El aprendiz de doma española. Francisco José Duarte Casilda. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco José Duarte Casilda
Издательство: Bookwire
Серия: Estilo de vida
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9788418811128
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las fotografías era que en todas ellas aparecía el mismo jinete: un hombre joven, alegre, delgado y que encima del caballo parecía una estatua, el centauro más perfecto que jamás había contemplado. En mi casa tenía muchas revistas donde aparecían jinetes a caballo, pero haciendo memoria ninguna de las fotografías se asemejaba a la de aquel jinete de estampa inigualable. Cogí un cuadro, limpié el polvo y acerqué la vista a la imagen para poder observar más de cerca al jinete, pues para mí era todo un misterio saber de quién se podía tratar. De pronto sentí que el corazón me explotaba. El cuadro se me escapó de las manos y cayó al suelo rompiéndose. Me agaché y recogí los trozos de cristal y los deposité en la basura para tirarlos. Después, sin el cristal observé de nuevo la imagen del jinete de la foto. No cabía duda: era don Luis García, mi maestro, en sus años de juventud. Me acerqué a la chimenea, aticé la candela para que no se apagara y le añadí otro trozo de leña de encina. Tenía decidido esperar a mi maestro; quería que me aclarara aquel descubrimiento y me dijese quién era realmente. Estaba eclipsado mirando la foto al calor de la lumbre cuando llegó.

      –Hoy has descubierto más de lo esperado, ¿verdad, Juan? –me dijo una voz desde la puerta.

      Miré sorprendido, pues no esperaba que alguien estuviese en la puerta y, con la fotografía en la mano, le pregunté:

      –¿Usted no es un simple mayoral, verdad? Me dijo que se había criado en estas tierras. Esas medallas, trofeos y fotografías colgadas en la pared tienen muchas historias detrás.

      El señor Luis García se acercó a mí lentamente, se sentó a mi lado, de tal manera que el calor de la lumbre también le llegara, alargó una mano, cogió la fotografía, la miró fijamente, y me relató lo siguiente:

      –No te mentí. En estos momentos soy un simple mayoral. Tú nunca me preguntaste sobre mi vida anterior, y es más, sí, me crié en estas tierras; mi padre era el guarda de la finca y mi madre el ama de llaves. En un accidente de tráfico murieron los dos cuando yo apenas tenía ocho años. El padre de don Gregorio me crió como a un hijo suyo y me enseñó a ser hombre realizando las labores ganaderas con las ovejas y los cerdos para aprender el oficio y a la vez pagar mi sustento y estudios. Pero mi gran ilusión eran los caballos. En el cortijo siempre había habido ganado caballar de raza indefinida, probado en el trabajo diario, que producía mulas para las labores agrícolas. Aprendí a arar, sembrar, trillar, y sobre todo a recoger los melones y las sandías con los serones, a recoger los haces de trigo con las cangallas para ser trillados en las eras y cuando era la época de las sacas del corcho, yo era, por mi juventud, el «aguaó», es decir, el encargado de ofrecer agua con una mula y unas aguaeras con cántaros llenos de agua fresca para calmar la sed a los corcheros. Estas labores, lo creas o no, me han sido de gran utilizad, labores que por cierto muy pocos caballistas de hoy en día conocen.

      –¿Pero qué aportan esos conocimientos a la doma? –le dije a mi maestro, no encontrando encaje a todo eso.

      –Más de lo que nadie se pueda imaginar. Ten presente que para poder realizar estas labores, el animal ha de estar la mayor parte del tiempo suelto, obedeciendo a la voz del arriero, que es como se llama la persona encargada de estar con estos animales. Los hombres de campo me enseñaron a tener a las yeguas y a las mulas quietas para aparejarlas, echarles sus cargas correspondientes, subir y bajarme de ellas, a que anduviesen mucho y bien por campos y veredas, a conocer cuáles eran trabajadoras incansables o cuáles protestaban en el trabajo; dicho de otra forma: a ser psicólogo, saber entenderlas, lo que actualmente se conoce con el nombre de etología, que es la ciencia que estudia el comportamiento de los animales en su medio natural, algo que parece que es importado, cuando realmente de siempre en la Península Ibérica el hombre y el caballo han tenido un vínculo especial, un vínculo de confianza mutua y fiel colaboración. Las yeguas que daban un servicio leal a su arriero y se veía que se empleaban con corazón eran destinadas a la reproducción, yeguas que estando sueltas en la manada nunca rehusaban a la presencia del hombre cuando se acerca a ellas con una jáquima en la mano y se la ponía. De un salto se montaba a pelo en su lomo y se la llevaba al cortijo sin renuncia ni protesta alguna. Yeguas que por su buena base de doma y confianza mutua nunca se rebelaban ni mostraban dificultad para abandonar a las compañeras de manada.

      »Aquí quiero aclararte, Juan, que nunca subestimes a nadie. El que menos te imagines te puede dar una lección magistral, como puedan ser los arrieros, personas de clase humilde y trabajadora que heredan su sabiduría de padres a hijos desde siglos y que en sus conocimientos incluyen, no solo el trato con una recua de mulas donde se mezclan los animales y solo con nombrarlas por su nombre saben cada una a quién están llamando, sino que también tienen experiencia en hierbas medicinales haciendo de fenomenales veterinarios, y cómo no, también poseen conocimientos de talabartería, realizando buenas albardas y aparejos. En los principios de la doma vaquera en las pistas, las monturas eran grandes, bastas y pesadas, por ser realizadas por estos artesanos. Posteriormente pasaron a ser realizadas por guarnicioneros y fueron más livianas y cómodas, tanto para el caballo como para el jinete, ya que la función principal de las antiguas monturas no era el uso que se les dio posteriormente. Te he resumido un poco lo que aportan estos conocimientos, pero ten presente que es solo el principio para poder llegar a ser un buen potrero. Aunque esto te lo explicaré más detalladamente sobre el terreno cuando estemos trabajando un potro.

      –Maestro, ¡pero estos trofeos y medallas no son de un arriero! –le seguí insistiendo señalando de nuevo la fotografía.

      –Fue posteriormente, cuando me llegó el momento de realizar el servicio militar, y gracias a los contactos que don Gregorio tenía, que pude pasar tiempo en el Ejército rodeado de caballos, en la escuela de equitación militar, donde aprendí todo lo relacionado con las labores de un mozo de cuadra. Ningún oficial les decía a los soldados nada referente a la doma de los caballos; también es cierto que muchos soldados estaban solo para cumplir el tiempo reglamentario del servicio militar. Pero mi caso era distinto. Todas las tardes, en mi tiempo libre me acercaba a ver cómo los oficiales daban clases de equitación a los suboficiales. En un principio eran algo reacios a mi presencia, pero pensando que era solo un soldado aburrido no me dijeron nada. Pasaron los días hasta que un comandante se acercó a mí y me preguntó si me gustaban los caballos. Me cuadré para saludarlo como correspondía a su rango y le dije que mi ilusión era saber montar bien algún día y domar un potro como los que veía en aquellas sesiones diarias.

      El señor Luis se quedó callado y, mirando cómo las llamas se apagaban por el consumo de la leña, cogió varios leños de la candela y los juntó para que ardieran hasta llegar a hacerse cenizas y continuó:

      –El comandante me invitó a que fuese su ayudante, pero para mi asombro no fue lo que yo esperaba, que era trabajar un potro para adiestrarlo, sino montar un caballo viejo y retirado de la competición que él tenía para sus nietos. Según le dábamos cuerda con la montura puesta, estando yo siempre callado y con el respeto que se merecía al estar en el Ejército y ante un superior de aquel rango, me dijo: «Luis, lo primero que tienes que aprender es a montar bien; no se puede adiestrar un potro si tú no eres el primero en estar adiestrado. No solo tienes que conocer las herramientas para que un potro progrese adecuadamente; también tienes que saber montar y caerle bien al caballo, y eso no es otra cosa que una perfecta colocación de cuerpo, piernas y brazos, adquirir equilibrio y saber acompañar a tu cabalgadura en el movimiento». Y dicho esto estuve el resto del servicio militar adquiriendo un asiento correcto, realizando a veces ejercicios de volteo y montando sin estribos ni riendas.

      »Cuando empecemos a adiestrar a un potro, tú tendrás que aprender a montar una de las yeguas que tenemos en la manada, que es ideal para que adquieras confianza y tu experiencia se vaya plasmando en el potro. De lo contrario, con tu inexperiencia provocarías que el potro no avanzase por culpa de tu tensión en el lomo del joven animal, al no haber adquirido el equilibrio que necesitas.

      –¡Lo que me resulta extraño es que su comandante se prestara a enseñarle a montar bien a caballo!

      –También yo se lo pregunté, y tuve la gran suerte de que me eligió para formar parte de un proyecto que él estaba desarrollando y quería saber si funcionaría antes de darlo a conocer a sus superiores. Él aprendió a montar con un profesor francés, maestro de una de las mejores