–Amigo Juan, está feo decirlo, pero ahí es cuando un jinete se juega la vida. Los animales prueban siempre, a veces para no trabajar, y si se dan cuenta de que se salen con la suya, al día siguiente más, hasta que llega el día en que no quieren trabajar y se defienden. Eso les ha ocurrido a todos los jinetes del mundo; algunos progresan por repetición pero nunca sentirán la sensación de tener un caballo domado. Aquí es donde reside la grandeza de nuestra doma española: en ese sometimiento que es decirle al animal que es el jinete el que piensa y el caballo el que ejecuta, no hay más.
–¿Me está hablando de pegarle al animal?
–No, no es eso lo que he querido decir. Pegar es maltratar; yo me refiero a una corrección. Ten presente que el caballo posee una gran memoria; por lo tanto sabe cuándo, cómo, por qué y de qué manera le estás castigando. Le das a entender por qué le has castigado en el momento justo en que se lo ha merecido, lo paras y si lo acepta lo acaricias y seguidamente lo ignoras; verás cómo acabará aceptando. Si le castigas pasado el momento, todo será en vano, ya que él jamás comprenderá el porqué de ese castigo, lo que le ocasionará ciertos trastornos mentales que le afectarán en otros aspectos incluso ajenos al motivo principal.
–Maestro, ¿no cree que hoy nos hemos pasado de tiempo con «Campero»?
–¿Tú crees? Él está a gusto suelto; piensa que el resto del día está encerrado en su cuadra. Esto para él no es trabajar, sino un recreo, aunque en realidad forme parte de nuestro programa de entrenamiento. Él sabe que en estos momentos está mejor que en la cuadra, pero su instinto le dice que se quiere venir conmigo y que le lleve dentro, ya que es la rutina que le hemos inculcado estos días. Mira, verás.
El señor Luis se acercó lentamente al potro estando totalmente suelto y, haciendo el mismo gesto que cuando tenía la cuerda se acercó, lo acarició, se giró y dio unos pasos lentos. De pronto el potro, creyéndose atado por la invisible cuerda, lo siguió por todo el circular. Con una indicación, mi maestro me mandó abrir la puerta y, cuando estaba abierta, se dirigió a la cuadra del potro y este, sin dejar de seguirlo, entró tras él. Me quedé con la boca abierta; no sabía qué decir. El señor Luis, cerrando la puerta de la cuadra, me dijo:
–¿Te das cuenta, Juan, de lo que se consigue por las buenas con la confianza mutua y sabiendo hacer las cosas en el momento justo? Los caballos tienen su propio lenguaje y signos que muchos ignoran por no querer escucharlos. Ellos mandan señales y esas señales son las que yo he comprendido que me decía cuando estaba suelto.
–¿Me está tomando el pelo? ¿Cómo que mandan señales?
–Claro, mira, ellos mueven las orejas, señal de estar atentos; bajan la cabeza, como diciendo ya me quiero ir contigo; en el circular las vueltas cada vez se cierran más, señal de que espera que lo llames; y quizás la más importante de todas, chascan con la boca y sacan la lengua, señal de que esperan de nosotros la aprobación de que los protegeremos, ya que ellos, animales herbívoros, también son animales de manada y buscan nuestra compañía, que les brinda protección. Todo esto está muy bien, pero ellos no entienden eso de que tú te subas a su lomo y tengan que hacer lo que les pidamos; eso es otra historia que, aprovechando esta base, podremos conseguir con mucha más comodidad sobre la confianza mutua.
Pasaron varios días repitiendo la misma rutina, pero intercalando los trabajos. Un día suelto, un día de descanso, otro día cuerda con el cabezón y otro día con el serretón; ese día solía ser el más didáctico y donde más se presionaba a los potros, ya que, como me decía mi maestro, era la antesala a ponerles la montura. El alternar el trabajo hacía que trabajasen con alegría y no se mecanizaran por repetición pues les obligaba a fortalecer la mente y estar siempre pendientes de nosotros.
Fue entonces cuando el señor Luis me comentó que era el momento de castrar a «Campero». Le pregunté por qué y él me contestó:
–El potro tiene tres años, es joven y al ser cruzado y a la vez destinarlo a la vaquera es mejor tenerlo castrado. Es absurdo domarlo entero para castrarlo después. Si se castra ahora pondrá más atención, no se desconcentrará, como suele ser habitual en los sementales. Pero sobre todo su físico se transformará en la típica jaca vaquera. Se puede comparar con un toro y un buey: se feminizan, su cuello se pone más fino, al desaparecer las hormonas masculinas que se acumulan en ese lugar, y las grupas se les ponen más anchas y redondas. Incluso los movimientos suelen ser más cadenciosos y menos temperamentales.
–¿No perderá fuerza al castrarlo?
–Eso no es cierto, al contrario. Con el trabajo diario y la gimnasia acabará poniéndose tan fuerte como otro caballo cualquiera. Es más, me atrevería a decir que incluso más fuerte, ya que utiliza la fuerza cuando se requiere, al contrario que muchos sementales, que se desgastan por la influencia de otros animales a su alrededor.
Al día siguiente el señor Luis llamó al veterinario que realizaba los servicios en la finca y «Campero» fue castrado. Tras unos días de reposo, paseos, tratamientos medicinales y agua templada en la ingle para hacer bajar la inflamación, volvió a la rutina diaria en el circular.
6. El jinete a la cuerda
Jesús Domínguez y Marta Ariza, jinetes profesionales y jueces de monta española.
Durante el mismo tiempo que trabajábamos a los potros a la cuerda, mi maestro me daba clase con una de las yeguas que recogimos de la piara. Esta era muy mansa y estaba muy domada; iban a la cuerda correctamente, como los caballos de volteo, y por ello la eligió para enseñarme a tener asiento, posición y equilibrio, antes de subirme en los potros.
Teniendo a la yegua perfectamente equipada con todos los arneses en el centro del picadero redondo, el señor Luis me dijo:
–Amigo Juan, lo primero que debes hacer es revisar si todo está en perfecto orden de revista, es decir, si la montura está en su sitio correctamente, justo en el dorso del animal, ni encima de la cruz, ni en los riñones; eso es muy importante para poder obtener una buena posición, porque de lo contrario la yegua no ejecutará bien los aires por incomodidad y en consecuencia te desequilibrarás. Que la cincha esté en su justa medida de presión; no muy floja, porque se puede girar y acabar en la barriga, ni muy apretada, porque le puede cortar la respiración y puede tirarse al suelo y tú acabar preguntándote qué ha ocurrido; esto con el jinete arriba puede ocasionar un grave accidente. Lo mismo la baticola. Cuando la tengas puesta metes los cuatro dedos entre la baticola y los riñones del animal y si caben lo justo es que está correctamente puesta. Los estribos se miden poniendo la punta de los dedos de la mano en la hebilla y acercando los estribos a tu sobaco; esa es la medida estándar, aunque como mejor se sabe es una vez arriba y con ambos pies descansando en los estribos, apreciando la colocación de las rodillas un poco flexionadas, pero con las piernas ni muy encogidas, ni exageradamente estiradas.
–Maestro, ¡pero si la montura no tiene estribos!
–Pensé que no estabas poniendo cuidado –me dijo sonriente–. Es como se debe empezar a montar: sin estribos adquieres mejor posición y equilibrio. Aprenderás a dominar todo tu cuerpo, tener calma y paciencia, pero sobre todo a ser flexible y eliminar toda rigidez; de lo contrario te será imposible llegar algún día a ser un gran jinete.
Me dijo que me colocase paralelo a la yegua y mirando la montura. Mi maestro, de espaldas a mí, me pidió que le diese el pie izquierdo, para ayudarme de un salto a subirme en el animal. Este era muy dócil y no se inmutó, a pesar de que mi cuerpo cayó a plomo sobre la montura.
–Cuando realicemos esto varias veces verás con qué facilidad te alzas y te sientas en la montura con delicadeza y suavidad, o al menos es lo que hay que intentar. Para eso tenemos la famosa frase que dice «para jinete nuevo, caballo viejo y para jinete viejo, caballo joven». Te has dejado caer en la montura como el que no puede con su cuerpo,