Los irreductibles III. Julio Rilo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julio Rilo
Издательство: Bookwire
Серия: Los irreductibles
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418996757
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en mis películas, los medios se esforzaron por restar credibilidad a la prensa acusándoles de dejarse llevar por fantasías, y de copiar noticias de argumentos de películas.

      —¿Pero había pruebas?

      —Ya te digo que había. Discos duros enteros llenos de pruebas en las sedes de los partidos.

      —¿Y no sirvió de nada?

      —De nada en absoluto. A la gente la terminaron por convencer, por medio de un constante bombardeo mediático, de que no existían tales pruebas y de que los hechos no eran más que invenciones de la prensa amarillista. Y por supuesto, la Fiscalía nunca consideraba que había suficientes indicios para abrir una investigación, «me pregunto por qué». Y la rueda siguió girando.

      —Madre mía… Pues sí que es viejo el invento de la posverdad.

      Ricardo soltó un bufido malhumorado.

      —Luchar contra la desinformación y la propaganda es como mear con el viento de cara.

      —Pero hay una cosa que no entiendo —dijo Kino.

      —¿El qué?

      —¿Cómo era que tú estabas al tanto de todas esas tramas, conspiraciones y demás? ¿Cómo es que tú tenías esa información privilegiada?

      —Yo no tenía información privilegiada, Kino —respondió Ricardo con una sonrisa misteriosa—. No hace falta tenerla para saber qué es lo que está pasando. Las pistas están ahí, solo hay que saber buscar. Atar cabos.

      —Pues o tú atas cabos mejor que un marino, o la gente estaba muy dormida, ¿no?

      —¿Qué te hace pensar que han despertado?

      —Bueno… me parece obvio. Hoy en día tenemos al alcance de nuestras manos más información que nunca. Por lo tanto, es más fácil que nunca estar bien informado.

      —No sabes cuánto tiempo llevo oyendo lo mismo —replicó Ricardo cansinamente.

      Kino miró a su padre confundido, pero Ricardo no respondió. Dio un suspiro y pareció concentrarse, y de repente el entorno alrededor de ellos cambió, y Kino se encontró con una imagen lejanamente familiar.

      Estaban una vez más en la Ribeira de Miño, y un joven Ricardo de catorce años leía sus historias para sus amigos, Jaime y Ramiro. En aquellos momentos, Jaime miraba al horizonte con mirada soñadora y aunque hablaba con vehemencia se preocupaba de no alzar la voz.

      —Joder —comenzó Jaime volviendo a bajar la voz para que solo le oyesen sus amigos—, qué ganas tengo de que se muera el enano de una puta vez y se acabe la dictadura.

      —¿Por qué?

      —¿Cómo que por qué, Ramiro? ¿No nos ves hablando en voz baja por miedo a que alguien nos escuche? Si pasara por aquí un gris nos podría decir que «circulen» por ser un grupo de tres personas hablando. ¿No tienes ganas de vivir en un país donde puedas decir libremente lo que piensas?

      —Pues… supongo que sí —dijo el que, de los tres que allí se encontraban, menos tiempo al día dedicaba a pensar en tales menesteres.

      —Pues eso, Ramiro. No puedo esperar a que la palme el enano para que se termine la dictadura y para que se acabe la censura. Imagínatelo. Imagínate vivir en un país donde no solo podamos expresar nuestro pensamiento libremente, sino que también tengamos libre acceso a la información. Que no haya nadie controlando lo que leemos o lo que vemos. Con acceso a la información a la que nosotros queramos acceder, podría haber por fin una educación de calidad, un sistema educativo que sirviese para algo, no como la mierda que tenemos ahora. Que nos enseñaran a pensar en vez de a memorizar. El fin de la censura significaría el fin del analfabetismo, y un pueblo culto y bien formado no puede ser controlado. Por eso hay tanto analfabeto funcional, porque al régimen no le conviene enseñar a la gente a pensar.

      Cuando Jaime hubo terminado de hablar, el entorno cambió una vez más, y Kino y su padre volvieron a encontrarse en el salón de casa de sus padres. Jaime y Ricardo seguían debatiendo qué rumbo debía tomar cada escena, pero Kino no hacía caso.

      —¿Por qué me has vuelto a enseñar eso ahora? —dijo pasándose una mano por la frente. Se sentía mareado, como si acabara de hacer un gran esfuerzo.

      —Para que veas. Uno no es verdaderamente consciente del poder manipulador de los medios hasta que ve sus efectos a lo largo del tiempo. ¿Acaso te crees que Jaime era de los que sí creían que el Gobierno era corrupto? —Ricardo hizo una pausa y negó con la cabeza con gesto severo—. Él votó siempre al mismo partido, sin importar a cuantos cargos pillasen con las manos en la masa en cualquiera de sus múltiples chanchullos.

      Kino volvió a mirar la estampa del salón, asimilando poco a poco las palabras de su padre y dejando que calaran lentamente. Aquel hombre tan despierto, que en esos momentos jugaba con Kino y con su hermano, aquella persona tan aguda y avispada, que tantas inquietudes había tenido de joven… ¿había terminado por convertirse?

      Kino se preguntó también si Jaime se consideraría a sí mismo como una persona bien informada. Él sí lo hacía, pero porque Kino sí que sabía a ciencia cierta que él sí que era capaz de discernir noticias falsas de verdaderas. Al fin y al cabo, él había trabajado en el mundillo y conocía sus entresijos. Su ritual informativo consistía en analizar la misma noticia siempre desde los dos periódicos situados en cada extremo del espectro ideológico, y después contrastar información con algunos titulares más neutros de medios no tan radicales. Era un proceso largo y tedioso, pero a su juicio era la única manera de estar bien informado sobre las cosas que ocurrían en el mundo.

      Pero también recordó la conversación que habían mantenido su padre y el Jefazo después de la Ceremonia de los Goya sobre las cadenas de televisión, y una nueva pregunta se coló en su ya atribulada mente: si al fin y al cabo siempre es la misma gente la que escribe los titulares, independientemente de la supuesta ideología a la que se adscriba cada medio, ¿hay acaso una posibilidad real de saber lo que pasa?

      _______________

      VIII

      Los días iban pasando rutinariamente, y por primera vez en su vida Ricardo pasaba más tiempo en casa que preparando sus producciones. Después del estreno de El Rey del Butrón, Jaime y él comenzaron a trabajar en el guion de la última película que él dirigiría: Regreso al Hogar.

      Esta sería una cinta de ciencia ficción que seguía la vida de un joven normal y corriente que vivía en Valencia. Un buen día, sin darse ninguna explicación en toda la película de por qué ocurre, dejan de funcionar todos los aparatos electrónicos. Se dejan caer varias explicaciones sobre este acontecimiento como descargas solares o pulsos electromagnéticos (provocados quizá por una explosión nuclear cercana), pero ninguna explicación resulta definitiva. Y en la primera media hora de película, se reflejaba una rápida decadencia de la sociedad al derrumbarse todos los organismos e instituciones oficiales, por no hablar de los efectos que tiene la ausencia de aparatos eléctricos en una sociedad completamente dependiente de la tecnología.

      En poco tiempo, la sociedad se desmorona en el medio del caos y la anarquía, y el paisaje nacional se convierte en un páramo postapocalíptico plagado de escasos grupos de supervivientes y numerosas tribus de saqueadores y maleantes. En medio de toda esta decadencia, el protagonista de la historia, Luis, inicia una odisea personal por regresar con su familia, que se encuentra en Galicia, sin saber nada de ellos, pues las comunicaciones fue lo primero que se perdió cuando desapareció la tecnología. La mayor parte de la película contaba cómo se iba convirtiendo poco a poco en un superviviente de la carretera, y cómo hace frente a los innumerables peligros desencadenados por el colapso