, DHH).

      ¿Cuál es la implicación para nosotros, los que vivimos en el siglo XXI? John R. Stott responde muy bien esta pregunta cuando escribe que constantemente hemos de recordarnos a nosotros mismos quiénes somos y lo que significa haber entregado nuestra vida al Señor Jesús. “¿No sé acaso quién soy?”, pregunta Stott. “A lo cual he de responder: Sí sé quién soy: una nueva criatura en Cristo, y por la gracia de Dios viviré como lo que soy” (The Message of Romans, p. 187).

      ¡Ahí está! ¿Cómo puedo seguir viviendo en pecado si ya no soy lo que antes era? ¿Cómo puedo seguir con un estilo de vida caracterizado por el vicio, la lujuria y la mentira, después de todo lo que ocurrió en la Cruz del Calvario? ¡De ninguna manera!

      El mismo Stott ilustra bien esta hermosa verdad al recordar un detalle relacionado con la muerte del Duque de Windsor el 28 de mayo de 1972. Cuenta Stott que ese día los medios de comunicación trasmitieron los pasajes más importantes de su vida. En uno de ellos, aparecía él cuando, todavía siendo niño, recordaba las palabras de su padre, George V: “Mi padre era muy estricto. Cuando yo hacía algo malo, él me amonestaba diciendo: ‘Mi querido hijo, siempre debes recordar quién eres’ ” (ibíd.).

      No encuentro mejor manera de comenzar este nuevo día que imaginando a nuestro amante Padre celestial diciéndonos desde su Trono: “Hijo mío, hija mía, recuerda hoy quién eres: un príncipe, una princesa, del Reino celestial”.

      Oh, Padre celestial, ayúdame hoy a vivir como lo que soy: una nueva criatura en Cristo; un príncipe, una princesa, de tu Reino eterno.

      “Y todo Israel con él”

       “Cuando Roboam consolidó el reino, dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él” (2 Crónicas 12:1).

      Terco e insolente. Así es como se ha descrito al rey Roboam. Y parece muy acertada su descripción del hijo de Salomón y Naama, la amonita (1 Rey. 14:21).

      Esos indeseables rasgos de carácter puso de manifiesto Roboam al inicio de su reinado, cuando tuvo la preciosa oportunidad de aliviar las cargas que Salomón su padre había impuesto sobre el pueblo. En esa ocasión, movido por el orgullo y encandilado por el deseo de ejercer su autoridad, prefirió ignorar el consejo de los ancianos para seguir el de los jóvenes príncipes que se habían criado con él. Y fue así que, en lugar de disminuir el yugo que su padre había impuesto sobre el pueblo, Roboam lo aumentó. El resultado fue la división del reino: dos tribus, las de Judá y Benjamín, quedaron bajo su mando, mientras que las otras diez formaron un gobierno separado bajo el mando de Jeroboam.

      Sin embargo, el asunto no terminó ahí, porque Roboam, siguiendo el mal ejemplo de su padre, cometió el grave error de unirse a múltiples esposas (2 Crón. 11:21). Además, se aseguró de que sus hijos, esparcidos por todo el territorio de Judá y Benjamín, hicieran lo mismo (vers. 23). Esta fue una violación directa de la orden del Señor, en el sentido de que un rey no debía tener muchas mujeres, para que su corazón no se desviara (Deut. 17:17).

      ¿Cuál fue el resultado de sus extravíos? Nuestro versículo para hoy lo señala claramente: Roboam “dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él”. Los efectos de su mal ejemplo no solo se sintieron dentro de su esfera familiar, sino también se extendieron por todo su reino: idolatría, sodomía y abominaciones similares a las que practicaban