Los irreductibles I. Julio Rilo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julio Rilo
Издательство: Bookwire
Серия: Los irreductibles
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418996733
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nada, tú dirás. ¿Qué hay de nuevo?

      —¿Leíste mi correo?

      —Estoy aquí, ¿no? Lo que no entiendo es en qué puedes querer tú mi ayuda.

      —Pues verás, es algo complicado. No sé si lo sabes, pero el mercado de las senseries está en recesión.

      —Yo paso de las senseries.

      —Y a mí me parece genial, pero ¿quieres que te explique por qué quería hablar contigo?

      —Pues sí. Y si puede ser explícame también por qué necesitabas que viniese aquí en persona.

      —Porque el asunto del que vamos a hablar es máximo secreto. De hecho, si después de que te lo cuente dijeras que estás interesado, deberías de firmar un contrato de confidencialidad.

      Kino se aguantó y consiguió reprimir una carcajada.

      —Que sí, que te firmo lo que quieras, pero dime para qué coño he venido aquí.

      Raúl hizo una pausa. Parecía como si empezase a arrepentirse de haber convocado a su hermano.

      —Tengo una oferta de trabajo.

      —¿Para hacer qué?

      —Para un proyecto de I+D.

      —¿I+D? —Aquello descolocó a Kino—. Tío, tú ya sabes que yo de informática no tengo ni idea.

      —Ya, pero tampoco es necesario. Lo cierto es que eres tú el único que puede llevar a cabo el trabajo.

      —¿Y de qué trabajo se trata?

      —No te lo puedo decir hasta que firmes el contrato de confidencialidad.

      —Ajá. Pues lo siento, Raúl, pero como entenderás, con la información que me das no te voy a decir que sí a nada. Principalmente porque no me hace falta curro. Así que…

      —Te puedo decir cuánto cobra un responsable de contenidos sénior.

      Kino levantó una ceja mientras inclinaba la cabeza.

      —Pues no te cortes.

      —Trescientos mil euros.

      Kino sintió un vacío en el estómago, pero mantuvo su cara de póker. Con lo que ganaba un ejecutivo de esos al año, él podría sobrevivir diez. O cinco, si se consentía unos cuantos caprichos.

      —¿Y me puedes decir también cuánto duraría dicho trabajo?

      —Te puedo decir una estimación. —Kino le hizo un gesto de impaciencia—. No deberíamos de tardar más de seis meses en tener un prototipo listo.

      Kino se lo pensó un momento, por el simple motivo de que toda aquella situación parecía demasiado buena y aleatoria. En algún lado tenía que haber una pega. No tenía ni idea de qué le iba a pedir, y que le mataran si se le ocurría algo que solo pudiese hacer él en todo el mundo. Aunque, por otra parte, una vocecilla en el interior de su cabeza le decía que dejase de pensárselo y aceptase. Con esa cantidad de dinero podría dejar su trabajo y centrarse por fin en su novela. Y hasta en la secuela.

      —A ver si lo entiendo —empezó a decir Kino—, desde el momento en el que diga que sí al dinero es cuando estaré sujeto a la confidencialidad, ¿no es así?

      —Es una forma de decirlo, sí.

      —¿Y no me vas a decir qué es lo que quieres que haga?

      —No. Hasta que aceptes. Y no te preocupes —dijo Raúl con una media sonrisa burlona—, no va a ser traficar con drogas ni nada parecido.

      —Qué gilipollas eres…

      —¿Y bien?

      Hubo un silencio tenso entre los dos. Tenso porque los dos sabían qué iba a pasar a continuación, y Kino hubiese querido decir que no por orgullo, pero ese dinero le vendría muy bien.

      —Solo una cosa.

      —Dime.

      —Si después de que me hayas explicado qué coño quieres que haga, me quiero echar atrás, ¿puedo hacerlo?

      —Bueno, siempre que no incumplas el contrato de confidencialidad…

      —Ya, ya… ¿Podría echarme atrás?

      —Sí… aunque no cobrarías.

      —Chachi. Pues entonces firmo, Capitán Obvio.

      Kino extendió la mano, y Raúl le aceptó el gesto después de mirarlo a los ojos con resignación.

      —Hablando de capitanes, ¿dónde está tu gorrita?

      —¿Qué gorrita?

      —La de marinero. Pareces el capitán del Titanic antes de que le salieran canas, con esa ropa.

      Raúl le soltó la mano, lamentando a dónde se había visto obligado a recurrir.

       XII

      Raúl tomó aire, pensando por dónde empezar.

      —¿Quieres sentarte? —le ofreció a su hermano mientras rodeaba su mesa.

      Kino aceptó, y Raúl pulsó un botón transparente de su mesa de cristal. Acto seguido, una de las sillas que había a los lados de la puerta de entrada empezó a moverse sola y se acercó zumbando sobre su única pata hasta ponerse enfrente de la mesa de Raúl, y Kino se sentó en ella.

      —Como te decía antes, el mercado de las senseries está decayendo. Estamos perdiendo muchos suscriptores y nuestros inversores no están contentos.

      —Pobrecitos.

      —Por suerte —siguió Raúl, ignorando a su hermano—, nuestro padre ya previno este devenir de los acontecimientos hace tiempo.

      —Qué bien hablas, jodío. ¿Y en qué pensó Ricardo para seguir vendiendo cada vez más?

      —En una nueva forma de plantearles las alternativas de las narrativas a los usuarios. Tenemos la esperanza de que, si aprovechan al máximo las narrativas, el feedback negativo que llevamos recibiendo las últimas temporadas se corregirá. Tenemos la intención de volver a generar hype por nuestro producto.

      —Y ahí estuvo el problema. Bueno, más bien uno de los problemas.

      —¿Dónde?

      —Pues en que nuestros usuarios no son ni los más sutiles ni los más perspicaces, por lo que los disparadores se les acaban pasando por alto.

      —Nos ha jodido mayo con las flores. Pues claro que no lo son, pero porque vosotros los habéis hecho así.

      —Ah, claro. ¿Y cómo les he hecho yo así?

      —Pues con vuestra mierda de mind-mallows. Les disteis más alternativas y poder de decisión de las que podían asimilar.

      —Claro, porque es mejor limitar el acceso a la tecnología de la gente.

      —Yo no estoy diciendo eso, yo lo que digo es que antes de haber sacado al mercado una tecnología como las mind-mallows, que permite recrear las fantasías más perversas de los usuarios, deberíais haberlos educado de alguna manera.

      —Mira, a pesar de lo pedante que suenas, en cierta manera estamos de acuerdo.

      —¿En cierta manera?

      —En cierta manera —repitió con una leve variación Raúl—. Verás, sí que tienes razón en que la forma de usar el contenido que nosotros generamos no es la adecuada. Eso es un hecho,