Seguidamente, el señor Luis me mandó sacar otro potro que ya conocía por meterlo a diario en el caminador. Lo solté en el picadero circular y, recordando la conversación anterior, vi en él todo lo referente a un potro tranquilo y noble. Sus tres aires naturales me parecieron, dentro de mi ignorancia, los más correctos y, mirando a mi maestro, dije:
–Señor Luis, este potro podría tener lo que usted me ha comentado que debe reunir un potro para la doma, ¿pero, no está falto de clase?
–Ese es otro gran error que cometen muchos aficionados: confunden clase y temperamento con nervios. Este potro tiene clase para dar y vender, lo que sucede es que no se la ves por su carácter noble y pacífico. Sin embargo, los que dices ver con clase, tienen un miedo histérico a todo lo que les rodea, y esos animales deben ser desechados porque solo te acarrearán problemas y disgustos. Ojo, debes saber diferenciar los nervios de ese potro, dependiendo del nivel de trato que tenga con el hombre, porque lo mismo es realmente miedo lo que tiene, pero miedo a lo desconocido por su estado salvaje y no por haber tenido contacto con el hombre. Ese miedo le hace tener nervios, pero unos nervios que con el trabajo diario se transformarán en calma y confianza.
–¿Podría ser este potro un futuro caballo de alta escuela?
–Podría ser, sí, pero eso no lo sabremos hasta que empecemos a trabajarlo y estudiarlo día a día. Son muchos los que prometen y pocos los que llegan; la mitad se quedan en el camino, pero eso lo averiguaremos echándole encima horas y profesionalidad.
»Aquí quiero aclararte un detalle que muchos no entienden, y es que algunos amigos te pedirán que los acompañes para comprar un potro y les ayudes a elegir. Nosotros podemos decir cómo es superficialmente, si tiene buenas extremidades, buen dorso, buen cuello, sobrehuesos en las cañas, vejigas en los corvejones, buen ojo, buen pelo, y sobretodo que no se le vean síntomas de enfermedad. Pero si es propenso a cólicos, por ejemplo, eso no lo sabe nadie; solo el dueño y el veterinario que lo trató. Nunca puedes afirmar con seguridad que será algo en el futuro porque las cualidades que ese animal lleva dentro solo se sabrán cuando empieces a trabajarlo en el picadero. Pero no es nuestro caso –dijo señalando al potro que estaba suelto en el picadero redondo– ya que este está criado en la ganadería y lo conozco desde que nació. Bien, ya tenemos un potro para enfocarlo en alta escuela. Ahora vamos a casa de un amigo que reside cerca; tiene unos potros muy buenos y puede que escojamos alguno para la vaquera.
Como dijo mi maestro, escogimos un potro español de la ganadería para la alta escuela, porque, según él, son los mejores para realizar los ejercicios de máxima reunión, y el potro escogido rozaba la perfección física, tenía una preciosa capa castaña, sus extremidades y tendones eran fuertes, finos y con unos cascos bien conformados y aplomados, el dorso corto, algo dulce, pero que es lo aconsejable, ya que estos suelen moverse bien y son cómodos. Los que lo tienen recto son muy rígidos y producen resistencia al trabajo y los demasiados hundidos, llamados ensillados, son muy flojos y tienden a tener dificultades a la hora de realizar los ejercicios en dos pistas. No sabía a qué se refería, pero eso me lo dijo en aquel momento y con el tiempo comprendí su explicación. También tenía un cuello arqueado como los cisnes, la garganta fina y la cara acorde a su volumen, orejas vivas y atentas a todo, la grupa fuerte y redonda con una pequeña caída en la cola, que según me dijo el señor Luis era síntoma de fuerza y le haría de buen eje y tener capacidad de equilibrio para soportar los ejercicios superiores cuando llegase el momento. También lo adornaba una bonita y espesa cola que junto con las crines le daban un toque de belleza.
A poco más de media hora de carretera con el coche llegamos a un lugar donde, según mi maestro, encontraríamos un potro para la vaquera. Era donde un tratante, un gitano de pura cepa. Al verse con mi maestro los dos se saludaron con un fuerte apretón de manos.
–¡Qué tiempo sin verte, amigo Luis!
–¿Qué tal, compadre Manuel? Parece que los años no pasan por ti, siempre estás igual –Y señalándome a mí, le dijo:
–Mira, te presento a Juan, un chico aficionado a los caballos y que ha entrado a trabajar en la yeguada. Juan, este es don Manuel Santos
–¿Qué tal, Juan? –me dijo a la vez que me tendía la mano para saludarme–. Me alegro de que al fin alguien haya sacado de su refugio al bueno de Luis. –Y volviendo al maestro, añadió–: ¿Y qué os trae de bueno por mi humilde casa?, si se puede saber; ya sabes que mi casa es la tuya.
–Muchas gracias, amigo Manuel. Mira, veníamos para ver si tenías un buen potro para la vaquera. Quiero que Juan aprenda y me he acordado de que tú siempre has tenido fama de tener los mejores potros de toda la zona por tu buen ojo clínico a la hora de comprar.
–Muchas gracias, Luis, se agradece. Mira, precisamente tengo tres potros y lo mismo te puede valer alguno de ellos. Vayamos a verlos.
Pasamos a la parte trasera de su vivienda donde pudimos contemplar tres potros de tres años cada uno. Estaban bien de carnes y cerreros; solo se dejaban tocar un poco la frente cogiéndolos por una cuerda que arrastraba de los cabezones.
–Llevan aquí una semana. Sueltos del campo los encerramos en una mangada y en el cepo les puse el cabezón con este trozo de cuerda para poder cogerlos, después los embarqué en dirección a mi casa y aquí están. Todos los días los cojo por el trozo de cuerda y les acaricio la cara; ya se dejan tocar un poco. Estaban cerreros del todo, pero no se les ven malas acciones. ¿Y bien, qué me dices de ellos? –dijo el señor Manuel con todo el entusiasmo de querer hacer un trato.
–Me gustan, son buenos potros. Me suenan sus hechuras, ¿puedo saber de dónde proceden?
–Claro hombre, se los he comprado a don Agustín Delgado. Creo que tú conoces la genética de estos potros; si no recuerdo mal, las madres le fueron compradas a don Gregorio Pérez, pero son cruzados. El padre es un anglo-árabe, pero no puedo decirte nada más, solo que son muy buenos potros y que no encontrarás otros así en toda la comarca.
Después de repasarlos detenidamente, y hacerles moverse de un lado para otro en sus tres aires naturales, ya que por su estado de cerreros no se les podía hacer nada más, el señor Luis dijo:
–Bien, ya están vistos. ¿Podría ver la documentación de los potros? –Y, mirándome, sin que el señor Manuel Santos se diese cuenta, me guiñó un ojo. Entendí en ese momento que alguno de los potros le había gustado y que no quería dar muestras de interés.
Cuando el señor Manuel se retiró a por los papeles, mi maestro me dijo que había uno que le atraía más que los otros dos, y quería comprobar la documentación para saber si coincidía con lo que él sospechaba. En ese momento me explicó, para darme una lección:
–Cuando vayas a comprar un potro nunca muestres demasiado interés o necesidad; es lo que suelen aprovechar los tratantes para sobrevalorar el producto. Has estado demasiado emocionado; debes controlarte y nunca preguntes al que va contigo si le gusta lo que ves, porque le obligas a hablar delante del propietario. Si son cosas negativas, a nadie le gusta que alguien hable mal de sus animales delante suyo. Y por el contrario, si es lo que buscas, no está mal decir virtudes, pero con moderación; el precio que tiene pensado pedir el dueño puede variar por una frase o una pregunta mal interpretada.
»Y, de estos tres potros ¿cuál te gusta más?
–Los tres me gustan, pero puesto a elegir, quizás ese –le dije señalando al más grande.
–Dentro de lo bueno es a mi parecer el más inferior. Fíjate, es largo de cañas, lo que se suele decir, lejos de tierra, y si buscamos un potro para la vaquera, tiene que estar pegado al suelo y los neumáticos ser firmes y sólidos; no me convence al lado de los otros. Pero mira ese, el castaño –me dijo señalando a uno de ellos–; la cruz la tiene muy destacada pero el nacimiento del cuello es bajo, el equilibrio nunca será bueno y siempre tenderá a volcarse y pesar en la mano; además, el dorso es un poco largo.