Autobiografía de un viejo comunista chileno. Humberto Arcos Vera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Humberto Arcos Vera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789560013293
Скачать книгу
que le dio eso que llamaban “pensión”, se enronchó entera. Como ya estaba ganando buen dinero, pude arrendar una casa en Nacimiento y llevar a la familia. A la Tato se le pasó de inmediato, en un día. Era mi regalona y lo sigue siendo, porque colaboró conmigo y por lo que tuvo que pasar por mí.

      Cuando detuvieron a los máximos dirigentes de la Coordinadora, en el 81, se nombró un comité ejecutivo subrogante encabezado por Miguel Vega, reemplazando a Manuel Bustos en la presidencia, y por mí en lugar de Alamiro Guzmán en la secretaría general. Le pedí a la Tato que me ayudara en las tareas de secretaría, y allí estuvo conmigo, sin importarle los difíciles momentos que vivíamos. Después, en el 85, cuando yo estaba en Alemania (en la RDA) por motivos de salud, y ella ya tenía un hijo, dos agentes de la CNI la secuestraron a la salida de su trabajo. Tato era secretaria en Microsistems, una empresa que se dedicaba a los microfilmes (alguna vez me contó que todas las fichas que estaban en la enorme bodega de los archivos del Servicio de Seguro Social, al ser microfilmadas cupieron en 8 cajas del tamaño de las cajas de zapatos, lo que nos parecía inconcebible en esos tiempos). Iba saliendo por la calle José Miguel de la Barra cuando dos fulanos la agarraron, la metieron, a la fuerza en un taxi y se la llevaron tendida contra el suelo. Antes de sacarla la encapucharon y luego la metieron en una casona grande y, en una de sus piezas, la desnudaron, la amenazaron, la manosearon –me indigna solo recordarlo- y le hicieron de todo para averiguar dónde estaba yo (cosa que ella no sabía). Eso que tuvo que pasar, de lo cual uno se siente en alguna forma responsable (aunque los responsables reales son los de la CNI), fortalece aún más el lazo de afecto que naturalmente se da entre padres e hijos.

      Pero volvamos a Nacimiento. Yo trabajaba en la construcción de la papelera y junto con trabajar, aprendía. Había técnicos canadienses que se desempeñaban en la construcción y tenían conocimientos mucho más avanzados que los nuestros, y también herramientas que no conocíamos. Sin embargo, eran muy generosos en compartir ambas cosas con los que mostrábamos interés (lamentablemente no fuimos muchos). Aprendí harto. Si comparo mis conocimientos de soldador con una profesión universitaria, el trabajo en la papelera, en Nacimiento, me significó el equivalente a un master o hasta un doctorado. Tanto fue así, que después de eso quedé a cargo del taller de reparaciones y construcción.

      En la actividad política, como en Nacimiento no había organización de la Jota, me integré al Partido, donde llegué a ser miembro del Comité Local y también del Comité Regional de Los Ángeles. Pero no me desvinculé de las Juventudes Comunistas. En un congreso de la Jota me eligieron miembro de su Comité Central y me integraron como miembro de su comisión ejecutiva. Mal que mal, los comunistas se identificaban con los intereses de la clase obrera y yo era el obrero más famoso de la Jota (probablemente porque era el menos tímido o, para decirlo derechamente, el más “patudo” de los obreros dirigentes de la Jota) y era un orador más o menos bueno, o por lo menos hacía buenas intervenciones, planteando visiones diferentes a las habituales. Con todos esos cargos, me llevé viajando todos los fines de semana. Uno a Los Ángeles, otro a Santiago, cuando no me tocaba ir a Concepción o a Valdivia para cumplir las tareas de la Comisión Ejecutiva.

      Y aquí, otra digresión. Mis buenas intervenciones no eran porque yo fuera un gran teórico. Me interesaba la teoría, leía los materiales que circulaban en el Partido, pero estaba lejos de entenderlos bien, con todas sus implicancias. Discutía, pero con oídos abiertos, escuchando y tratando de analizar, tomando en cuenta lo que otros opinaban, lo que no me impedía decir lo que pensaba con toda claridad y sin medias tintas.

      Por ejemplo, en la dirección regional de la Juventud en Valdivia nos atrajeron los planteamientos de Mao Tse Tung (como se escribía en esos tiempos), nos impresionó bastante eso de que “una chispa puede incendiar una pradera” y trasmitíamos mucho con él. Tanto, que en el Partido y en la dirección de la Jota se plantearon reuniones de conversación sobre nuestra identificación con Mao. Recuerdo que viajó a Valdivia Mario Zamorano, en ese entonces secretario general de la Juventud, a discutir con nosotros. También lo hizo Bernardo Araya, miembro del CC del Partido, aprovechando un viaje. Tuvimos varias conversas, y seguimos manteniendo nuestras ideas, pero lo que me convenció, y después me ayudó a convencer a los otros dirigentes de la Jota, fue un comentario para nada teórico de Bernardo Araya. Más importante que los escritos de Mao, nos dijo, eran los problemas que había en Chile, que teníamos que dedicarnos a estudiar y pensar cómo los arreglábamos. Eso me hizo sentido porque como Juventud en Valdivia salíamos mucho a terreno, vendíamos incluso más ejemplares de El Siglo que el Partido, teníamos una enorme vinculación con la población y, gracias a ello, un gran conocimiento de sus problemas. Por eso mismo, para nosotros era fácil comprender que, si no éramos capaces de ayudarla a organizarse y a pelear por la solución de sus problemas, nuestras discusiones “teóricas” no servían para nada. Eso era un elemento clave de mi “análisis político” y guiaba todas mis intervenciones.

      Pero había otro elemento. Yo tenía una idea, una convicción, que no había sacado de ningún libro marxista, sino que era una creencia mía muy de fondo: la idea de que los mineros y los metalúrgicos eran la base de la clase obrera. Y en consecuencia me nutría de las visiones que ellos tenían de los problemas y sus posibles soluciones. Para mí, la opinión de los mineros era muy importante, porque sabía que eran hombres que arriesgaban su vida cada vez que entraban a la mina y por eso, creía yo, no iban a andar mintiendo. Yo aprovechaba cada vez que podía de visitar a un cuñado minero que vivía en Coronel. Él no militaba pero decía que era comunista, socialista y evangélico. En la mina, muy querido y muy sociable, conversaba con todos, sintetizaba sus visiones y me las contaba. La visión de los metalúrgicos la recogía yo mismo en el trabajo y en mis actividades sindicales. Entonces estas visiones de los mineros y de los metalúrgicos eran el segundo elemento que consideraba en todas mis intervenciones.

      Esta creencia en la fuerza y sapiencia de los mineros y metalúrgicos era tan grande que cuando supe que Nikita Kruschev había sido obrero metalúrgico y había trabajado en las minas, se transformó en mi ídolo. Además, durante esos años los éxitos de la URSS en la carrera espacial (el Sputnik y Gagarin), su confianza en superar económicamente a los EE.UU., su apertura a debatir públicamente con Nixon, su combinación de la coexistencia pacífica con el derribamiento del avión espía U2, y hasta su golpeteo de zapatos en la ONU me daban la idea de que llegaba un aire fresco, una fuerza nueva al comunismo en el mundo. Si me analizan bien, de casi maoísta a admirador de Nikita, está claro que lo teórico no era mi fuerte, mi único fuerte era el compromiso con mi pueblo.

      En Nacimiento, en el 64, yo seguía trabajando a cargo del taller durante la semana y en mi calidad de soldador recorría toda la planta conversando con quien quería. Me fue relativamente fácil ir convocando a los compañeros para constituir un sindicato. Aunque de nuevo me podían echar del trabajo, esto no me preocupaba porque, la verdad, me estaba aburriendo de la pega en el taller: todo era un poco monótono y las mismas cosas se repetían semana tras semana. Echaba de menos el tiempo de la construcción de la planta y el aprendizaje con los canadienses. Así que cuando supe que estaban por hacer una ampliación de la planta de celulosa en Laja, me preparé para dejar Nacimiento e irme para allá. Pero antes de irme, aprovechando que ya estaban los contactos y las conversas con los compañeros, constituimos el sindicato de la papelera en Nacimiento. Me eligieron presidente y esa fue la primera vez que tuve un cargo de dirigente sindical.

      Me sentí sumamente orgulloso, pero ya estaba en mi cabeza la planta de Laja. Así que, una vez establecido el sindicato y logrado su reconocimiento por la empresa (la CMPC tenía experiencia con sindicatos y prefirió la conversación antes que la guerra), y tranquilizados y fortalecidos los otros dirigentes y socios, conversé con la directiva para ver cómo me remplazaban porque yo me tenía que ir. Después de algunos dimes y diretes, todo se resolvió bien y pude avisar que tenían que buscar a un reemplazante para el cargo de jefe de taller. Esa fue una de las pocas veces –si no la única – que me fui de una empresa, habiendo formado un sindicato, dejando a los trabajadores “empoderados”, como dicen ahora, y sin haber sido despedido por la Dirección.

      Estela no estaba muy feliz con la vida que le daba y era muy comprensible. Dejó su casa para llegar a un pueblo chico, Nacimiento, donde no conocía a nadie. Yo pasaba todo el día trabajando, algunas tardes en reuniones del Partido y los fines