Vida campesina en el Magdalena Grande. Fabio Silva Vallejo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Fabio Silva Vallejo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789587463484
Скачать книгу
es, a título precario), por lo que se puede inferir que son las tierras de los pequeños colonos roceros que, desde mediados del siglo pasado, ascendían hacia el norte por la Serranía de Perijá. También está Valledupar con una amplia población campesina con títulos precarios (aparcería y colonato) y, en menor medida, campesinos con pequeñas fincas de menos de cinco hectáreas. En el mismo período se da una intensa colonización de la Sierra Nevada en su vertiente suroriental, especialmente en las tierras bajas de los indígenas arhuacos y kankuamos que se creían protegidos por las espesas selvas del piso cálido. Sin embargo, en muy poco tiempo se ocupó toda la parte de Pueblo Bello y de Atanquez, la mayoría de las tierras en ganadería luego de haber acabado con la selva o monte alto. Solo se detuvo esta colonización con la expedición, por parte del entonces Ministerio de Gobierno, de la resolución 02 de 1973, por medio de la cual “se demarca la Línea Negra o zona teológica de las comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta” (Ministerio del Interior, 1973, p. 35).

      Esta colonización estuvo alimentada también por trabajadores rurales que venían a recoger algodón de los cultivos mecanizados que, por esa época, se desarrollaron ampliamente en el valle del río Cesar; estos trabajadores vieron la oportunidad de dedicarse a la rocería tanto en la Sierra Nevada de Santa Marta como en Perijá.

      Desde un poco antes de mediados del siglo XX se tiene noticia de la colonización de la vertiente occidental de la Sierra Nevada en las regiones de San Luis y el Mico, pero solo es hacia 1960 cuando empieza el auge del café como cultivo principal en la hacienda California, fundada con capitales nacionales sobre las tierras de los indígenas y San Pedro de la Sierra, que luego se amplió hacia Palmor, desalojando completamente a los indígenas de esta parte de la Sierra Nevada (Krogzemis, 1967).

      Otra de las colonizaciones más prósperas por la misma época fue la de los ríos Manzanares y Gaira, buscando tierras cafeteras en donde se fundaron fincas de más de 50 hectáreas de café (como Cincinatti y Jirocasaca) con relativo éxito. Otra colonización rocera de comienzos del siglo XX se da en la vertiente norte de la Sierra Nevada de Santa Marta, en inmediaciones de Río Ancho y Don Diego hacia las tierras de los indígenas Kággaba; esta solo logró ocupar las tierras bajas por parte de grupos de afrodescendientes de Dibulla y La Punta. También hay que anotar que, si bien se trató de una colonización rocera, no inicia con esta intención pues lo que se buscaba era fundar plantaciones como las de las demás islas del Caribe insular (Barbados, Jamaica, Martinica, Guadalupe, etc.). Al menos en tres ocasiones inmigrantes franceses, bajo la dirección del geógrafo francés Elisé Reclus, en 1855, Jean Elie Gaguet, en 1873, y, posteriormente, el antropólogo Joseph de Brettes, en 1890, se intentaron instalar sin ningún éxito (Krogzemis, 1967).

      Pero el área de la Sierra Nevada de Santa Marta de más reciente colonización rocera se encuentra también en la vertiente norte, entre el río Piedras y el río Palomino, impulsada por la construcción, en 1972, de la vía que comunica a Santa Marta con Riohacha. Sin embargo, amplias zonas empezaron a ser ocupadas por campesinos, especialmente en las cercanías de Santa Marta, en el Parque Tayrona y hacia los ríos Guachaca, Buritaca, Mendiguaca, Palomino y Río Ancho, en La Guajira actual. Esta colonización de campesinos venidos del interior —especialmente santandereanos, tolimenses y algunos antioqueños— ocupó muy rápido la vertiente norte en la parte baja, logrando algunos campesinos ascender y pasar las tierras ya delimitadas como “línea negra” en territorio Kággaba. Estos campesinos se instalaron y su apoyo a los grupos paramilitares para luchar contra la guerrilla, que limitaba sus avances para las siembras de marihuana y coca, los llevó a conformar una de las ramas mejor organizadas del paramilitarismo en Colombia, hasta el punto de que se enfrentó a los comandos centrales de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia). Finalmente, se acogieron a los términos del proceso de Justicia y Paz en 2006; sin embargo, estos campesinos siguen manteniendo un control sobre la vertiente de la Sierra Nevada de Santa Marta.

      También es necesario anotar que este proceso de colonización rocera en el Magdalena Grande se detuvo brutalmente desde el enfrentamiento entre guerrilla y paramilitares con población campesina interpuesta, hacia el año de 1990, ya que la mayor parte de los muertos los pusieron los campesinos y no los grupos en contienda. Mediante masacres y acciones de retaliación de parte y parte de los combatientes la mayoría de los colonos que quedaron vivos fueron desplazados.

      Hoy se puede decir que el campesino rocero no existe en el Magdalena Grande y que se extinguió porque la frontera —es decir, las selvas de los baldíos nacionales— fue apropiada a la fuerza por los “señores de la guerra” de todas las facciones (Duncan, 2006), lo que no se podría llamar la clásica descomposición del campesinado, sino su violenta desaparición física.

      Asentamientos de grupos afrodescendientes

      Estos pequeños asentamientos nucleados de grupos de campesinos, en su mayoría afrodescendientes, se ubicaron en su mayor parte en las llanuras del Caribe, conformando una red entre los intersticios de las grandes haciendas ganaderas y tratando de explotar pequeñas parcelas de tierra que lograron conservar después de numerosos reasentamientos hechos durante el siglo XVIII, subsistiendo a la dominación colonial y republicana a partir de la siembra de cultivos de pancoger para su subsistencia y trabajando temporalmente en las haciendas ganaderas cercanas.

      Sin embargo, si se analiza la ubicación de estos pequeños asentamientos rurales nucleados en la extensa geografía del Magdalena Grande se puede ver que Valledupar, por ejemplo, tiene 23 corregimientos, cerca de 40 inspecciones de policía rurales y por lo menos unos 60 poblados de menos de 300 habitantes (es decir, unas 50 familias de 6 habitantes en promedio). Con Santa Marta sucede lo mismo en las tierras bajas de la Sierra Nevada. También desde Riohacha hasta San Juan del Cesar, en los valles de los ríos Ranchería y Cesar; es decir, en toda la Media y Baja Guajira la mayoría de los 200 pequeños poblados son campesinos claramente diferenciados de las rancherías indígenas, por su organización lineal o su malla “urbana” en cuadrícula, con plaza principal.

      ¿Cómo surgió esta “polvareda” de pequeños asentamientos?

      Seguramente, como lo afirma Marta Herrera, de los deseos de libertad que siempre mantuvieron “los libres de todos los colores” durante la colonia, quienes no se dejaron confiscar sus pocas tierras durante la Primera República (en el siglo XIX) que llegó hasta la Constitución de 1886, ni por la Segunda República, que llegó hasta 1991 y que para algunos sectores de la política aún no existe.

      No obstante, en general, como lo señala Diana García (2016), el estudio de pequeños asentamientos nucleados, rurales, no cabía en la historia económica y social, pues fuera de la fuerza de trabajo que aportan a las grandes haciendas ganaderas ni siquiera eran tenidos en cuenta como pequeños productores rurales de auto subsistencia. Solo empezaron a aparecer en las crónicas judiciales de los años de 1970, pero como invasores de tierras ociosas. Posteriormente, en los años de 1980, hacia finales del siglo XX, constituyen las noticias más importantes de la crónica roja de la prensa nacional y regional como los lugares en donde se desarrollan las masacres más aterradoras de la historia del conflicto armado colombiano.

      La mayoría de estas masacres fueron cometidas con el argumento de evitar que los comunistas invadieran las tierras prometidas por la reforma agraria. Para los militares, estas gentes humildes estaban apoyadas por guerrillas de todo tipo que se tomaron el poder por las armas, por lo que era correcto suponer que todas las personas pobres y sin tierras que trabajaban como obreros en las haciendas o que reclamaban los derechos prometidos por la reforma agraria también eran comunistas o, por lo menos, “colonos de mala fe” en el argot de las notarías y las inspecciones de policía. Sin embargo, tal vez la razón más importante fue la de someterlos por la fuerza a reasentarse en las ciudades o a situarse cerca de las plantaciones que se empezaron a desarrollar a fines del siglo XX, especialmente de palma africana, como mano de obra barata, temerosa y dócil, lo que parece haberse conseguido en amplias regiones como, por ejemplo, en el caso de Guacoche, Cesar.

      Pescadores y agricultores