Si se lo curraba a lo largo de la semana e intentaba tenerlo contento, seguro que podría irse el jueves de fin de semana. Con suerte, habiendo cuatro días en ese finde, podría quedar alguno con Rebe, que ya hacía casi un mes que no se veían y Kino estaba empezando a subirse por las paredes.
En aquellos momentos, estando Kino como estaba en medio de un frenesí de trash metal deseando adelantar hasta el viernes en la mañana del lunes, no se dio cuenta de cómo Ronnie se había acercado sigilosamente por los pasillos de la oficina y se había detenido apoyándose en la pared de su cubículo con cara de buenos modales. Iba vestido con unos ajustados pantalones negros con dibujos dorados de corte oriental, y una camisa de estampado de enormes flores lilas, naranjas y amarillas. Llevaba su pelo de color naranja a la última moda, recortado con maquinilla en la coronilla y extremadamente largo por los laterales y la nuca, hoy lo llevaba peinado con gomina hacia atrás, y producía un efecto cómico como si se hubiese bajado de una moto después de estar horas conduciendo sin casco. Kino hizo como si no le hubiese visto y siguió escribiendo las chorradas que se le pasaban por la cabeza sobre cuáles serían las diez mejores formas de tener una pensión que durara más de diez años.
La canción terminó y Megadeth dejó paso a Cavalera Conspiracy, y Kino seguía escribiendo como si le fuera la vida en ello. Y Ronnie seguía esperando con buena cara como si ser ignorado por un subordinado no le cabrease tanto como en realidad le cabreaba. Poco a poco se iba impacientando, y su expresión se agriaba. Cuando ya se cansó, carraspeó levemente, y Kino desvió por un momento su concentración del teclado a contener una risa ante una tosecita de su jefe que había sonado como una rueda de bici pinchándose. Siguió haciendo como si no se hubiese dado cuenta de que Ronnie estaba allí, con lo que este se impacientó y volvió a toser, esta vez más fuerte.
—¡Coño! —exclamó Kino dando un exagerado respingo. Miró a ambos lados mientras se quitaba los auriculares, haciendo como que no sabía qué estaba pasando, y cuando por fin posó su mirada sobre Ronnie suspiró—. Uf, eres tú.
—Oh… sí. Perdona, Kino. No quería molestar.
—No, si no molestas, Ronnie, pero me has dado un susto de muerte…
—Lo siento, no volverá a pasar.
—Menos mal. Bueno, ¿qué te trae por aquí?
—Deberías saberlo muy bien.
Kino hizo como que no sabía de qué se trataba aquello, y es que en realidad se hacía una idea bastante buena de qué era lo que Ronnie quería, y no tenía ninguna gana de hablar de ello. Se encogió de hombros y puso cara de corderito degollado.
—Perdona por llegar tarde, pero pensé que no pasaría nada.
—No… ¿qué? ¿Has llegado tarde?
—… No. Solo fueron cinco minutos.
—Bueno, no pasa nada, pero… no, no es eso. ¡Tu artículo del jueves!
—Oh… entiendo. Lo siento, Ronnie, sé que no te gusta que haga Top 11, pero viendo los últimos resultados de la semana pasada y cómo reacciona la gente a la novedad de los Top 11, pues creí que vendrían bien los clics…
—No se trata de eso, Kino. Los clics siempre nos vienen bien… pero tampoco se trata de eso, sino del tema.
Kino reprimió un suspiro e intentó seguir con la actuación.
—¿Qué tema? Lo siento, no me acuerdo, tendrás que…
—«Los 11 motivos por los que es imposible ser feliz».
Un tenso silencio se produjo entre los dos, y es que a Ronnie le estaba costando trabajo mantenerle la mirada a Kino.
—Creía que tenía libertad para escoger los temas —dijo Kino sin alterar el tono ni el volumen.
—Sí, pero dentro de unos límites, Kino. Este tipo de artículos no nos hacen ningún bien. La respuesta del público ha sido muy negativa.
—Pero ha generado clics, ¿o no?
—Sí, pero también comentarios. Comentarios negativos. Y llegó un punto en la madrugada del viernes en que el único motivo por el que la gente hacía clics era para confirmar la mala fama y dejar más comentarios negativos. Y amenazas.
—Bueno, pero como dijo Cervantes, «que hablen de mí, aunque sea mal». La controversia es buena, Ronnie, genera clics, genera beneficios. Además, como si nos fuésemos a empezar a preocupar de todos los trolls que nos amenazan…
—¡Da igual que generen clics, joder! —estalló Ronnie al ser incapaz de ubicar quién era Cervantes (¿Jugaba en el Chelsea?)—. Los clics son buenos, a no ser que sean de gente que está enfadada. Los anunciantes no pagan para que sus anuncios sean vistos por gente de mal humor. La gente de mal humor no compra.
«La hemos cagao», pensó Kino, y es que los únicos números que no le bailaban a Ronnie eran los del departamento de marketing, que era al fin y al cabo de lo que vivía toda la plantilla. De algo le habían servido al niño los cuatro másteres al terminar sus dos carreras. Pero la verdad era que, a Kino no le preocupaba demasiado lo que pudiesen decir los anunciantes. Al fin y al cabo, las senseries era el principal producto que se anunciaba en 5 Minutos, lo que significaba que Industrias Lázaro controlaba una parte muy importante de las participaciones de la revista. De manera que si los anunciantes, que trabajaban para la empresa de su padre se ponían gallitos, pensaba hacerle la vida imposible a su hermano hasta conseguir que le dejasen escribir lo que le diese la gana. Eso no le preocupaba, pero ahora a ver cómo convencía a su jefe de que él tampoco tenía que preocuparse sin verse obligado a tirar del apellido de su padre.
—Bueno, Ronnie, pero no te preocupes por eso. Tú piensa que los anuncios son los mismos en todas las noticias. Así que, si leen un anuncio estando enfadados, ya lo verán también cuando lean el siguiente y se les pase.
—No te me hagas el listillo —dijo Ronnie poniéndose serio repentinamente y apuntándole con un dedo—. El principal problema son las cosas que pusiste.
—¿A qué te refieres?
—Deudas vitalicias, titulitis, redes antisociales, fake news —iba recitando Ronnie mientras levantaba dedos al mismo tiempo que enumeraba—. Todos son apartados de tu noticia.
—¿Y qué pasa?
—¡Tío! Que si pones estas cosas la gente se deprime.
—¿Y a mí qué me importa? Si se deprimen será porque saben que es cierto.
—¿Y a mí qué me importa que sea cierto o no? ¡Somos un periódico, no un tribunal!
—Pero a ver, Ronnie, esto es lo que se lleva, es nihilismo consumista. La gente sabe que todo eso es cierto, pero luego se ponen con sus senseries y se les pasa. El enfoque pesimista es lo que ayuda a vender, es lo que pone contentos a nuestros anunciantes. La depresión se cura gastando.
—¡Uf, pero qué dices! No tienes ni idea, eso que comentas suena de lo más postmoderno, y el postmodernismo es algo que no se lleva desde que yo iba a la Universidad. Fue un invento de la generación millenial y, como tal, vio el fin que le correspondía en los años veinte.
Kino reprimió el más grande de los suspiros mientras se imaginaba a Albert Camus retorcerse en su tumba ante semejante afirmación, e intentó poner sus ideas en orden antes de contestar:
—Está volviendo, tío. Hazme caso —dijo al fin sin conseguir ponerle demasiado entusiasmo—. El postmodernismo lo está pegando fuerte.
—Que no, Kino, que no está volviendo. Además, sabes que hay temas como la educación o política que están vetados, y en uno de tus apartados te lías a criticar las carreras universitarias y los másteres y dices que no valen para nada. No solo es que no