Por otra parte, si ahora mismo estás padeciendo bajo el peso de tus cargas, recuerda que en el momento oportuno Aquel que pareció demorar cuando Lázaro enfermó gravemente, acudirá en tu ayuda, y al final te dará más de lo que alguna vez pudiste imaginar. Mientras tanto, ¡sigue confiando en Dios! Como bien lo dice el himno: “Nunca desmayes, que en el afán Dios cuidará de ti”.
Padre celestial, ¡cuán reconfortante es saber que tus propósitos no conocen premura ni demora! Ayúdame a creer hoy y siempre que, además de velar mis pisadas, también tus planes se cumplirán oportunamente en mi vida.
5 de enero
En las manos de Dios
“Se acercó Abraham y le dijo: ‘¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás y no perdonarás a aquel lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él?’ ” (Génesis 18:23, 24).
¿Con quién conversaba Abraham cuando intercedió para que Sodoma no fuera destruida? Según la Escritura, ¡conversaba con Dios! Por eso, después de mencionar la posibilidad de que en la impía ciudad hubiera al menos cincuenta justos, Abraham lo llama “el Juez de toda la tierra” (Gén. 18:25). Y porque Abraham sabía que hablaba con el Señor, y además sabía de su gran misericordia, decidió interceder por la impía ciudad. “¿Habría en Sodoma al menos cincuenta justos?” “¿Cuarenta y cinco?” “¿Cuarenta?” Gradualmente fue bajando el número hasta llegar a diez (vers. 32). Y hasta diez llegó, pensando quizá que la misericordia de Dios no podría llegar más lejos.
¿Qué habría sucedido si Abraham no se hubiera detenido en diez? No lo sabemos, pero esto sí sabemos: de acuerdo con el relato, solo había un justo en Sodoma: su sobrino Lot, y Dios, en lugar de destruirlo con los impíos, lo libró. Y no solo lo libró a él, sino también a su esposa, y a sus dos hijas. ¡Así actúa “el Juez de toda la tierra”! ¡Ese es nuestro Señor y Dios; nuestro misericordioso Padre celestial!
Con temor reverente, Abraham se atrevió a interceder por la degradada ciudad, pensando quizá que, con su conducta, estaba ofendiendo a Dios. ¡Cuán equivocado estaba! De su experiencia, el patriarca aprendió de primera mano una preciosa lección que todos hemos de aprender: Dios “no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9, RVA-2015). Si Abraham, estaba interesado en la salvación de los perdidos, ¡más interesado estaba Dios!
¿Estás intercediendo por la salvación de algún ser querido? ¿O por alguien que está viviendo perdidamente? Cualquiera que sea el caso, recuerda que si tu amor por esa persona es grande, ¡mucho más grande es el amor de Dios! Como bien lo señala William G. Johnsson, ¡el mejor antídoto contra la ansiedad consiste en dejar todo en las manos de Dios! “Su cónyuge, su hijo, su amigo, esa persona por quien se preocupa: déjalos en las manos de Dios. Si nosotros nos preocupamos por ellos, ¡cuánto más nuestro Padre celestial!” (Contemplemos su gloria, p. 108).
Padre celestial, dejo en tus manos a los seres que más amo en este mundo; oro para que los cuides, los bendigas, y los salves para la eternidad.
6 de enero
Primero destrucción, luego consagración
“La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz” (Romanos 13:12).
¿Sabes a qué victoria se refiere el Antiguo Testamento cuando habla de “la matanza de Madián” (Isa. 10:26)?
“La matanza de Madián”, también conocida como “El día de Madián” (Isa. 9:4), se refiere a la batalla en la que Gedeón y sus trescientos hombres, armados con cántaros vacíos y teas encendidas (Jue. 7:16), prevalecieron sobre un ejército de 135.000 madianitas, fuertemente armados y con tantos camellos “como la arena que se acumula a la orilla del mar” (7:12). ¡Con razón se la recuerda como una de las páginas más gloriosas en la historia del pueblo de Dios!
Sin embargo, lo que poco se recuerda es la manera en que todo comenzó. Dos detalles significativos destacan. En primer lugar, el Ángel del Señor se le aparece a Gedeón y le encomienda una misión: “Ve con esta tu fuerza y salvarás a Israel de manos de los madianitas. ¿No te envío yo?” (6:14). En segundo lugar, le da una orden: “Derriba el altar de Baal que tiene tu padre; corta también la imagen de Asera que se halla junto a él” (vers. 25).
¿Ves la secuencia? Dios asignó a Gedeón una misión, la de liberar a su pueblo del yugo madianita; pero antes de cumplir con el encargo divino, Gedeón debía primero derribar el altar idolátrico a Baal. En otras palabras, para recibir la bendición de Dios, primero los ídolos debían ser destruidos.
¿No hay aquí una preciosa lección para todos nosotros, especialmente al comienzo de este nuevo año? No importa cuántas buenas resoluciones hayamos tomado para impulsar nuestro crecimiento espiritual, de nada nos servirán mientras estemos acariciando algún pecado, o mientras en nuestra vida haya ídolos que nos impidan hacer una entrega completa del corazón a Dios.
Ahora la segunda lección. Según el mensaje del Ángel, Gedeón no solo debía derribar el altar idolátrico a Baal, sino además, en su lugar debía edificar un altar al Señor (ver Jue. 6:26). El mensaje está claro: no es suficiente con destruir los ídolos de nuestra vida; ¡sobre sus ruinas hemos de levantar en nuestro corazón un altar al único y verdadero Dios! En otras palabras, primero destrucción, luego consagración.
¿Qué ídolos hay ahora mismo en nuestra vida que nos impiden consagrarnos completamente a Dios?
Santo Espíritu, dame poder para expulsar los ídolos que de manera clandestina se han instalado en mi corazón; y para consagrar mi vida al único y verdadero Dios.
7 de enero
¡Él!
“Por eso mismo padezco esto. Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que él es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12 RVC).
Si por alguna razón olvidaras todo lo que has leído en la Biblia, excepto un versículo, ¿cuál te gustaría que fuera ese texto? Muy probablemente sería Juan 3:16. Pero ocurrió algo diferente hace muchos años, según el siguiente relato que cuenta el autor Samuel D. Gordon (Real Stories for the Soul, p. 202).
Es la historia de una dama cristiana que había logrado memorizar muchos textos de la Biblia, pero que comenzó a olvidarlos a medida que envejecía. Llegó el tiempo cuando los olvidó todos, excepto un versículo: “Por eso mismo padezco esto. Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que él es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Tim. 1:12, RVC). Con el tiempo, la anciana también comenzó a olvidar ese pasaje, menos la parte final: “Él es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. Dice el relato que cuando estaba en su lecho de muerte, la viejecita ya no podía articular palabra alguna. Solo movía sus labios. Cuando sus familiares se inclinaron para saber qué intentaba decir, escucharon que repetía la misma palabra: “Él, él, él...”
Como dice Samuel Gordon, la ancianita había olvidado todo lo que sabía de la Biblia, excepto una palabra, ¡pero en esa sola palabra tenía toda la Biblia!
¡Muy bien dicho, Gordon! Tenía toda la Biblia porque Jesucristo es la estrella de Jacob (Núm. 24:17); el príncipe de paz (Isa. 9:6); el sol de justicia (Mal. 4:2); el Cordero de Dios (Juan 1:29); el pan de vida (Juan 6:35);