Los irreductibles III. Julio Rilo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julio Rilo
Издательство: Bookwire
Серия: Los irreductibles
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418996757
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aquellas experiencias quedasen grabadas en la memoria de Rebe para siempre, y en que quisiera repetir. Pero algo diferente era el resto del tiempo que pasaban ocupados en cosas que no tenían nada que ver con el sexo.

      El miércoles se había quedado todo el día con él, lo que resultó ser un auténtico e inesperado ejercicio de paciencia. A Kino le sorprendió ver que Rebe, aunque era una chica graciosa e inteligente, la mayor parte del tiempo era una persona aburrida que pasaba más tiempo mirando la pantalla de su HSB que lo que tenía delante de sus narices. Aquello preocupaba a Kino, pero no le llegaba a molestar.

      Lo que a Kino sí le molestaba de Rebe eran sus incesantes quejas sobre la música que él ponía en su piso (aunque él nunca dijo nada de la música que ponía ella cuando estaban en su casa). No le gustaba ninguna canción de las que Kino tenía en sus listas de reproducción, y para ella todas eran «viejas», «sin ritmo» y, básicamente, «una puta mierda anticuada».

      Y aquello sí que no. Kino hizo la prueba de dejarle a ella escoger la música el viernes por la tarde, experimento que duró poco cuando ella optó por el treggaetón, único género que poblaba sus gustos musicales y listas de reproducción. Algo que Kino desconocía hasta el momento y que le produjo un gran desasosiego.

      El treggaetón había sido el siguiente e inevitable paso a la hora de crear música de consumo fácil para las masas. Una mezcla relativamente reciente de los dos géneros musicales más denostados por Kino: el trap y el reggaetón.

      Rebe se burlaba de Kino diciendo que la música que escuchaba él no tenía nada de ritmo, a diferencia de «autores» como Lil’-Twat o Moonskank. Kino, por otra parte, intentó convencerla de que una canción, además de ritmo, se suponía que también debía tener melodía y armonía, por no hablar de que se agradecía una letra con más de cuatro estrofas. Pero cuando vio lo infructuosos que sus argumentos resultaban en Rebe, decidió arrojar la toalla. Pero, aun así, no fue capaz de callarse su opinión particular, y era que si el mismo ritmo base se repetía en todas las canciones había que ir hasta el culo de python para aguantar más de dos seguidas.

      —Bueno, mejor python que esa mierda que fumas tú. Que no sé cómo puedes meterte eso en los pulmones.

      —Claro, es infinitamente mejor echarse ácido en los ojos.

      Y aquel fue el inicio de una nueva discusión. Porque si ya a Kino le molestaba que la gente le recriminase que siguiera fumando porros, le molestaba mucho más cuando lo hacía alguien que tomaba algo mucho más perjudicial para la salud que el cannabis. Como era el caso.

      Por suerte, aquel día no tuvieron demasiado tiempo de discutir porque Kino tenía que empezar a prepararse para ir a Industrias Lázaro para la próxima sesión. Y aunque la perspectiva de volver a meterse en aquella endemoniada máquina no le hacía ninguna gracia después de sufrir un shock como el de la semana pasada, en ese momento en particular agradeció la coartada para poder echar a Rebe del piso.

      IV

      —Al final no pudo ser —dijo Álex.

      —Pues no —respondió Ricardo—. Pero bueno, por lo menos este año «quedó en casa». Me alegro de que se lo lleve Alejandro. Ojalá el año pasado te lo hubieses llevado tú —concluyó poniéndole una mano en el hombro a Álex.

      Álex agradeció el gesto, pues el año pasado había estado a punto de ganar el Goya a la Mejor Dirección por La comunidad, pero al final no hubo suerte. En aquellos momentos observaban desde atrás a Alejandro Amenábar respondiendo diplomáticamente a todos los periodistas con el busto del pintor en su mano, en un tono correcto y apocado. Y lo cierto era que no le molestaba lo más mínimo haber perdido frente a un antiguo protegido suyo. Si había que ser sinceros, Los otros le gustaba mucho más que el Cementerio de piratas.

      —Las fiestas de Alejandro se hicieron famosas dentro del mundillo. Había de todo, eran un auténtico desmadre —decía distraído el fantasma de Ricardo.

      —Con lo tranquilito que parece —dijo Kino.

      —Tú lo has dicho: parece.

      —No parecía que estuvieras muy convencido de ganar.

      —No tenía ni la más mínima duda de que yo no me iba a llevar el Goya. Tú piensa que Cementerio de piratas fue la primera vez que me nominaron a la dirección. Y ni de coña fue mi mejor trabajo. Pero bueno, es lo que hay. Agradecí la publicidad, eso sí.

      —Te da rabia, ¿eh?

      —Pues claro que me daba rabia, Kino. Es muy frustrante que no te reconozcan tu trabajo. Pero también te concedo que, a estas alturas, esto era ya puro ego. Yo tenía mi reconocimiento en el público. Un reconocimiento constante y más que suficiente que me permitió siempre hacer lo que yo quería. O casi. Pero bueno. Sí que admito que por esta época ya no hice tanto.

      —¿Cómo que no? Si aún no habías creado Industrias Lázaro ni las mind-mallows.

      —Precisamente por eso. Los avances que hice en otros campos fueron motivados por las pocas ganas que tenía de seguir dedicándome al cine, la verdad.

      —¿Te desilusionaste?

      —No exactamente.

      Mientras Ricardo hablaba, el recuerdo de su padre con cuarenta y cuatro años se despedía disimuladamente de sus amistades más cercanas, procurando no llamar la atención de ninguna cámara ni periodistas.

      —¿Te vas ya? —le preguntó Javier Fesser—. Si ahora viene lo mejor.

      —Qué va, Javier —contestó Ricardo sonriendo amablemente—. Me voy para casa. Que tengo a Teresa esperándome con el peque.

      —Ah, ya decía yo que no la veía por ningún lado. Pues dale recuerdos de mi parte. Y cuídala, que es una auténtica Joya.

      Ricardo se despidió de Javier riéndole el chascarrillo. Y se dirigió caminando hacia el Campo de las Naciones, donde contaba con encontrar un taxi, ya que el chófer que había contratado para llegar hasta allí en limusina ya había terminado su jornada y se había ido.

      —No fue que me desilusionase —continuó el fantasma de Ricardo—. Pero sí que cambiaron las cosas. Aquella noche no contaba con que me diesen ningún premio ni a mí ni a mi película, pero no era aquello a lo que había ido a la Ceremonia de los Goya. Aquella noche había presente un productor de la Warner que venía de Estados Unidos, y yo me había intentado aproximar a él en varias ocasiones. Pero en todas hubo alguien que se metía en medio y se lo llevaba aparte. Aquello me frustró mucho, ya que uno de mis sueños siempre fue irme a Hollywood y hacer una película de Batman. Y la Warner era la que tenía los derechos de DC, pero no solo eso, sino que habían llegado hasta mí rumores de que se encontraban en procesos de planificación de un reboot de la serie y buscaban a un nuevo director que contrastase con Joel Schumacher.

      —Y tú querías aprovechar la ocasión para hacerle un pitch al productor.

      —Exacto.

      —Yo pensaba que a ti te gustaba más Superman.

      —Claro, pero quería empezar con Batman y seguir con Superman. La idea era hacer películas dentro del mismo universo, como haría Marvel años más tarde. Pero no pude. Y después, esa misma noche me enteraría de por qué fue que no pude. Hubo alguien que se metió por medio.

      Ricardo aún no se había alejado del Palacio de Congresos, y rebuscaba en los bolsillos interiores de su frac el mechero, mientras maldecía entre dientes con un Ducados en los labios.

       —¿Necesita fuego?

      Ricardo se giró para ver quién le hablaba, y se encontró ante él con un tipo unos diez años más joven que él y algo bajito, de piel morena y curtida, que le alcanzaba un mechero. Respiraba entrecortadamente y unas gotas de sudor asomaban por su frente, por lo