Nunca digas tu nombre. Jackson Bellami. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jackson Bellami
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416366514
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un anuncio en la página de Facebook del William Mayo. El partido de hoy se ha suspendido por el fallecimiento de uno de sus jugadores. Chris ya no tendrá que atiborrarse a Gatorade en el banquillo a la espera de los 2 Minutes Warning. Es la única ventaja que saco de todo esto. Él se lo merece después de mi jugarreta a principio de curso.

      La habitación de Beth es peculiar, a falta de un término más apropiado. Tiene las paredes cubiertas de ilustraciones sobre brujas, duendes, elfos y criaturas que provocarían pesadillas a cualquier persona, pero no a ella. Predominan los talismanes de piedras de sal y símbolos de toda índole y culto. También hay fragmentos de textos en los muros: poesías, hechizos y frases motivadoras de lo oscuro. Una de ellas resalta sobre las demás junto a la ventana: «Dios diseñó el mundo como castigo, afróntalo con orgullo». Beth es una chica única; su habitación también.

      Algo llama la atención de la anfitriona que la obliga a darse la vuelta. Es el atrapasueños que hay justo encima de la cama, no deja de girar. El azul y blanco de sus hilos se vuelve celeste con el movimiento que entona la melodía de sus pequeñas conchas y caracolas chocando entre plumas que también cuelgan de su circunferencia. Es hipnótico.

      —¿Qué ocurre? —pregunta Caleb con la cabeza inclinada hacia atrás.

      —¿Correcaminos? —interpela ella sin apartar la vista del repelente indio de malos espíritus.

      «¿Eso es lo que soy? ¿Un espíritu de peli de terror?».

      —¿Por eso gira esa cosa? Crees que está aquí.

      —Es que está aquí, Reynolds.

      Beth se levanta de su escritorio y abre la puerta de su armario. Busca en la zona inferior. Saca de él cajas de zapatos, juegos de mesa, disfraces, muñecos espeluznantes… Se deja caer en la cama con una caja de madera. Caleb mira por encima de su hombro.

      —No, ni hablar —dice—. Esas cosas me dan mucho repelús.

      Es una ouija, bastante vieja, al parecer.

      Beth abre la caja y saca de ella un tablero.

      —¿Tienes alguna otra idea, Reynolds?

      —Podríamos ir a una adivina de esas…

      —Ya, Madame Serena, ¿no? —pregunta ella, aun sabiendo que Caleb no lo va a pillar.

      Beth se refiere a la pitonisa de Una disparatada bruja en la universidad, una película de finales de los ochenta que ha sido olvidada por todos. De repente, su canción, Never Gonna Be The Same Again, de Lori Ruso, salta a mi cabeza. Ahora Robyn Lively ha sido sustituida por una joven Sabrina cuyos capítulos de la serie de Netflix son demasiado largos y desmotivadores, aunque jamás le daría mi opinión a Beth. Lleva la carpeta de clase cubierta de ilustraciones de sus personajes.

      —No tenemos otra alternativa si queremos ayudar a Connor.

      —Ayudarle a qué, Beth —se cuestiona Caleb, más asustado que alterado—. Está muerto, no en problemas…

      El rostro de Caleb se apaga por un instante y el extraño brillo blanco aumenta brevemente. Se echa las manos a la cabeza antes de darle la espalda a Beth. Cambio de posición para verle. Intuyo que no está demasiado bien. No me sorprende cuando veo una lágrima caer por su rostro, siempre ha sido mejor amigo conmigo que yo con él. Tuvo que pasarlo realmente mal cuando lo expulsé de mi vida. Soy un maldito cretino, nada que no supiera cuando aún vivía.

      —Quizá esté atrapado en este mundo —explica Beth al acercarse a Caleb—. Si hay algo que podamos hacer por él…

      Caleb borra la tristeza con la manga de su sudadera de One Piece, uno de nuestros animes favoritos.

      —Está bien.

      Vuelven a la cama, donde se sientan con las piernas recogidas con la ouija entre ellos.

      Beth coge la guía triangular con el cristal en medio y la coloca en el centro de la tabla.

      —A ver… —comienza—. ¿Hay alguien aquí?

      No sé lo que se supone que debo hacer, pero quiero responder.

      Estiro el brazo sin tocarles e intento mover la guía que ambos tienen sujeta suavemente con un dedo.

      Nada.

      —Connor Payton, ¿estás con nosotros? —repite Beth.

      Vuelvo a intentarlo. No dejo de hacerlo una y otra vez, hasta que siento cómo mis dedos rozan la superficie de la guía. Apenas se ha movido, solo lo justo para que ellos se miren.

      —¿Se ha movido? —inquiere Caleb.

      —Eso creo.

      —Connor, vuelve a intentarlo. Concéntrate —me sugiere Caleb, menos triste que hace un instante.

      Lo hago, unas diez veces. Entonces, la guía se desliza por el tablero y acaba sobre la palabra «Sí».

      —Joder —escapa de la boca de Caleb.

      —Connor, ¿tienes problemas para continuar tu camino? —lanza Beth al aire.

      Mismo procedimiento, una docena de intentos hasta conseguir que el testigo triangular se deslice hasta el «No». Pero no me detengo ahí. Lo arrastro con dificultad hasta las letras que hay repartidas por la parte inferior de la tabla. Tras unos minutos de esfuerzo, consigo mostrar mi primer mensaje:

      «No quiero irme».

      —Pero, Connor, tienes que continuar —me advierte Beth.

      Logro responder: «No preparado».

      Es la verdad, no quiero marcharme a donde quiera que vayamos al morir. Quiero ver a mi familia. Necesito averiguar qué fue lo que me ocurrió anoche. Tengo que encontrar respuestas.

      —¿Por qué? —pregunta Caleb.

      «Respuestas», les digo.

      —Supongo que te refieres a saber qué te ha pasado… —dice Beth.

      «Sí».

      —Vale, no pensaba en someterme a semejante experiencia —responde ella—, pero he decidido que será más sencillo que vuelvas a poseer a uno de nosotros. Y creo que debería ser yo.

      «No».

      —¿Estás segura? —quiere saber Caleb.

      —No te lo tomes a mal, Reynolds, pero eres demasiado asustadizo, o inocente, como quieras llamarlo.

      Sin duda alguna, Beth está loca.

      —Vamos, Correcaminos. Si quieres respuestas, necesitas poder comunicarte, preguntar, hablar. No todo el mundo va por ahí con una ouija.

      No puedo entrar en el cuerpo de una chica. Si el momento del baño con Caleb ha sido incómodo, con Beth sería así a cada instante.

      «Caleb».

      —Como quieras, Payton, pero soy mejor opción…

      —Maldita sea —dice Caleb.

      Se levanta de la cama y camina por la habitación. Quizá no debería poseerle otra vez… Si Caleb estuviese en mi… lugar, por así decirlo, no estoy seguro de si yo dejaría que lo hiciese. Él ha sido mi mejor amigo… No pretendo joderle la vida por no haber sabido gestionar la mía. No. No voy a hacerlo, ni con él ni con Beth.

      —Connor, quiero que sepas una cosa antes —me dice, con la mirada puesta en la moqueta del suelo—. Si me ofrezco a esto es solo por… —Mira a Beth antes de continuar—. Cuando murió mi padre yo tenía ocho años. Todo se volvió triste, quería llorar a todas horas. Llevábamos en la nueva casa unos meses. Aún no me había atrevido a hacer amigos. Entonces, aparecieron Connor y su madre con un pastel de chocolate en nuestra puerta. Él subió conmigo a mi habitación y, por unas horas, me olvidé de la asquerosa realidad. Fuiste