El hecho de que las nuevas juventudes no reconocieran el olor de un cigarro aliñado, a diferencia de Kino que tenía un auténtico radar en su nariz para todo lo relacionado con lo cannábico, no se debía a que las nuevas juventudes ya no se drogaran. Ni muchísimo menos. El motivo era algo mucho más esperpéntico.
Hacía casi doce años desde que se había legalizado tanto la marihuana como el hachís, debido principalmente a dos factores: el primero era la ridícula y abrumadora cantidad de pruebas y estudios que había sobre los beneficios médicos del cannabis, así como una clarísima evidencia de que otras drogas ya legales (como el alcohol) eran mucho más perjudiciales, pero el segundo motivo fue el motivo de peso. Con la proliferación en los años veinte de las nuevas drogas de diseño, lo cierto era que el dinero había dejado de estar en el tráfico de cannabis y lo que realmente daba beneficios a los narcotraficantes eran los nuevos viales de Python, la droga de moda. Por tanto, desde que los beneficios en el narcotráfico de hachís y marihuana empezaron a descender, curiosamente hubo una corriente de legalización del cannabis apoyada por la mayoría de los Gobiernos de países occidentales.
De manera que, por patético que pueda parecer desde que se legalizó, lo cierto es que el cannabis perdió grandísima parte de su sex appeal entre las juventudes, que siguieron consumiendo cocaína de forma mayoritaria. Seguía siendo ilegal, pero nadie enarcaba siquiera una ceja si veía a alguien meterse una raya en medio del bus. El único motivo por el que un policía se acercase a ti si te ve metiéndote una raya de farlopa, es que a él se le acabó la suya. Por supuesto la gente seguía bebiendo alcohol para evadirse en sus ratos libres como si no hubiese un mañana, pero era con la cocaína con lo que empezaban la mayoría de los adolescentes a salir de fiesta. Y luego ya estaba el Python.
El Python era una droga líquida de diseño que venía pegando fuerte durante los últimos cinco o seis años. Se transportaba en pequeños viales con un pequeño botón en un extremo. Cuando dicho botón se apretaba, un aerosol salía despedido por el lado opuesto, con una dosis individual aplicada directamente al globo ocular. Y es que esta nueva droga se ingería por vía ocular, de esa manera llegaba más rápido al cerebro al filtrarse a los vasos sanguíneos del ojo.
El alcohol, por supuesto, seguía siendo legal, pero como tardaba mucho más en matarte que la cocaína y que por supuesto el Python, había descendido mucho su consumo. Así, el cannabis que no mata y aún encima van y lo hacen legal, pues perdió toda el aura de peligro que lo rodeaba, de manera que a medida que pasaba el tiempo los únicos que seguían fumando eran aquellos que tenían alguna condición médica y la veían mejorada gracias a su consumo, o la gente que simplemente le gustaba.
Kino era de los últimos, a no ser que se considerase condición médica el tener claros síntomas de depresión crónica. En ese caso, el noventa y cinco por ciento de la población necesitaba tratamiento (o fumarse un porro). Lo cierto es que unos años después de terminar la carrera empezó a sufrir ataques de ansiedad al poco tiempo de incorporarse al mercado laboral, y fumar le ayudaba bastante a mantener la ansiedad bajo control. Pero más que nada lo hacía porque le gustaba. Le ayudaba a poner sus pensamientos en orden.
Era verdad que cuando estaba fumado actuaba más lento y estaba un poco más espeso, pero oye, no se puede tener todo. Por lo demás, a Kino fumar le daba la serenidad necesaria para pensar las cosas más de dos veces. Muchas veces, cuando intentaba explicárselo a alguien, les preguntaba:
—«¿Nunca te ha pasado que estás de fiesta, todo borracho, y tienes una idea que piensas que es la idea del siglo pero a la mañana siguiente, de resaca, te acuerdas de la idea y dices “Menuda gilipollez”? Pues a mí con los porros me pasa justo lo contrario. A lo mejor estoy sereno, tengo una idea que me parece buenísima, me fumo un porro, me sereno, me la pienso bien… y digo: Menuda gilipollez».
VI
Kino volvió a escupir a través de la ventana, pues el regusto amargo aún no había desaparecido de su boca. «Menuda calada que le acabo de pegar… las prisas no son buenas», pensó mientras una lenta canción del grupo inglés The Beat sonaba en sus auriculares.
Aquella larga calada había sido fruto de que eran casi las cuatro de la tarde, lo que significaba que debía reanudar su jornada en breve y, lo que era peor, que dentro de poco los pasillos de 5 Minutos se volverían a llenar de todos los que habían ido a comer al Starbucks. Volvió a mirar la hora en su pulsera, que marcaba las 15:52 en números iridiscentes, y observó su canuto, que estaba por la mitad. Si le daba con prisa lo echaría a perder, pensó. Se inclinó sobre la mesita que había colocado al lado de la ventana, que era también donde había dejado posado su humeante café con leche, y le dio un sorbo. Después, volvió a apoyarse en el marco de la ventana abierta con los antebrazos, contemplando la línea del horizonte de Madrid, cubierta como siempre de su perenne cúpula de contaminación. Parecía un campo de césped cuyas briznas estaban hechas de cemento y vidrio.
Desde aquella distancia no se distinguían, pero Kino llevaba su mirada de forma inconsciente hacia los edificios del Paseo de la Castellana y, más en particular, la sede de Industrias Lázaro. El no haber leído el correo de su hermano ya no era otra cosa más que cabezonería. Llevaba pensando en él desde el lunes por la noche, y por mucho que lo intentaba no era capaz de apartar su pensamiento de Raúl. De hecho, el último artículo en el que había estado trabajando eran «Las 10 senseries más esperadas de la nueva temporada», y Kino odiaba las senseries. Si pensaba en ellas era porque el mensaje de su hermano le rondaba la mente.
Si era sincero consigo mismo, la curiosidad le corroía. Así que, por fin, desplegó los hologramas de su pulsera y abrió el correo. Seleccionó el correo de su hermano, el que le recordaba en el asunto que tenían que hacer aquello que tanto llevaban sin hacer, lo abrió y empezó a leer.
“Buenos días, Kino:
Lo primero es que me gustaría preguntarte cómo estás. Hace mucho tiempo que no hablamos y no sé nada de ti, la verdad. Bueno, miento. Lo poco que sé sobre ti me lo cuenta mamá. El caso, ¿cómo te va todo? ¿Todo bien? ¿El trabajo bien?
En fin, creo que me voy a dejar de rodeos e iré directamente al grano. Necesito tu ayuda, Joaquín. Las cosas van bastante mal en la empresa, no sé si lo sabes. Llevamos varios trimestres presentando pérdidas en la cuenta de resultados, algo que en una empresa internacional multimillonaria como es esta, implica pérdidas de millones. Por lo tanto, estamos obligados a hacer algo antes de que la Junta Directiva tome cartas en el asunto. No creo que esto a ti te importe, ya que desde siempre dejaste bien claro que no te interesan estos asuntos, pero a pesar de que la Junta no controla la mayoría de las acciones de Industrias Lázaro sus miembros sí que tienen una serie de derechos de accionistas. Derechos que no están pudiendo ejercer al incurrir la empresa en pérdidas, por lo que, de seguir esto así, me veo que pretenderán sacarme de la dirección. Y eso no lo podemos permitir.
Básicamente, me temo que esté en peligro el legado de nuestro padre. Él dejó esta empresa en nuestras manos por un motivo, y creo que tengo en mis manos la herramienta para demostrar que no se equivocó. Por supuesto, la ayuda que te pido no sería gratis, ya que estarías trabajando en un proyecto de entretenimiento de alto secreto que, espero, cambie el rumbo de Industrias Lázaro volviéndola a poner al frente de nuestro sector. De manera que, si me ayudases a desarrollar tanto un producto como una estrategia, ten por seguro que recibirías el mismo sueldo que un encargado de contenidos sénior.
Por desgracia, no te puedo contar nada más acerca de este asunto por aquí, y es que como he dicho, es alto secreto. En cuanto leas esto, te agradecería que me lo hicieras saber para, si estás interesado, poder ponernos en contacto lo antes posible y tratar el asunto en profundidad y en persona. Un saludo, Raúl.”
Kino