Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo nació en la provincia del Callao en Lima, Perú, el 13 de septiembre de 1922. Meses después, sus padres la llevaron a Ichocán (Cajamarca), donde pasó la mayor parte de su infancia. Su lugar y fecha de nacimiento son objeto de debate puesto que, al preguntarle por su origen, Zoila contestaba variablemente: Lima, Cajamarca, El Callao, Ichocán…, según le dictara el ánimo en el momento, y difundió que había nacido el 10 de septiembre porque consideraba que el trece era de mala suerte. Asimismo, se añadió el nombre de Augusta por un asunto de elegancia. Zoila Augusta, pues, adelantándose a la posmodernidad y al diseño de uno mismo, característico de las redes sociales, nunca tuvo reparos en construir su identidad a su gusto, lo cual alimentó tanto la leyenda como el rechazo de los conservadores.
Otro pilar del mito que encarnó fue su cuestionada cualidad de ñusta (princesa inca). Hija única de Sixto Chávarri y Emilia del Castillo Atahualpa, se autodenominó desde pequeña descendiente de Atahualpa, el último emperador inca. Para disipar dudas y burlas, el gobierno peruano emitió un certificado que legitimaba esta versión en 1946.
A los trece años, tras presentarse en la Fiesta del Inti Raymi en la pampa de Amancaes y ser avistada por un empleado del gobierno, el Ministerio de Educación impulsó su traslado a Lima en compañía de sus padres, donde gozaría de mejores condiciones para desarrollar su talento. Valga decir que ese apoyo no habría sido posible sin la política intercultural aplicada por el presidente Augusto B. Leguía, que promovió la revolucionaria Fiesta de Amancaes, a la que llegaban músicos de todos los rincones del Perú, incluyendo criollos, andinos y selváticos.
Moisés Vivanco nació en 1918 en Huamanga, ciudad de gran tradición musical de la sierra central, en una familia de charanguistas. A los diez años recibió una medalla de manos del mismísimo Leguía, al triunfar en un certamen tocando el charango. A los veintiuno, ya un consumado multi-instrumentista, se mudó a Lima y fundó la Compañía Peruana de Arte, donde participó como compositor y director. Ávido de hallar a la estrella que coronara su creación, formada por cuarenta y seis integrantes entre bailarines indígenas, cantantes y músicos folclóricos, Vivanco reclutó a la bella Zoila cuando sólo tenía catorce años: al escuchar su voz, Moisés reconoció su talento único. Encomendó a su hermano Heraclio educarla en la impostación de voz y la bautizó con el nombre que daría la vuelta al mundo: Yma Sumac, “Qué bella” en quechua. Este seudónimo buscaba despistar a sus padres, ignorantes de que su hija había cambiado los estudios por los escenarios. Cuando descubrieron la verdad, se rindieron ante el potencial de la artista y la convincente empresa que Vivanco tenía entre manos. Y es que, además, él dirigía la programación de Radio Nacional, donde la Compañía Peruana de Arte debutó a principios de 1942. Ese mismo año, la que sería la pareja creativa más exitosa de la música peruana contrajo matrimonio en Arequipa, en las faldas del volcán Misti. Como parte de una luna de miel particular, realizaron su primera gira junto al Conjunto Folclórico Peruano (el nuevo nombre, más acotado, para su agrupación). El destino inicial sería Argentina. El flechazo fue instantáneo. Dejando en segundo plano al resto del elenco, las portadas se enfocaron en la belleza y porte real de Yma: real como una princesa inca, como un ave que despliega una cola de fastuoso plumaje en abanico, real como un mito o una leyenda.
© Archivo personal de Daniel Padilla.
Entusiasmados por la acogida, regresaron al año siguiente a grabar su primer disco, compuesto por veintitrés canciones peruanas, con el sello discográfico Odeón. Un medio la llamó “el pájaro que se convirtió en una bella mujer”, lo cual no se aleja mucho de la verdad. La ovación se repitió en Bolivia, Brasil y Chile, donde fue invitada a desempeñar sus primeros papeles en el cine.
Un momento decisivo en el ascenso del prodigioso dúo fue la visita a la Ciudad de México, a donde llegaron por invitación del presidente Manuel Ávila Camacho para estrenar en el Palacio de Bellas Artes su formación como el Trío Inka Taky (Moisés Vivanco en los instrumentos de cuerda; Cholita Rivero como segunda voz e Yma como la descollante voz principal). Allí, abrazaron el indigenismo de su propuesta tan desdeñado en el Perú, donde la extirpación de idolatrías seguía fresca y condenaba a quienes se enorgullecían de sus raíces, pues la clase dominante los prefería silenciosos y sumisos. En cambio, en el México posterior a la Revolución, casi toda manifestación cultural se erigía como un homenaje monumental a su identidad con apoyo del aparato estatal, y se reconocía que nuestros antepasados fueron el reguero de pólvora del fuego que somos. La influencia de esta épica nacionalista ayudó a Vivanco a diseñar un espectáculo fastuoso, a imaginar sin límites el Perú apelando a la mística de los escenarios naturales y culturas prehispánicas que Yma evocaba con su presencia. Y es que, como dice María Magdalena en un texto apócrifo: “El ritual es sencillamente el reflejo externo de algo que está ocurriendo profundamente dentro de uno mismo”. Así, donde el mundo occidental celebraba con éxtasis el exotismo indígena y los peruanos airados veían afectación y desnaturalización de la cultura tradicional andina, lo que ocurría era que la magia florecía en el arte de Yma Sumac, con la cuidadosa producción de su esposo Moisés Vivanco. Ella evocaba la dimensión onírica y divina del pasado glorioso, el canto ritual de los incas.
En 1946, el Trío Inka Taky da el gran salto a Nueva York. A pesar de su éxito en Latinoamérica, en Estados Unidos las cosas no son fáciles. Incrédulos de su ascendencia inca, se corre el rumor de que Yma Sumac es en realidad Amy Camus, oriunda de Brooklyn, por medio de un malicioso juego de palabras que sólo busca desacreditarla. La necesidad los obliga a incursionar en el comercio de atún, en el que tienen poca suerte. Por si fuera poco, Cholita queda embarazada de Vivanco, doble traición que rompe el corazón de Yma. Para evitar el escándalo, presentan a Yma como madre de Papushka Charles y a Cholita como su tía.
Por fortuna, un agente les recomienda probar suerte en Hollywood y acierta: en 1949 firman un contrato con Capitol Records. Por instinto de la prestigiosa disquera, Cholita y Vivanco se mantienen en la banda, pero el protagonismo absoluto recae sobre Yma Sumac. La bonanza y optimismo de la posguerra propicia la edad dorada de Hollywood y los grandes estudios. Las películas de aventuras crean una burbuja de entretenimiento mientras el macartismo persigue a los realizadores e intelectuales que critican al sistema. Arabia, África, Perú y otras naciones de culturas ancestrales son reducidas, en sus fastuosas locaciones, a parajes exóticos donde los exploradores blancos conquistan a mujeres hermosas y descubren tesoros ocultos. En este contexto, Yma encarna todas sus fantasías y más, pues su registro de cinco octavas —en tiempos en que las cantantes de ópera alcanzan dos octavas y media— promete hacer de ella uno de los espectáculos más grandes del mundo.
Efectivamente, Voice of the Xtabay se presenta en el Hollywood Bowl en 1950 con una gran orquesta causando sensación: en su primer año de lanzamiento vende más de un millón de copias. Contiene ocho temas compuestos por Vivanco y producidos por Les Baxter, quienes mezclan con audacia la música y temática andina con el mambo, el jazz, la ópera y otras corrientes que confluyen en un coctel multicolor, pionero de la world music. Las puertas del mundo se abren para la diva andina, y celebridades como Frank Sinatra, Walt Disney y Marlene Dietrich se declaran sus admiradores.
El éxito la acompaña en sus siguientes discos, Legend of the Sun Virgin (1952), que motiva su primera gira por Europa, e Inca Taqui (1953). De este último se desprende el hechizante tema “Chuncho”, donde las mutaciones de su voz nos internan en los misterios de la Amazonía. En el momento cumbre de su carrera, Yma retorna al Perú y es recibida de forma apoteósica por miles de personas y músicos folclóricos que la siguen en una caravana festiva. Sin embargo, ningún funcionario del Estado se manifiesta. El desplante a la embajadora más destacada de la cultura peruana en el exterior es cortesía del gobierno de Manuel Odría, una alianza entre los militares y la oligarquía. Una editorial de Trujillo expresa el sentir popular: “Estos dos artistas peruanos de serrana raíz constituyeron en los terribles años de la dictadura la más alta embajada de luz que hayamos podido tener fuera de nuestras fronteras, sin