Cortesía de la artista.
Mujer del Bicentenario
El 2021, Pastorita Huaracina fue reconocida de manera póstuma por el Estado peruano como la Mujer del Bicentenario, en justo agradecimiento a la obra de una artista comprometida con su país. Recibió una de sus primeras distinciones en 1969, cuando el gobierno de entonces la nombró Embajadora del Folclor Peruano ante el Mundo. En 1986, recibió las Palmas Artísticas con el Grado de Maestra por el Ministerio de Educación. Al año siguiente, el gobierno peruano la declaró Patrimonio Cultural Viviente de la Nación. El grado de Comendadora de la Nación le fue otorgado en 1991 por la Cámara de Senadores y Diputados. El máximo galardón del estado, la Orden del Sol del Perú, le fue concedido en 1999. Ese año le preguntaron cuándo pensaba retirarse. “Cuando me muera”, respondió. Cuando cumplió sus Bodas de Oro artísticas en la plaza de toros de Acho, insinuó su alejamiento ante miles de sus fanáticos. “La gente no me dejó salir hasta que les prometiera que no dejaría el escenario… Si ustedes me siguen aplaudiendo, aunque sea con bastón seguiré [cantando]”, declaró para la revista Kordillera.
En el huayno “No quiero corona”, la Pastorita Huaracina recita para la posteridad:
El día que yo me muera
no quiero penas ni tristezas.
Tampoco quiero coronas.
Quiero que me entierren al compás
de la música nacional.
La diva, la madre, la reina, la embajadora, la cantante mayor del folclor peruano falleció el 24 de mayo de 2001. A petición de ella, su cuerpo fue cremado. Compungidos, entonando sus huaynos, sus miles de seguidores la acompañaron desde el velorio en el convento de Santo Domingo de Lima hasta que sus cenizas se fundieron con el mar peruano en el distrito limeño de Chorrillos; hasta que sus cenizas se abrazaron con la tierra de Malvas, que la vio nacer y cantar como un ave; hasta que las aguas cordilleranas y prístinas del río Santa, en Huaraz, recibieron sus cenizas como si fueran los aplausos eternos que siempre agradeció, apreció y atesoró doña María Dictenia Alvarado Trujillo, Pastorita Huaracina.
Susana Baca: en un lugar del corazón
Eloy Jáuregui
© Susana Baca.
Susana Baca es inagotable. En octubre de 2021 y, para celebrar sus cincuenta años de vida artística, lanzó al mercado su última producción, Palabras urgentes, con el sello Real World Records. Palabras urgentes es el nombre del primer manifiesto del movimiento poético peruano Hora Zero y que la artista ha tomado prestado para componer esta grabación a manera de protesta, y con la intención de generar debate y enfrentarse a todo lo que sucede actualmente. “Entre una musicalidad bella y compleja, junto a la necesidad de manifestarse a través de sus letras, nace Palabras urgentes como un producto honesto y convincente”, dice Susana Baca.
El 30 de julio del mismo año, en conmemoración de los doscientos años de independencia del Perú, Susana lanzó “La herida oscura”, primer sencillo del álbum y justo homenaje a Micaela Bastidas, mujer indígena y líder guerrillera, protagonista de la independencia del Perú. Casi como si fuera un secreto, el tema es interpretado con esa intensidad y amor hacia nuestra historia, donde confluye cada pedazo de un ritmo al que no le falta ninguna palabra.
El álbum fue grabado en su flamante casa de Santa Bárbara, en Cañete, al sur de Lima, y recopila diez canciones. Cada una de ellas ofrece al oyente un viaje musical a las tradiciones del Perú. Susana aborda temas como el feminismo, la libertad y la educación; reflexiona sobre su vida y embarca al oyente en un recorrido por el romance, el dolor, la fuerza y la esperanza.
Y ahora Susana Baca está recordando aquel 1971 cuando, ya graduada como profesora, viajó a las alturas de Acolla, un pueblito de Tarma, donde enseñaba a los niños de la zona. Una noche, en unos quinuales, se maravilló contemplando una de las cientos de orquestas de la región del Mantaro y descubrió el efecto de la luz azulada contra el brillo dorado de los saxos. Pero se sentía llamada por una vocación mayor: el canto, y entabló amistad con escritores como Manuel Scorza, Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reynoso, y el poeta y compositor Juan Gonzalo Rose, quien la convocó al Festival Internacional de Agua Dulce de 1972.
El atiborrado auditorio reunió junto al mar a los nuevos compositores e intérpretes de la llamada “nueva canción peruana”. Ahí estaban Diego Mariscal, “Caitro” Soto, Perú Negro y El Polen de Raúl Pereyra junto a los invitados internacionales: Alfredo Zitarrosa, Soledad Bravo, Víctor Heredia y Los Compadres. En la gran final, una cantante menudita hizo brillar el sol de la medianoche cuando lanzó su embrujo sobre el público extasiado. Se llevó el primer premio a la mejor intérprete. Cierto, ese fue el final del comienzo. Baca había culminado una primera etapa de aprendizaje. Después, todo sería distinto.
Susana Baca nació en el barrio limeño de Lince, en lo que fue la hacienda Lobatón, donde los negros habían preservado su historia remota con el lenguaje mágico de sus ritmos, landós, pregones y panalivios. Ella cantaba lo que otros cantaban. Tarareaba las aguas encrespadas, los batientes sonidos de los pájaros, el rumor del viento cuando roza la piel de los árboles al amanecer. Alameda y bajada a Agua Dulce; y Susana, chiquitita y de la mano de su madre, con su canasta que traía los pescados frescos, torcidos, aún briosos del sabor del esplendor. El muelle de los pescadores y la gente de mar, quienes le contaban historias de naufragios y de tempestades. Sus festivas tías que bailaban y cantaban a coro con las garúas y los relatos de aparecidos que ella oía entre asombros. Y las noches, cuando sus manitas se engarzaban a los cabellos de la abuela y soñaba con melodías y poemas.
Conversar con ella es regresar a la tradición negra peruana, abrillantada por un estilo sensual en extremo y generoso en matices. Ese es su mérito: serio, profuso y admirable. Dicen que, desde el principio de los tiempos, todo aquel que oye su voz y su ritmo en realidad está escuchando la pasión que habita en el imaginario de nuestros pueblos, aquel simbolismo de sus poetas y el sentimiento encendido de las fiestas populares y de todo aquello que encierra el gran capítulo de nuestra cultura y alma popular. Entonces, ahora que Susana Baca suma décadas de vida artística difundiendo la música de raíces afroperuanas y está ubicada como una estrella de la world music y la música étnica, es pertinente preguntarse cuándo se gestó este prodigio que se volvió manantial inagotable, susurro atemporal y haz de luz inmarcesible.
Y de pronto aquella dulzura en la que levita Susana Baca de la Colina se convierte en mueca de malestar. Está recordando el mes de julio de 2011, cuando fue nombrada ministra de Cultura por el gobierno de Ollanta Humala, y siente que fue un trance que no quisiera repetir. Que existió una presión política inexplicable por parte de un ministerio nuevo (fue su segunda cabeza, después de Juan Ossio) aún sin personalidad, ni visión, ni normas, ni presupuesto. Otra vez volvió a sentir el racismo y la segregación de cuando era niña. La noticia de su nombramiento la trajo la señora que trabajaba en la casa. “Señora —le dijo—, he visto en la televisión que usted es la nueva ministra de Cultura”. Susana Baca se quedó helada, pero la sorpresa fue mayor cuando la asistenta remató: “¿Y para qué sirve eso?”. La segregaron por negra y por artista, le digo. “Es que la cultura en el Perú es la quinta rueda del coche, y no debe ser así”, me confiesa ella.
“¿Y quién es usted, Susana?”, le pregunto. Y ella responde: “Cantante, artista, soñadora”. ¿Negra presuntuosa? También, e investigadora de los ritmos y costumbres afroperuanos. Además, exministra de Cultura, tres veces ganadora de los premios Grammy y maestra formada en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta. Al principio cantaba temas del repertorio poético:
Iba tocando puertas y me respondían que la poesía no vendía. Y mire lo que sucedió,