Autobiografía de un viejo comunista chileno. Humberto Arcos Vera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Humberto Arcos Vera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789560013293
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norte a reportear lo ocurrido. Entre ellos venía un comentarista radial de temas políticos muy conocido, Luis Hernández Parker. Recuerdo que participó en una asamblea con jóvenes y nos levantó el ánimo. De nuevo nos abrió a la esperanza. Nos contó que en Santiago había un movimiento solidario muy fuerte con todos los terremoteados. Si no había trabajo acá, podíamos ir allá; seguro que encontraríamos trabajo, y más todavía si teníamos alguna calificación laboral.

      La situación en la casa no era buena: mi madre con un montepío mínimo; Delfín con un trabajo, la joyería, que no tenía demanda; Immar con sus labores suspendidas, y el aporte de la sobrina que no era muy grande. Con este panorama me fui a Santiago para conseguir algún trabajo y poder enviarle algo de dinero a mi familia.

      Me instalé como allegado con un primo que arrendaba una casita en La Cisterna y pronto conseguí trabajo como soldador en la construcción de unos galpones para la Fuerza Aérea. Cuando terminó esa pega me contrataron en la Maestranza Lo Espejo. Y apenas solucionado el tema de casa y trabajo, me vinculé al Partido.

      En el trabajo partidario llegué a ser encargado de organización del comunal La Granja-La Cisterna. Trabajaba con los camaradas Guillermo Labaste y Atilio Gaete. Recuerdo que el secretario en La Granja era Pascual Barraza, quien después llegaría a ser alcalde de la comuna y más tarde ministro de Obras Públicas de Salvador Allende. Aquí, por primera vez, tuve la experiencia del trabajo con los pobladores. Se habían constituido como un frente muy activo a partir de las tomas de terreno, como la de la población La Victoria, y recuerdo que nos tocó colaborar con la toma en la población San Rafael.

      En eso estaba, entre el trabajo y el Partido, cuando me enamoré de la que sería mi esposa, Estela Canales.

       Capítulo III 1961-1965: de obrero a dirigente (Valdivia, Nacimiento, Laja y Concepción)

      Estela Canales no se llamaba Estela. Se llamaba Ester pero yo la he llamado siempre Estela. No tenía nada que ver con la Juventud o el Partido. Esta vecina de la casa del primo donde yo vivía de allegado me deslumbró. Vivía con su madre, separada, y con otras cuatro hermanas. Trabajaba en una peletería cercana. Era muy simpática y tan hermosa que incluso había sido candidata a reina de La Cisterna, la comuna donde vivíamos. Empezaron las conversas, las invitaciones, los besitos y parece que enganchamos los dos, no solo yo, porque cuando le propuse que nos fuéramos a vivir juntos, aceptó. Así que arrendé una casita, ahí mismo en La Cisterna. No le propuse matrimonio, vivimos juntos no más, “arrejuntados” como se decía. Pero que yo viviera “arrejuntado” no significaba que iba a dejar mis actividades políticas y sindicales.

      Recuerdo que participé en varias actividades apoyando la Revolución cubana, seguramente relacionadas con la invasión de Bahía Cochinos, dirigida, organizada y financiada por EE.UU., como después fue de público conocimiento. En los inicios trataron de presentarlo como una rebelión de los propios cubanos, incluso como una supuesta rebelión de su Fuerza Aérea, sin embargo, los aviones pintados con los colores cubanos partieron de una base yanqui en Centroamérica a bombardear el aeropuerto de La Habana.

      Estábamos en una de esas manifestaciones en apoyo a Cuba, en la Plaza Italia, con un grupo de puros jóvenes comunistas, cuando un tipo empezó a gritar lemas provocativos y a tirarles piedras a los pacos. Nos pareció raro porque no era nuestra política. Lo tomamos entre varios y le empezamos a preguntar qué estaba haciendo y por qué lo hacía. Nuestro interrogatorio no era muy suave, más bien amenazante, y al final nos mostró su “tifa” (tarjeta de identificación como funcionario policial) y reconoció que cumplía una tarea encargada por sus propios mandos. Me acuerdo de esto porque ahora, en el 2011, cuando veo a los encapuchados tirando piedras, haciendo barricadas, ensuciando el extraordinario movimiento que han logrado desarrollar los estudiantes, no me cabe la menor duda de que entre ellos está la acción provocadora y premeditada de los aparatos de inteligencia del sistema actual.

      Esta convicción no es solo por esas experiencias antiguas, o las peores de la dictadura; me consta que disfrazar a los carabineros de civiles sigue siendo una política actual. No hace mucho, el sobrino de un vecino que es carabinero vino a hacer un curso de inteligencia por unos meses y se alojó en su casa. Aunque el vecino me contó nada, pude ver que el sobrino y sus amigos andaban siempre de civil; jamás los vi de uniforme. Claro, se puede justificar esta práctica para infiltrarse en las bandas de traficantes de drogas, pero no me cabe duda de que también la utilizan con otros objetivos.

      Pero volviendo al 61 y a mis actividades, como les contaba, seguía trabajando en la producción, en lo político y en lo sindical. En esto último también tuve éxito. Logré formar el sindicato de la Maestranza Lo Espejo, donde trabajaba como soldador. Aunque me lo propusieron, no podía ser dirigente porque en ese tiempo se necesitaba tener 21 años, la mayoría de edad, y yo no los tenía. Y pasó lo que suponía que podía pasar: me despidieron del trabajo (por los aprendizajes que me dio la vida, después de cumplir los 21 años, siempre fui dirigente, tuve el fuero sindical y no me pudieron echar de las pegas).

      Yo ganaba bien, algo había ahorrado, pero necesitaba encontrar trabajo luego, porque la Estela estaba esperando guagua. Y lo conseguí, me tocó trabajar en la ampliación del Hospital Barros Luco. Allí estaba cuando, el 7 de diciembre, nació mi primera hija. La inscribimos como Tránsito Jacqueline Arcos Canales, pero para la familia siempre fue, y sigue siendo, la “Tato”. No cuesta mucho adivinar que lo de Tránsito es por mi madre y lo de Jacqueline es por…, sí, por la Jacqueline Kennedy. No fue idea mía, pero en esas materias me considero un comunista flexible, y acepté la proposición de Estela. Reconozco que fui un papá chocho.

      Pero venía echando mucho de menos Valdivia, así que después de que nació mi niña fui preparando las condiciones y el año 62 volvimos a mi ciudad. Eso sí, después del mundial de fútbol. Yo no era muy fanático del fútbol, pero aprovechando la estadía en Santiago fui a ver un par de partidos en los cuadrangulares o hexagonales que organizaban por esos años en el verano. Eran tan distintos de los actuales. Jugaban equipos nacionales, el Colo-Colo, la U, la Universidad Católica e invitaban a algunos extranjeros, el Santos de Pelé, y también selecciones como las de Checoslovaquia o Alemania Oriental (que aprovechaban de entrenarse contra los jugadores latinoamericanos en el invierno de ellos). No había barras bravas. Se llenaba el Estadio Nacional con hinchas de los tres equipos nacionales y a nadie se le ocurría agredir al otro. A lo más algunas tallas y las risas que estas causaban. Y en uno de esos partidos tuve la suerte de ver al Rey Pelé, que me deslumbró.

      Por eso postergué un poco mi regreso a Valdivia hasta después del campeonato mundial. No porque pensara ir al Estadio a ver los partidos (era demasiada plata para el presupuesto familiar), sino porque se iban a trasmitir por televisión, que recién había llegado a Chile, y solo se podrían ver en Santiago. El Mundial del 62 tal vez no alcanzó a ser “una fiesta universal” como decía la canción, pero sí lo fue para todos los chilenos. Y éramos muchos los que nos juntábamos en las casas de los afortunados que tenían tele a disfrutar de los partidos. Dudo que haya algún chileno de aquellos años que no recuerde el combo que le pegó Leonel a un italiano o el gol de Eladio Rojas a Yashin, el arquero del seleccionado soviético, considerado el mejor del mundo. Y recuerdo que ese partido, Chile contra la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), me encontró en el mejor de los mundos. Francamente tenía mi corazón dividido. Pero si ganaba Chile, mi patria, estaría feliz. Y si ganaba la URSS, la primera república con la clase obrera en el poder (eso creíamos), también sería motivo para celebrar. Ganara quien ganara, yo no tenía por dónde estar triste.

      En Valdivia estuve como un año, un poco más o un poco menos. Nos instalamos en la casa de mi madre. Otra vez me dieron trabajo como soldador en Immar y, en la Jota, volví a ser nombrado secretario regional. Ahí “encargamos” a nuestra segunda hija, Liliana Jeannette Arcos Canales, la Nany, que llegó el 27 de mayo del 63. Un poco antes, el 18 de marzo, Estela y yo nos habíamos casado por el civil. Sin embargo, los sueldos en Valdivia, tal vez debido a la debilidad de la industria local después del terremoto, estaban muy bajos. Y con mis experiencias en Concepción y Santiago sabía que podía ganar más. Por eso dejé a mi familia en Valdivia, me fui a Nacimiento, donde estaban construyendo la planta de “la papelera”