Los irreductibles III. Julio Rilo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julio Rilo
Издательство: Bookwire
Серия: Los irreductibles
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418996757
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mediados del 2003 Jaime y él se encontraban trabajando conjuntamente en el guion de una serie que habían conseguido venderle a Canal+, al no conseguir ni el menor interés por parte de las cadenas nacionales. Y no importó cuánto se esforzó por convencer a los productores de televisión de que las series eran el futuro del entretenimiento y que el paradigma iba a cambiar en pocos años, esa serie la tuvo que financiar él solo. O, mejor dicho, su productora.

      Ricardo era un fan declarado de Los Soprano, y devoraba semanalmente los capítulos a medida que se iba estrenando cada temporada. Esta era la serie que él utilizaba siempre como ejemplo para argumentar a favor de la evolución de las teleseries, pero solo consiguió que le prestasen atención los ejecutivos de la cadena gala. Que casualmente también era la cadena que, en aquella época, emitía la famosa serie.

      La serie por la que Ricardo tanto tuvo que pelear por sacar adelante se llamaba La habitación 727, y aunque todos los expertos le habían desaconsejado la idea a Ricardo por considerarla demasiado arriesgada, el tiempo volvió a darle la razón. La serie se centraba en la habitación de un hotel, y cada episodio estaba ambientado en una época diferente. Pero no solo eso, sino que los géneros también cambiaban de episodio en episodio tocando géneros tan dispares como la comedia, el terror psicológico, género negro o drama romántico. El reparto también cambiaba de capítulo en capítulo, pues cada episodio narraba la historia del huésped del momento en la habitación homónima. Solo algunos personajes aparecían en más de un episodio, y solo eran algunos trabajadores del hotel sobre los que se aplicaba maquillaje para reflejar el paso del tiempo.

      Esta serie contó con cuatro temporadas de seis capítulos cada una, y a partir de la segunda, Ricardo empezó a delegar más en Jaime las tareas de showrunner, ya que fue durante la emisión del tercer capítulo que Teresa volvió a romper aguas.

      A Kino se le hizo muy extraño ser testigo de su propio nacimiento, y sintió náuseas y mareos fruto del vértigo cuando se vio de recién nacido en los brazos de su madre (Ricardo tuvo el detalle de pasar por alto toda la experiencia en el quirófano, algo que Kino agradecía enormemente). A expresa petición suya, Ricardo avanzó rápidamente por el recuerdo de su alumbramiento, y pasaron directamente a ver cómo era el día a día a partir de que estuvieron los cuatro en casa.

      Kino se sintió dolido por la poca fiabilidad de sus propios recuerdos. Y es que él siempre había tenido el recuerdo de un padre ausente, pero lo que estaba viendo a través de los ojos de Ricardo era algo muy distinto. Desde el nacimiento de Raúl, Ricardo pasaría la mayor parte de los días trabajando desde casa, dándole a Teresa la ansiada oportunidad de reincorporarse a su trabajo. Y es que, a diferencia de Ricardo, su trabajo sí que le obligaba a hacer acto de presencia.

      A pesar incluso de que Ricardo decidió abordar un nuevo proyecto cinematográfico al poco de nacer Kino, eso no hizo que se apartara de sus labores domésticas, y se encargaba de las tareas del hogar, así como de cuidar a sus dos pequeños. El año próximo, Raúl empezaría a ir al colegio, pero mientras tanto los tenía a los dos en casa. Y sorprendentemente, aquello nunca fue un impedimento para que Ricardo siguiera avanzando en el guion que se traía entre manos.

      De todas maneras, aquella película no lo tenía particularmente enamorado, y a diferencia de la mayoría de sus producciones, esta la coescribió desde el principio con Jaime. Quien también aprovechó el tiempo que pasaba trabajando en casa de Ricardo para confraternizar con los hijos de su amigo. A Kino le hizo ilusión ver lo bien que se lo había pasado siendo todavía un enano jugando en los brazos de Jaime, a quien aparentemente se le daban muy bien los niños. Y lo cierto era que no sabía que conocía a Jaime desde tan pronto, pues la mayoría de los recuerdos que tenía de él habían sido en su adolescencia.

      La historia que ambos se traían entre manos sería la penúltima película que Ricardo dirigiría en su vida y, por primera vez, estaría plenamente basada en hechos reales. La película se llamaría El rey del butrón, y era la biografía de Ángel Suárez, alias Casper: el mayor ladrón de la historia de España. Especialista en butrones y asaltos a escondites de mafias para robar alijos. La cinta ofrecía un recorrido desde sus inicios como ladrón de barrio, su meteórico ascenso y enriquecimiento con la consecuente vida de lujos y despilfarros y codeos con la jet set de la época, para terminar con su dramática caída en desgracia al haber sido identificado por la mafia colombiana a la que había robado previamente. En cierta manera, su estructura recordaba un poco a Saliendo del hoyo, pero se notaba que Ricardo había tenido tiempo de refinar su técnica a la hora tanto de escribir como de dirigir. Poco antes de terminar la película era cuando Casper lo perdía todo: su fortuna, sus amigos (a manos de los narcotraficantes, que no olvidaban las afrentas) e incluso su mujer-florero, quien lo abandonaba después de haberle prometido innumerables veces amor eterno. Se quedó solo y sin nada, y así fue cómo se vio obligado a llevar a cabo el golpe más arriesgado hasta la fecha.

      —Él fue el del robo a las Koplowtiz —le dijo el fantasma de Ricardo a Kino, como quien hace una gran revelación. Aunque lo cierto era que a Kino aquel nombre no le decía absolutamente nada, por lo que se encogió de hombros y su padre continuó la historia—. Bueno, pues el caso es que ese fue su último golpe, en efecto. Pues gracias a ese robo, la policía fue capaz por fin de seguirle la pista hasta dar con él.

      —Entonces, ¿a ti te parece buena idea lo de dejar caer que fue el propio Casper el que hizo un robo chapucero para que lo atraparan a propósito? —le preguntó Jaime a Ricardo mientras los dos repasaban las notas de su guion en el salón del segundo.

      —Madre mía, Ricardo, ¿sigues emperrado en meter tus teorías conspiranoicas? —Jaime observó cómo Ricardo asentía con total seguridad—. En fin. Al menos esta es una historia con parte de realidad, no como la otra idea de guion que tenías sobre el comisario que prendía fuego al Windsor para librarse de documentos incriminadores de políticos —dijo mientras resoplaba, poniendo los ojos en blanco—. Pero ¿qué lógica tiene? El tío era un ladrón, ¿cómo consiguió documentos confidenciales de las cloacas del Estado? No le veo la lógica.

      —Bueno, está el trabajo que hace para Rodríguez Menéndez.

      —¡Anda! ¿Por eso fue por lo que insististe en meter esa secuencia? Se suponía que esto era una biografía, y tú estás yéndote casi a la ciencia ficción. Nos vamos a meter en problemas Ricardo, nos van a meter una de denuncias…

      —¡Pues les cambiamos el nombre a los personajes! Es sabido que Casper y Rodríguez Menéndez se movían en los mismos círculos, hay pruebas de su amistad. Además, no es como si nos fuera a denunciar por calumnias que está desaparecido y en busca y captura. Solo faltaba.

      Jaime se pasó una mano por la frente, frotándose los ojos como si quisiera despertar de aquello.

      —Está bien —concedió abatido—. Tú verás…

      —¿Tienes una faceta conspiranoica que desconozco? —le preguntó Kino al fantasma de Ricardo.

      —En absoluto, hijo. Es solo que quería aprovechar esta película para hablar de ciertos temas.

      —¿Por qué?

      —Pues porque pretendía que el público atase los mismos cabos que yo con la información de la que disponía.

      —¿Y sirvió para algo?

      —Sirvió, sí. Pero no para lo que yo quería. Hablé de corrupción, y expuse