Los irreductibles III. Julio Rilo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julio Rilo
Издательство: Bookwire
Серия: Los irreductibles
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418996757
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      —Pero si comimos juntos. Estás muy tonto tú hoy, ¿no? —respondió ella. Y aunque puede que sus palabras fuesen duras, sus ojos le miraban con ternura y le hablaba con un tono de voz muy suave.

      —No, Teresa. Soy tonto, que es diferente. Vamos —dijo tomándola de una mano y tirando de ella hacia el salón—, no vayamos a despertarlo. ¿Te ha dado mucha guerra?

      —¡Qué va! Es un angelote.

      —Como la madre.

      —¿Te ha pasado algo? —dijo ella acariciándole el brazo que le sujetaba de la mano—. Pareces triste.

      —No estoy triste. —Ricardo le volvió a acariciar la mejilla mientras le sonreía—. Estoy agradecido. Muy agradecido.

      Y de repente se dio la vuelta, soltando a Teresa y empezando a rebuscar en el estante en el que amontonaban todos los discos de ambos.

       —¿Qué haces? No despiertes a Raúl.

      —Tranquila —contestó Ricardo mientras pasaba sus dedos a toda velocidad por los vinilos, buscando—. Aquí está.

      Y sin que a Teresa le diese tiempo de ver qué disco había cogido, Ricardo se dirigió hacia el equipo de sonido, que contaba también con tocadiscos, y lo introdujo con cuidado. Mientras el disco comenzaba a girar con la aguja posada en el borde del vinilo, él giró con cuidado la rueda del volumen hasta que quedó a un volumen lo suficientemente bajo como para no despertar a Raúl, pero lo suficientemente alto como para que se pudiese entender la letra. Y los primeros acordes de It’s been a long, long, time empezaron a sonar.

      —He estado pensando. He estado pensando mucho —dijo Ricardo.

      —¿En qué? —dijo ella con una sonrisa tierna mientras se acercaba para cogerlo de las manos al mismo tiempo que se contoneaba lentamente al ritmo de la música.

       —Pues en todo. En mis películas. En Raúl. En ti. En nuestra vida. Son muchos años. Y me siento muy agradecido, Teresa. Sé que hemos tenido momentos malos, pero quiero que sepas que no cambiaría nada. Tú me has ayudado a ser la persona que soy. Y yo jamás podría haber aspirado a conseguir la mitad de lo que he conseguido si tú no estuvieras aquí. Te lo debo todo, porque tú eres mi todo.

      —Pero bueno… ¿y esto a qué viene? —preguntó ella con la voz temblorosa, pues ahora era ella quien parecía no poder contener las lágrimas.

       —A que te pido perdón.

      —No tienes que pedirme perdón por nada.

      —Sí, Teresa, sí que tengo que hacerlo —dijo Ricardo mientras Kitty Allen comenzaba a cantar—. Perdón por todo, y gracias también por todo. Te quiero. Más que a nada.

      Después de compartir un suave beso, y de quedarse mirándose los dos a los ojos compartiendo sonrisas que rebosaban dulzura, juntaron lentamente sus cuerpos hasta quedar abrazados delicadamente el uno al otro. Y allí se quedaron bailando lentamente al ritmo de la música.

      —¿Qué piensas?

      Kino se sobresaltó al oír la pregunta de su padre. Se había quedado mirando la escena desarrollarse en silencio, descubriendo una profunda sensación de tranquilidad al ver a sus padres bailar lentamente en el salón de su casa. Kino se quedó pensando durante un rato en una contestación, y finalmente fue capaz de articularla.

      —No sé qué pensar…

      Ricardo se lo quedó mirando en silencio, suspiró, y únicamente dijo:

      —Bien.

      Y hasta que terminó la canción, los dos se quedaron en silencio observando a la pareja bailando lentamente, sujetándose con ternura el uno al otro. Después de eso, fue como si alguien apagase las luces de manera abrupta. Y lo próximo que vio Kino al abrir los ojos fue el interior de la Caverna.

      VI

      Kino estaba más que aburrido de ver imágenes de gente haciéndose fotos en el espejo del baño. Su búsqueda estaba siendo muy infructuosa y, presa del aburrimiento, estaba fumando más de lo que acostumbraba. Cosa que también provocaba que su mente estuviese algo embotada.

      Toda la tarde del sábado y el domingo desde que se despertó se los pasó delante del ordenador, buscando por las redes sociales algo que pudiese saciar su curiosidad. No se esperaba que le fuesen a salir tantos resultados de búsqueda después de poner «Cristina Teijeiro» en cada una de las redes sociales que él conocía. La mayoría de esos perfiles ni siquiera coincidían con el nombre y apellido al mismo tiempo, pero él seguía buscando y escudriñando fotos.

      No descartaba los perfiles que no viviesen en el distrito de Betanzos (que con la metropolización del litoral español fue como pasó a llamarse la zona donde antiguamente se encontraba el pueblo de Miño), pues era plenamente consciente de que la gente cambia de vivienda y de que también viaja.

      Por otra parte, también hubiese deseado que no fuera la persona tal y como se la había descrito Jaime. Si Jaime la hubiese tenido agregada en sus contactos habría resultado fácil. Pero como no la tenía, Kino optó por buscar también los perfiles de los antiguos amigos de la infancia de su padre, y de ahí extender la búsqueda. Aunque hubo los mismos resultados: poquísimos perfiles que coincidieran, y los pocos que coincidían eran de gente mucho más joven de lo que debía tener la tal Cristina o los viejos conocidos de su padre.

      En un principio se había pensado que no tardaría tanto en encontrar a aquella mujer, ya que Jaime le había dicho que había intentado acceder a la fama por medio de los programas de prensa rosa. Mas Kino no encontró nada, quizá por la poca relevancia que aquella fuente poco fiable había tenido, o quizá porque él no conocía ninguno de los programas de la época, y de los pocos programas de los que se conservaba contenido en las bases de datos online no había nada que hablase sobre Ricardo.

      Lo cierto era que Kino no hubiese podido decir si seguía buscando porque de verdad tenía la esperanza de encontrar algo útil para resolver el misterio de la doble vida de su padre, o si lo hacía por distraerse del otro asunto que poblaba sus pensamientos las veinticuatro horas del día: Marcelino Sampere.

      Le había gustado ver cómo su padre despreciaba a aquel ambicioso individuo, le había llenado de orgullo incluso. Pero lo descolocó el hecho de que le diese ideas sobre cómo influir en el mensaje de los medios de comunicación, y más aún que lo hiciera para quitárselo de encima, sin ganar él nada a cambio. ¿Significaba aquello que habrían llegado a trabajar juntos? Kino esperaba que no, aunque tampoco era que se le ocurriera una manera de comprobarlo más allá de preguntarle al propio Sampere. Y seguro que aquel capullo arrogante decía que sí o, más probablemente, que era Ricardo el que trabajaba para él.

      Hacía casi un mes que había conocido al Jefazo en su casa, y no había vuelto a tener noticias de él. Era poco probable que Sampere arrojase la toalla para descubrir de qué iba aquel proyecto del que había estado detrás durante tanto tiempo. De manera que Kino intuyó que le debía de estar dando un amplio margen para pensar en su oferta, pues se podía permitir tener un poco más de paciencia si había estado esperando casi cuarenta años.

      Parecía que Ricardo, el día que conoció a Sampere, había confirmado que este no sabía nada de sus intenciones, pero ¿habría podido cambiar esto con los años? Kino intentaba no pensar en eso ya que, al fin y al cabo, él tampoco tenía ni idea de cuáles habían sido las verdaderas intenciones de su padre. Eso habría facilitado mucho las cosas.

      Ricardo había sido capaz de guardar un secreto que, aparentemente, había sido de máximo interés para mucha gente durante muchos años. Y no solo eso, sino que también se lo había guardado en secreto a su familia. Kino se preguntaba qué posibles ramificaciones podría tener el proyecto AF01, pero también se preguntaba cuánto de sus recuerdos habría sido su padre capaz de ocultarle.

      Flotando