Nunca digas tu nombre. Jackson Bellami. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jackson Bellami
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416366514
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calle? —se pregunta ella y da un paso atrás—. Mira, no sé qué mierda te habrás metido, pero…

      Da media vuelta para marcharse.

      —Está muerto —le lanzo sin pensarlo.

      No se me ocurre otra cosa para evitar que se vaya.

      Beth se detiene.

      —¿Qué quieres decir, Reynolds?

      —La verdad es que no soy Caleb Reynolds… Beth, soy yo, Connor. Correcaminos.

      —Vete a la mierda.

      Vuelve a darnos la espalda.

      —No dejes que se marche —me ordena Caleb.

      —Espera, Beth.

      Corro hasta colocarme frente a ella.

      —Dime cómo podría convencerte, por favor.

      —Te voy a decir lo que pasa. —Beth se acerca, desafiante—. Estabas aburrido en casa, cansado de masturbarte con algún vídeo de esos en los que una rubia sin cerebro se deja hacer cosas a las que un hombre respetable no debería prestarse, y has pensado: «Eh, voy a tomarle el pelo a la tía rara y oscura de clase. Sí, es un buen plan para el sábado». Pero no imaginabas que esa tía rara va a partirte la cara como no te apartes de su vista.

      Beth saca del bolsillo de su sudadera una navaja.

      —O puede que te corte a tu pequeño amigo. Así no tendrás a nadie con quien ver esas pelis guarras con las que has crecido. ¿Qué te parece?

      Doy un paso atrás. Beth es capaz de eso y mucho más.

      —Por favor, Beth, ayúdanos. Tengo que devolverle el cuerpo a Reynolds.

      Ella se queda parada, con la navaja en la mano, pero no se mueve.

      —Créeme, estoy muerto. Yo, Correcaminos.

      —Vi a Connor en la fiesta. Y lo vi marcharse de ella. Es imposible.

      —No, no lo es.

      Doy un paso hacia ella y Beth continúa sin moverse. Es una buena señal. Me mira suspicaz. Desea creerme, lo sé. Sin embargo, si Jessica apareciese en mi casa diciendo que está poseída por el fantasma de Bethany Brown, yo también la mandaría a la mierda.

      —¿Qué me ocurrió en séptimo grado? —pregunta, seria.

      —No sé a qué…

      —Hay un recuerdo que comparto solo con Payton. Si de verdad eres él, sabrás a lo que me refiero.

      Viajo por el tiempo hasta mis doce años, en plena amistad con Caleb. Repaso los pocos momentos que he retenido en mi memoria para encontrar lo que Beth quiere que le cuente. Recuerdo a Francis Pavone bajándome los pantalones en la cafetería. A Caleb llorando por haber suspendido un examen de Lengua. Veo a un crío bailar encima de la mesa del profesor hasta que le pillan, Chris no ha cambiado. Y ahí está Beth, vestida a todo color aún, saliendo de clase para ir al baño.

      «Claro, se refiere a aquello».

      —¿A qué? Cuéntalo —interviene Caleb.

      No le presto atención.

      —Ya lo recuerdo —le digo—. Fuiste al baño durante la clase de Geografía de la profesora Raley. Yo también quería ir, pero Raley tenía la norma de solo uno por los pasillos. Esperé a que volvieras, pero no lo hiciste. Yo estaba a punto de explotar. Insistí y me dejó salir. Al cruzar frente al baño de las chicas te oí. Estabas llorando. No quise entrar, pero… La cuestión es que lo hice. Te pregunté si estabas bien y me dijiste que te dejara en paz. No hice caso, como siempre. Me quedé allí hasta que saliste del retrete, con el rostro surcado de lágrimas y muy triste. Nos sentamos sobre la fila de lavabos. Yo pinté una flor en el espejo con el rotulador que traje en la mano. Olvidé dejarlo en la mesa con las prisas. Incluso me olvidé de las ganas de hacer pis. Estuvimos allí sentados hasta que decidiste contarme lo que te había ocurrido…

      Detengo el relato. Es algo íntimo. Además, es lo único que ella y yo tenemos nuestro exclusivamente. No quiero que Caleb lo sepa.

      —Adelante, ya no soy una niña tonta —me anima.

      Entonces, sigo con la historia en contra de mi propia voluntad, si es que aún tengo de eso.

      —Te había bajado la regla por primera vez y, como tú me dijiste aquel día, quisiste hacerte la chica mayor. Por eso utilizaste un tampón que llevabas en la mochila desde principio de curso, para que no te ocurriera lo mismo que a esa chica de octavo que acabó manchando la silla de clase. Nunca habías utilizado nada parecido. Cuando intentaste colocarlo te equivocaste de orificio. Luego no quisiste volver a intentarlo.

      —Connor fue hasta la enfermería a por una compresa para mí. Ninguno tenía monedas encima para la máquina del baño. Y juró guardarme el secreto —termina Beth la historia.

      —Hasta hoy —concluyo, totalmente aturdido.

      —Hasta hoy —repite ella, con una pose más triste.

      Mi verdad golpea a la oscura y espeluznante Beth, quien se queda tan muda como nosotros al volver a pensar en la realidad.

      —¿De verdad ha muerto Connor?

      Asiento.

      —Acudí a Caleb en un arrebato de desesperación cuando le vi en la calle al tirar la basura —le explico—. Entré en su cuerpo sin saber qué hice para que ocurriera. No tengo ni puta idea de cómo salir de él.

      —Sigo sin creer que todo esto sea cierto, pero…

      Beth guarda la navaja y sumerge la mano derecha en su cobriza melena.

      —Qué…

      —No sé si puedo ayudarte.

      —Me crees, ¿verdad?

      —No creo nada, Reynolds, o Connor… No creo ni en mí misma. Eso no quiere decir que no sea verdad.

      Acompaño a Beth hasta el porche, donde nos sentamos en un banco blanco a juego con la casa. La tenebrosa chica de la casa de madera blanqueada.

      Le narro de nuevo mi encuentro con Caleb. Cada detalle. Cada palabra. Si alguien puede ayudarnos es ella. No se me ocurre quién más podría creerme ahora.

      —¿Qué ocurre? —le pregunto.

      Lleva callada demasiado tiempo.

      —Estaba pensando en Correcaminos… Hace unos años éramos… No sé, digamos que es lo más cerca que he estado de gustarme un chico. Era un idiota, pero lo pasábamos bien. Siempre creí que acabaría con una chica divertida y guapa, se casarían y tendrían un par de niños a los que pondrían nombres horribles —me quedo sin aire escuchando a Beth hablar de mí—. La verdad es que Jessica no tiene nada de divertida. Merece algo mejor…

      —Merecía —le corrijo.

      —No puedo pensar en Connor así. Anoche parecía más vivo que nunca, con sus enfados y salidas y entradas… No paró un segundo. Creí que era feliz así.

      —No lo era, al menos no realmente. A saber qué acabó conmigo.

      —Si de verdad estás ahí dentro… Si has muerto por la mano de alguien, Connor, lo averiguaré.

      Beth se limpia los ojos con la manga de la sudadera para evitar derramar una lágrima.

      —Gracias, Beth —le digo, y coloco la mano sobre su hombro.

      —¿Por qué?

      —Por