¿Ves cómo funciona este círculo vicioso?
Así, para rematar la faena, se le presenta al consumidor una manera de escapar del círculo: alcanza tus otros objetivos vitales. Y como Kino bien sabía, él habitaba dentro de una sociedad alarmantemente superficial, y una sociedad superficial valora el éxito en el dinero. Y ya está, todo conectado y bien hilado. Sigue trabajando, sigue esforzándote y la recompensa llegará. Mantén tu vista en el premio, la buena vida, igual que un caballo mantiene su vista en la zanahoria que pende sobre su cabeza.
Kino sabía que aquel artículo iba a tener buena acogida entre sus superiores. No pensaba en Ronnie, de hecho, estaba seguro de que a su editor se le escaparían las sutilezas del auténtico mensaje de la revista, el que importaba. Si a Ronnie le gustaba aquel artículo era porque, al igual que le pasaría al público más adelante, aquel artículo generaría en él las inseguridades suficientes para aceptar con los brazos abiertos el tono ñoño y positivo a lo Mr. Wonderful de la moraleja con la que acostumbraban a terminar los artículos de la revista. Pero no, no pensaba en Ronnie, Kino pensaba en los jefes de verdad. Los Jefazos.
Pero, aunque sabía que estaba ante un buen trabajo, acorde a los estándares de sus superiores, se encontraba ante un problema: solo había encontrado siete motivos por los que la gente con pareja es más guapa, y aquello se suponía que era un Top 10.
Instinto animal, proyección de confianza, muestra capacidad de compromiso, pura competición con otros pretendientes, proyección de familia, desapego emocional (la persona comprometida puede resultar atractiva para alguien que no está listo para el compromiso) y, por último, el dinero y el éxito. Ahí era donde Kino se había quedado bloqueado.
Las canciones seguían pasando, pero ninguna le parecía adecuada todavía. Todos los grupos, todos los géneros y todos los estilos se iban sucediendo hasta que de pronto, algo conectó con él. Una canción de sonido vasto que supo acallar el barullo de melodías que llevaba sonando en los cascos tanto tiempo. Un ritmo seco de percusión y palmadas, y luego entraba la voz rasgada del Hombre de Negro. Y de repente, Kino asumió la verdad y recordó que aquel artículo no tenía ningún sentido, ni nada de lo que había en las oficinas que le rodeaban. Aquel texto era ridículo y solo tenía el sentido que una persona ridícula podría darle. Pero una voz dentro de su cabeza ajena a todo le preguntaba, ¿qué estaba haciendo él allí?
«¿Yo?» decía otra voz. «Esto es un paso intermedio. Solo estoy trabajando aquí mientras termino mi libro». Pero el estribillo de la canción decía: «Sooner or later God’s gonna cut you down»3.
«Oh, pero si lo más importante es el libro… ¿qué haces aquí, Joaquín?». Kino sabía que se engañaba, que aquel trabajo le dejaba demasiado cansado para seguir escribiendo al llegar a casa. Cansado de la pantalla y del teclado, e incluso cansado de las letras. Le daba vergüenza aspirar a convertirse en escritor y estar cansado de las letras, y aún encima Johnny Cash insistía: «Sooner or later God’s gonna cut you down».
«Pero no puedo aceptar la propuesta de Raúl».
«Trescientos mil euros».
«Lo que me pide es inmoral».
«Lo que tienes es miedo, miedo de lo que te puedas encontrar en la mente de papá». Y Johnny Cash repetía: «Sooner or later God’s gonna put you down».
«En la mente de Ricardo».
Y como si con esa frase diese por finalizada la discusión interna que acababa de tener lugar dentro de él, Kino desplegó el menú de llamada de su holo-pulsera y buscó el contacto de su hermano mientras la canción se acercaba a su final. Kino paró la música, necesitaba hablar con su hermano. Aunque no fue su hermano quien apareció flotando sobre la palma de su mano en la pantalla holográfica de su HSB.
—Despacho del Sr. Lázaro.
—Isidoro, ponme con mi hermano.
—En estos momentos está ocupado, señor…
—Que me lo pongas de una vez. O si no, la próxima vez que vaya por allí te enteras.
Hubo un leve silencio, en el que Isidoro se quedó inmóvil y con los ojos muy abiertos. No estaba acostumbrado a que le hablasen así, como si él no fuera el acceso directo a la persona más importante de la compañía. Finalmente bajó la mirada avergonzado y pulsó un botón del teclado que había encima de su mesilla, con lo que sonó un zumbido.
—Ahora lo atiende.
—Gracias, Isidoro.
La pantalla se volvió negra durante los pocos segundos que tardó en aparecer Raúl en imagen, sentado detrás de su mesa de cristal.
—Buenos días, Joaquín. Dime, ¿has…?
—Sí.
—¿Perdón?
—Acepto.
Ya estaba. No era necesario decir más nada, a partir de ahí la conversación solo iba a tratar de formalidades. Los dos hermanos hicieron los preparativos para quedar esa misma semana. El viernes de nuevo, solo que esta vez antes. Kino quedó con su hermano en que se dirigiría a Industrias Lázaro en cuanto saliera de la redacción, así que para el viernes intentaría tener todo el trabajo de la semana no solo terminado, sino dado el visto bueno. Odiaría tener que llevarse trabajo a casa un fin de semana.
Entre el fijar el día y la hora y un par de frases motivadoras de Raúl, del tipo de las que hablan del gran propósito de nuestra empresa y demás tonterías, la conversación terminó igual de fríamente que había comenzado.
Kino colgó y se quedó pensativo, a decir verdad, llevaba toda la semana pensando en lo mismo desde que se había reunido con su hermano. No hacía más que repetirse todos los motivos que se le ocurrían para convencerse de que hurgar dentro de los recuerdos de su padre muerto no podría traer nada bueno. Sin embargo, sentía algo, como si a una parte de él la idea de la propuesta laboral de Raúl le fuese irresistible, y no se debía solo al dinero. Algo de todo aquello le atraía, y no le gustaba el sentimiento. Siempre había tenido una sensación de inferioridad frente a su padre, como si aquel cabrón de Ricardo hubiese tenido siempre una respuesta preparada para cualquier cosa que sus hijos le pudieran decir y terminar él siempre teniendo la razón y la última palabra. Cuando discutía (o, mejor dicho, cuando había discutido) con su padre, se sentía indefenso, como si no pudiera confiar en sus capacidades intelectuales para argumentar con él.
Siempre había terminado sintiendo que no tenía razón y aquello había acabado desencadenando en un profundo resentimiento hacia su figura paterna. Y aunque él jamás lo hubiese admitido, a Kino le hubiese gustado que las cosas entre su padre y él fuesen diferentes. Haber tenido otro tipo de relación. ¿Y si entrando en la memoria de su padre se llegaba a ver como lo había visto este, desde sus propios ojos, ahora que ya no podía hacer nada para cambiar la opinión de Ricardo? Después de que esa noción le atravesase la mente, sintió como si un puño invisible le apretase el estómago, dificultándole respirar.
«Basta —se dijo a sí mismo—, es hora de pensar en cosas productivas». Como, por ejemplo, la manera de compaginar su trabajo con el proyecto de Raúl. Kino no sabía cuánto tiempo sería capaz de soportar trabajar con su hermano, y en caso de echarse atrás se preguntaba también si cobraría algo dependiendo del trabajo que llevara hecho. Por tanto, todavía no estaba listo para dejar su trabajo en 5 Minutos, nunca se sabía. En el mejor de los casos, terminaría el proyecto de investigación, y con los trescientos mil euros en su cuenta ya podría empezar a preocuparse de que le echaran del trabajo, y llevarse así también una indemnización que le ayudara a tener algo más de seguridad económica.
Por ahora, Raúl le había dicho que empezara trabajando solo los viernes, lo que a Kino le venía de perlas. Así que no preguntó por qué iban a trabajar un solo