Autobiografía de un viejo comunista chileno. Humberto Arcos Vera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Humberto Arcos Vera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789560013293
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del viaje a Laja y poco después del nacimiento de nuestro primer hijo varón, Humberto Salvador, el “Chicho”. Pero la actividad política y sindical siempre había sido lo central en mi vida y nunca se lo había ocultado, jamás le había prometido dejar esas actividades para dedicarme a la familia. Y en la casa nunca faltaba nada, teníamos más de lo que nunca habíamos tenido con mis padres, con quienes, a pesar de todo, habíamos sido capaces de ser felices. Así que le planteé separarnos (en la buena, sin odios ni rencores). Yo siempre seguiría manteniendo económicamente y visitando a la familia. Hizo un escándalo. Después vino la reconciliación, pero a partir de entonces nos fuimos distanciando afectivamente (a pesar de que legalmente seguimos casados hasta el día de hoy y de que tuvimos tres hijos varones más). Yo no fui capaz de darle lo que ella esperaba ni ella de comprender lo que esperaba yo.

      Partí a Laja, hice las pruebas prácticas como era habitual y me contrataron como soldador. Justo al término de mi primer día de trabajo se había convocado a una asamblea para constituir el sindicato. Era una asamblea inmensa, con alrededor de 3.500 trabajadores, en una cancha deportiva. Con la experiencia de haber formado otros sindicatos me di cuenta de que si no estaba presente un inspector del trabajo o un notario, el sindicato no iba a ser legal, iba a quedar en nada, y los que habían convocado serían despedidos.

      Yo estaba en las últimas filas de los asambleístas. Levanté la mano y saqué el vozarrón más fuerte que pude: “Compañeros, están formando mal el sindicato…” y expliqué las exigencias legales y la importancia de cumplirlas. Los que dirigían la reunión me preguntaron: “¿Y usted, quién es, compañero?”. Les respondí: “Soy Humberto Arcos Vera, soldador, también conocido como el zurdo en Immar, la CAP, la Maestranza Lo Espejo y varias otras empresas en las que he trabajado”.

      De la asamblea salieron unas voces pidiendo que pasara adelante. Yo les dije: “Pero es mi primer día de trabajo en la empresa”, y alguno de los que dirigían la asamblea me preguntó, un poco desafiante: “¿Eso es problema para usted, compañero?”. Respondí con el mismo vozarrón: “No, compañeros, para mí no es ningún problema. He ayudado a formar otros sindicatos e incluso fui presidente en la planta de Nacimiento”. Me paré y caminé hacia el estrado donde estaban los que dirigían. La asamblea me aplaudió y salieron voces para que yo fuera el presidente, lo que fue recibido con más aplausos. Así que apenas llegué arriba tomé la dirección de la asamblea, pedí que fueran a buscar al inspector del trabajo y, mientras tanto, propusieran nombres para los otros miembros de la directiva. Y así, a mano alzada, eligieron a otros cuatro dirigentes, y todo se oficializó cuando llegó el funcionario de la Dirección del Trabajo.

      Los otros dirigentes elegidos resultaron ser de la DC, el secretario; simpatizante del PC, el tesorero; un independiente, y un trotskista. Este último era el que más había trabajado para convocar a la asamblea y quedó un poco resentido, porque esperaba ser el presidente. Igual pudimos trabajar bien y, consultando a la gente, a los tres meses pudimos presentar nuestro pliego de peticiones (como se llamaban entonces). Pedíamos un reajuste de salarios y lo novedoso para esos tiempos –hoy una cuestión generalizada en casi todas las empresas contratistas– era que solicitábamos el pago de los pasajes y de un bono para los días que visitábamos a nuestras familias (ya que éramos trabajadores de distintas partes del país y juntábamos los días de permiso para poder viajar). La empresa no aceptó e hicimos la primera huelga que tuvo la CMPC en Laja.

      La huelga se alargó y algunos en el sindicato empezaron a flaquear. Entonces se me ocurrió hacer otro sindicato con los puros soldadores, que éramos como quinientos, los más indispensables en la ampliación de la planta y los mejor pagados. Se formó el sindicato y presentamos el mismo pliego. Con los demás tomamos un acuerdo: ellos podían reintegrarse al trabajo y, por tanto, recibir sus salarios; nosotros, con su apoyo, mantendríamos la huelga. Como seguramente la empresa iba a tratar de reemplazarnos trayendo otros soldadores, su tarea era impedir que esos soldadores pudieran trabajar. Y así lo hicieron. Los soldadores que llegaron no duraban más de un día porque el resto de los trabajadores los insultaba, los amenazaba, les tiraba piedras. Al final ganamos el pliego.

      Pero la empresa no se quedó de brazos cruzados y buscó deshacerse de la directiva del sindicato. Por una parte, nos negaba el acceso a la planta y, por otra, utilizó la estrategia de lo que llamaban “comprar el fuero”, que consistía en pagar a los dirigentes una gran cantidad de dinero para que se fueran de la empresa. Eso les permitía desarmar el sindicato y desprestigiar a los dirigentes diciendo que organizaban todas esas luchas solo para llenarse los bolsillos. Mis compañeros se aburrieron y vendieron sus fueros. Yo me quedé. Me pagaban el sueldo, todas las conquistas ganadas en la huelga, más cuatro horas semanales adicionales por sobretiempo, pero no me permitían entrar a la empresa.

      Afuera organizaba algunas reuniones y pudimos reestructurar el sindicato para que siguiera funcionando cuando yo me fuera (aunque nunca tuvimos una asamblea tan grande como esa primera) y, a la vez, formé el sindicato interprovincial de soldadores de Biobío y Concepción, en el cual fui elegido presidente. Después de eso, me marché de la empresa sin vender mi fuero.

      Había que “parar la olla” así que dejé a Estela y a mis hijos en Laja para buscar un lugar donde pudiéramos radicarnos. Me fui a Santiago a dar examen de soldador en la empresa Foran Chilena. Salí aprobado y me mandaron a trabajar en la planta de ENAP en Concepción. Pero allí ya conocían mis antecedentes políticos por mi paso anterior y trataron de despedirme de inmediato. Al ser dirigente del sindicato interprovincial de soldadores, fui a la Inspección del Trabajo y conseguí que dieran la orden de reincorporarme. Me echaron varias veces, pero todas me tuvieron que reintegrar. El problema del trabajo estaba solucionado.

      En el plano político, me reintegraron al Comité Regional de la Juventud Comunista, que tenía muchas actividades. En el plano sindical, trabajaba en dos frentes. Por un lado, mi sindicato, el interprovincial de soldadores, estaba afiliado a la Asociación de Sindicatos Cristianos (la Asich) y funcionábamos en su sede, cerca de la estación de ferrocarriles en Conce. Y, por otro, fui elegido secretario de organización de la CUT en Concepción. Para mí esto no era problema. En la Asich habían unos cabros cristianos súper buenos, vinculados a la Iglesia y muy consecuentes con los trabajadores. Siempre he pensado que los trabajadores somos trabajadores y tenemos que unirnos en función de nuestros problemas y no preocuparnos por lo que cada uno piensa o cree. Yo entendía que la CUT no se afiliaba a ninguna de las tres grandes centrales internacionales precisamente para no abanderizarse con una central y su ideología y dar cabida a todos los pensamientos en función de los intereses comunes.

      En el plano familiar, traje a la familia desde Laja a Concepción. Yo era ordenado con las platas, ganaba bien y ahora tenía menos viajes. Eso me permitió ahorrar. Al poco tiempo compramos un terreno y unos meses más tarde adquirimos una casa prefabricada. La primera casa propia de mi familia fue la de Concepción.

       Capítulo IV 1965 -1970: aunando fuerzas (Concepción, República Democrática Alemana, Concepción y Valdivia)

      El año 1965 trajo la alegría de la casa propia para mi familia, pero todavía teníamos la pena de la derrota de Salvador Allende en las elecciones presidenciales del año anterior. Aunque más o menos la esperaba, porque la derecha había abandonado a su candidato, Julio Durán, para apoyar al candidato demócrata cristiano, Eduardo Frei Montalva, igual dolió. Más que nada dolió por ver la tristeza de tantas compañeras y compañeros que se habían hecho ilusiones y soñaban que pronto empezaríamos a construir una patria distinta, más justa, más de todos.

      Pero analizando las cosas en nuestras reuniones, políticas y sindicales, fuimos levantándonos el ánimo de nuevo. La derecha tuvo que abandonar sus banderas, respaldar a un candidato que ofrecía la “Revolución en libertad”, planteaba la “reforma agraria” y la “chilenización del cobre”: eso nos mostraba que seguíamos avanzando y que nuestras ideas eran recogidas, cada vez, por más gente. Como creíamos y decíamos en esos años, a pesar de lo ridículo que hoy pueda parecer, “los vientos de la historia soplaban a nuestro favor”. Y seguimos trabajando en los dos frentes, el político y el sindical, con tanto ánimo y tanto empeño como siempre.

      En lo