En manos de Rubén, el Mariachi Vargas no es sólo México. Es todo el mundo de tempo di vals. Sobre todo, toda la América de 6/8 y 3/4… Es Venezuela, es Colombia, es Ecuador, es Chile; en este caso, es Perú y Argentina. Los mariachis han suavizado las fronteras, ganando el puesto de honor de nuestro mundo, con su auténtica embajada y derrotado su origen de apenas.
Chucho Ferrer fue siempre un largo sueño de compositora: “sentirle junto a mí, en mis elementales melodías”. En este disco, la hondura de sus frases estremecidas, el alma en sus pinceladas, traslúcida, sobre el órgano, respetuosa a “la primera guitarra del Perú”, Ferrer y Avilés me permiten levantar la voz, confiada, para contar mis pequeñas cosas a la manera de juglar afortunado, ante los pueblos que quieran escuchar lo que es mi pueblo. Todo llega… Chucho, “mi escondido contra canto sueño”, está conmigo, y su admirable presencia, con la humildad del grande, escondida, resaltando la forma inigualable y el acento de Óscar Avilés.
Notarán un pedestal inconfundible: el corazón de Vitillo latiendo loco abrazado a su amigo contrabajo. Si con sólo verles de pie, juntos y erguidos, uno sabe de su amistoso coloquio: Vitillo exige, el bajo le responde. Vitillo lo acaricia, le ruega… Así se produce la asombrosa resonancia que retoza dentro de la canción.
Yo sólo dejo la palabra, el silencio de mi canto y una torpe manera de quererles, entregándome a ustedes en mi anhelo viejo, con mis guitarras peruanas revestidas del más incomparable y musical México: el Mariachi Vargas, Rubén Fuentes, Chucho Ferrer y Vitillo…
Mis guitarras peruanas…
Don Luis González: es la guitarra base, firme y nueva, sobre la que ahora canto. Y en este disco también juega el genio de Rubén Fuentes. Don Luis con su joven guitarra múltiple y viajera, casi inalcanzable, compañero querido de años de trabajo. En su ya logrado valor musical, tiene “luz propia”. Es el compositor más importante de nuestro César Calvo. A quien no vuelve letrista, lo mantiene poeta. A él, a don Luis González, a su infinita dedicación, debo un ciclo de mi trabajo: el más importante hasta ahora, inédito aún.
Oscar Avilés: los acentos peruanos se yerguen desde la magia de la guitarra de Avilés. Plasmó nuestra esencia para siempre cuando esta languidecía en sus formas europeas de 3/4. De no ser por Avilés, nuestro pequeño vals criollo habría muerto de “tundete” (1, 2, 3, 1, 2, 3), tun-dete, tun-dete…
Hoy se escucha con majestad desde sus manos a los grandes del Perú, mi País: Felipe Pinglo, Bocanegra, Covarrubias, el Chino Soto, Pablo Casas, Polo Campos, Serafina Quinteras, Alicia Maguiña, Leonor García, Gonzalo Rose, Mosto, Rafael Otero, y tantos… que yo me escondo entre ellos, para, aunque a mi manera, amar medio cantando, y agradecer así haber entrado al corazón de los pueblos, componiendo…
De haber sido Imelda, o Lola, o Rafael Matallana, o acaso Cecilia Barraza, habría cantado, cantado… yo.
Este disco, Coplas de la Adelita, es mi homenaje a la más valiosa mujer anónima de América, la revolucionaria mexicana de 1910, a quien nadie osaría llamar hoy rabona o cantinera. A ella van estas coplas, con mi mayor admiración y respeto, tratando de estrecharla dentro en mi corazón cuando me la encuentre en cualquier calle, almacén o fábrica; a cualquier hora, o sencillamente en cualquier vuelta de esquina, en alguna nieta, también anónima. Aquí en este México, siempre tan luz, tan hermano, tan musical eterno y colorido, en donde en constante milagro, me ha dado por morir y vivir últimamente, “recuperando el corazón”.
En este disco, también: “El Puente de los Suspiros”. Debajo de él, en su quebrada, viví mi niñez, cerca del mar, en el Barranco; “En la margen opuesta”, al olvido y a la ausencia; “María Sueños”, mi profunda preocupación por toda la América grave, es de una obra de teatro que escribí; “Camarón”, a un gallo de riña, ariqueño, invicto y supongo que con ancestros nuestros; “Fina estampa”, a mi mejor amigo, mi padre, bajo cuyo cuidado y ternura viví cuarenta y tres años de mi vida; “José Antonio”, al señor de Lavalle, quien preservó el Caballo de Paso Peruano; “Zeñó Manué”, al cronista limeño, Manuel Solari, quien implora infatigablemente por la conservación de nuestras hermosas ciudades; “El dueño ausente”, a doña Aurelia Canchari, bella indígena, empleada cocinera de la casa de mi madre; “La flor de la canela”, a doña Victoria Angulo, de finísima raza negra, la más elegante limeña, por quien tendría que alfombrarse Lima, para que ella volviera a pasearla…
Mi agradecimiento profundo a R. C. A. de México; al tiempo generoso de Eduardo Magallanes, quien, pasando por alto mis defectos e imperfecciones, me enaltece entregándome al cuidado de Rubén; y al deseo antiguo, del siempre R. C. A., Mariano Rivera Conde…
Mi corazón a Rubén Fuentes, al Mariachi Vargas, a Chucho Ferrer y a Vitillo, a los técnicos de R. C. A. de México, que con su infinita paciencia me construyen; además, mi público, de quien dependo, y “mis guitarristas”, en este caso: don Luis González y “la primer guitarra del Perú” Oscar Avilés. Y a ti, campesina ilusión, oyente amado, generoso y querendón, que “a lo que mi voz… te iré cantando”.
Chabuca Granda
México, enero de 1973
Pastorita Huaracina: la cantora de los Andes
ADEMIR ESPÍRITU
Cortesía de la artista.
Mi anhelo es que este Perú cambie, sea grande,
pero con justicia social, con igualdad de derechos,
con educación, con trabajo, con libertad.
Esa es mi ambición más grande.
Pastorita Huaracina
Pastorita Huaracina es una de las figuras artísticas musicales más importantes del Perú. Desde la mitad del siglo XX, fue la gestora, pionera y difusora de la música de los Andes, el huayno, en cada ciudad peruana y en el mundo. El sentimiento de peruanidad presente en su arte integró a todo un país, a toda una generación de mestizos e indígenas que se asentaban en la desértica Lima buscando un mejor futuro. Fue también la voz de las y los que no tenían voz, de los migrantes andinos marginados. Fue defensora militante de las costumbres y tradiciones populares, la precursora y abanderada de muchas luchas sociales para defender y reivindicar a las mujeres pobres, los trabajadores y los estudiantes. Como artista y ciudadana, luchó contra la discriminación étnica y de género, el deterioro del medio ambiente y el consuetudinario olvido de los gobiernos en turno de los pueblos del Perú profundo.
Lima, 24 de mayo de 2017. Don Ricardo Amancio (92), ancashino de nacimiento, sacó su mandolina italiana de 1900 que guardaba con mucho celo en su ropero apolillado. La miró. La mimó. La acicaló. Acomodó con delicadeza entre sus brazos el centenario instrumento como si fuera un recién nacido. Se sentó en una esquina de su cama. Suspiró como suspiran los hombres viejos al recordar la intensidad de la vida que pasaron. Y a las cuatro en punto de la tarde, de su vieja bandurria salieron los acordes de “Río Santa”, aquel hermoso huayno peruano que hiciera famoso en la década de 1960 la celebrada cantante andina María Alvarado Trujillo, la Pastorita Huaracina. Dieciséis años antes, el 24 de mayo de 2001, la “Reina y Señora del Canto Andino” partió hacia la eternidad, y sus leales seguidores la recuerdan, la celebran con sacra devoción y respeto en todo el Perú, como el viejo minero don Ricardo, que en ese 2017 también le cantó por última vez.
Pastorita Huaracina nació el santo viernes del 19 de diciembre de 1930 en el distrito campestre de Malvas, conocido también como “El Balcón del Pacífico” por estar asentado al filo de un cerro a 3,172 metros sobre el nivel del mar (246 kilómetros lo separan de Lima). Fue en esa bendita tierra serrana del departamento norteño de Áncash, de blancas casitas de adobe, techos de tejas rojas, balcones rústicos de eucalipto y pobladores sencillamente amables y buenos (como su cielo azulado y sus agrestes cerros vestidos de abundante y alborozada vegetación), que por primera vez se escuchó