–Maestro, es increíble lo que voy a aprender con usted.
–Si sigues todos mis consejos y me escuchas detenidamente, a la vez que observas cómo se trabaja a los caballos en esta casa, puedes llegar a ser un gran caballista, créeme.
Según me estaba explicando el trato con los potros me dijo que mientras se comían el pienso los ataba a una argolla para que se acostumbraran a estar atados y aprendieran a no tirar. Pero esto todos los potros ya lo tenían aprendido desde el destete, porque cuando llegaba el momento de separarlos de sus madres los ataban hasta que volviesen a ser soltados. A esa edad no tienen fuerza para tirar fuerte y lastimarse; aunque después los soltaran y los cogiesen a los tres años y medio para la doma o venta, jamás se les olvidarían esas primeras lecciones.
Sacamos a un potro de su cuadra. Yo le tenía cogido por la cuerda para que cabestreara detrás de mí, y mi maestro colocado detrás lo animaba a que me siguiera. Me acerqué a una argolla y lo amarré con un nudo que me enseñó don Luis, de tal forma que si por algún motivo tenía que soltarlo, solo con tirar de la punta de la soga el potro sería liberado.
–Mira, Juan, lo primero que tienes que hacer a la hora de acercarte a un potro que está atado es hablarle para que no se sorprenda y te espere. Si te acercas mudo y el potro te ve sin esperarte, con el susto podría darte una patada o dar un tirón del cabezón, o cualquier cosa que podría provocarle un resabio. Ten siempre presente que posee una memoria extraordinaria, tanto para lo bueno como para lo malo, y desgraciadamente lo malo les suele marcar mucho más. Por eso siempre hay que hablarles mucho, y sobre todo con buen tono de voz; eso los relaja y les da confianza a la vez.
–Este potro se ve dócil y noble, pero parece que le falta nervio; no creo que valga para la doma. ¿Usted qué dice?
–Estás equivocado, muchacho. No confundas nervio con miedo, o nervio con clase. Un potro puede aparentar ser fogoso y realmente estar con temor por falta de confianza, o bien no aparentar ser temperamental y tener clase. Es decir, los potros no tienen que ser nerviosos; ellos tienen que ser obedientes y escuchar a la persona que los trata diariamente y dejarse emplear en el trabajo, que no pierdan el deseo de ir hacia delante y querer agradar. Normalmente el miedo de los potros jóvenes no es otra cosa que el temor a lo desconocido. Para eso está la buena base, para que en un futuro no tengamos que retroceder y volver a tener que repetir el camino andado, con el inconveniente de perder el tiempo.
–¿Quiere decir que este potro, al ser dócil y noble, puede llegar a ser un gran caballo para la doma? –le dije no estando del todo convencido de la explicación.
–No es eso exactamente. Se puede ser dócil y noble y tener cualidades limitadas. En realidad son muchos los factores que debe reunir un buen ejemplar, pero ya los irás descubriendo con el paso del tiempo.
Desatamos al potro para enseñarle a andar detrás de mí, con tan solo el cabezón de cuadra puesto y una cuerda de unos cuatro o cinco metros. Yo tiraba del animal para que me siguiera, pero se quedaba parado y rehusaba seguirme. Entonces don Luis se colocó detrás de él y a una distancia prudente lo arreó con un chasquido en la boca y una vara haciéndola sonar para que se decidiera a seguirme.
El potro no solo anduvo, sino que de un salto me adelantó cogiéndome por sorpresa y de milagro no me arrolló. Gracias a que tenía soga de sobra pude sujetarlo e impedir que se me escapase.
–Bien, muchacho, has actuado correctamente; eso es lo que se debe hacer –me dijo don Luis–. Que sepa que le tienes sujeto y no se puede escapar. Si en ese momento la cuerda llega a ser mucho más corta no te hubieses quedado con él y se hubiese escapado. Las consecuencias habrían sido muy malas, ya que podría haber aprendido a escaparse y repetir la jugada más veces. Por eso y de aquí en adelante quiero que sepas que en todo el proceso de doma de un potro, cuando sea la primera vez, esa primera vez que hay para todo, hay que ser muy cuidadoso, y no se trata de ser miedoso. Si alguien te ve reaccionar de esta manera debe ver que es por precaución. El tener que resolver problemas que en un futuro pueden tener graves consecuencias, donde aparecen los malos vicios y los resabios, obliga a ser prudente.
Continuamos un poco más y el potro quiso intentarlo de nuevo, pero esta vez fue mucho más suave y al final me seguía como un cordero. Justo en ese momento, mi maestro me dijo que tenía la lección aprendida y me ordenó llevarlo de vuelta a su cuadra.
–Bien, aquí es donde el potro se encuentra mucho más relajado, ya que es donde pasa la mayor parte del tiempo. También donde más confianza nos tiene, ya que es el lugar donde diariamente le echamos de comer y le hacemos la cama; por tanto también es un buen lugar para limpiarlo y que se deje acariciar por todos lados. Toma cepillo y rasqueta.
Me acerqué como me había dicho, hablándole. El potro me miraba con recelo pero a la vez inmóvil. Justo cuando le puse la mano en el dorso, mi maestro me mandó parar rápidamente. Yo me quedé como el potro, inmóvil, sin saber el porqué.
–Mira, Juan, a los potros se les acaricia siempre con la palma de la mano, nunca presionando con las puntas de los dedos como tú ibas a hacer, ya que eso les genera cosquillas y podría encogerse o darte una patada, porque es su forma de defensa ante una situación desconocida. La limpieza es algo que le proporciona placer si es bien realizada, algo muy importante para familiarizaros mutuamente. No se trata de hacerle una limpieza muy exhaustiva; eso vendrá más adelante. Este proceso no es otro sino una parte del adiestramiento: de nada sirve tener este potro montado si en la cuadra está con miedo al jinete, no da la cara y pone la grupa, o es reacio a seguirte al salir y entrar. Por tanto, todo lo que ganemos en confianza en este proceso lo adelantaremos posteriormente.
Acabamos esa primera lección sobre los primeros contactos con un potro y quedé gratamente sorprendido de la gran importancia que supone tener un maestro como don Luis García; de otra forma es imposible adquirir conocimientos. Comprendí que ser mozo de cuadra es el primer eslabón de la larga cadena que es el adiestramiento de un caballo.
Posteriormente soltamos un potro en el picadero circular para que retozara un poco, un precioso ejemplar de la mejor estampa de raza española, de capa torda. A cierta distancia parecía negro por su pelaje oscuro, pero, como me dijo don Luis, era por su juventud. Todos los caballos tordos nacen oscuros y mueren blancos, si es de viejo, claro. Me comentó que era uno de los mejores potros que habían nacido en la yeguada. La selección que se hacía era muy rigurosa. Su madre, la abuela materna y su bisabuela materna las había domado él, según me comentó, haciendo elogios extraordinario de todas ellas. Me confesó que un buen semental es muy importante, pero no más que una buena yegua. Me puso el ejemplo de que la yegua era la tierra y el semental la simiente: si la tierra es mala de nada sirve tener la mejor simiente del mundo; y, por el contrario, si la tierra es buena, con una simiente decente se puede criar algo bueno si las condiciones climatologías acompañan, como puede ser una buena alimentación en este caso hablando de yeguada. Evidentemente si el semental es extraordinario, no cabe duda de que es lo mejor, pero en la cría dos y dos no son cuatro; también influyen el que liguen los padres para que el resultado sea satisfactorio. En este punto don Luis me dijo que la parte que más le emocionaba de la cría era la expectación de saber qué saldrá de los nuevos cruces y experimentos.
Me explicó que para realizar una buena obra de arte se requiere tener las mejores herramientas, y en ese caso la herramienta es el caballo, por lo que la selección y la genética son primordiales para llevar a cabo la labor.
Todo esto me lo contó observando al potro, que no dejaba de dar botes de alegría al verse suelto en el picadero circular. Mirándolo