Nunca digas tu nombre. Jackson Bellami. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jackson Bellami
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416366514
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flota a distancia? Nunca te lo dije, pero hacía trampas, por eso ganaba siempre.

      Beth se sienta al borde de la cama con la intención de que Caleb la perciba más cerca. Necesita apoyo en estos momentos.

      —Tú me ayudaste entonces y yo lo haré ahora, amigo mío.

      Caleb solloza sin importarle que Beth sea testigo de su lado más frágil. Aquellos recuerdos de nuestra niñez me llegan al… ¿corazón, alma? y me obligan a esforzarme para no llorar junto a mi verdadero amigo.

      —Déjame ir al baño antes —añade Caleb—. No quiero que tengas que limpiarme el culo.

      Beth muestra en su rostro la decepción del momento. Caleb, siempre sincero y natural, acaba de hacer pedazos el instante, y me saca una sonrisa. Sobre todo, al pensar que no tendré que hacer eso que él ha dejado claro.

      —La puerta de la derecha —le informa Beth.

      Cuando Caleb sale de la habitación, Beth deja la ouija de lado para decirme algo.

      —He visto antes en las redes sociales que tu funeral será mañana —comienza—. Lo siento mucho, Payton. Siempre creí que bailaríamos juntos en el reencuentro de nuestra promoción dentro de unos veinte años. Incluso ahora que eras un idiota más de la pandilla testosterona del equipo, con esa cabeza hueca de Jessica al brazo. Eras diferente, tenías algo especial. Un chico cualquiera no se disfraza de zombi clásico cada año para hacer sonreír a una niña perdida en esta ciudad de mierda. Gracias, Correcaminos.

      Me cuesta más esfuerzo mover la guía de la ouija sin nadie que la sujete, algo incomprensible para mí. Pero lo hago, recorro el tablero por encima de las letras. Completo poco a poco un mensaje que Beth debe saber antes de que desaparezca del todo, lo que podría ocurrir en cualquier momento. Ella da voz a cada letra que voy señalando. Cuando me detengo en la última, Beth sonríe y llora en silencio.

      «Siempre he soñado con que fueses mi chica».

      Entonces, ella canta en susurros una canción que jamás admitiría haber soltado por sus labios pintados de negro, sobre todo para un chico. Lo hace mientras seca sus lágrimas con un cojín del emoticono morado del diablo.

      —I’ve got sunshine on a cloudy day. When it’s cold outside, I’ve got the month of May. Well, I guess you’d say. What can make me feel this way? My girl…

      Ya no solo llora ella, también lo hago yo. Y no por haber muerto y perderme toda una vida de posibilidades… Lloro por haber muerto sin haber besado a Beth, la chica de mis sueños.

      Caleb entra y le sorprende lo que ve.

      —¿Qué ha pasado? —se pregunta.

      —Nada, vamos a ayudar a Connor a poseerte.

      —Que conste que eso nunca dejará de sonar terroríficamente pornográfico —comenta Caleb, y provoca la risa de Beth.

      Y la mía.

      —Espero que estés listo, Payton. Caleb, Colócate aquí —le dice y lo posiciona junto a la cama.

      —¿Por qué aquí?

      —Por si caes de espaldas cuando ocurra.

      Me enfrento a Caleb mientras trato de controlar mi «respiración» como si la necesitara para vivir. Es lo que siempre he hecho para concentrarme. Repaso la escena del jardín frente a la casa de Caleb, cada palabra o gesto… Comienzo con el número sobrenatural.

      Primero intento entrar físicamente. Ya le atravesé entonces. Puede que funcione así. Pero no lo hace. Actúo como si quisiera detenerle, grito para que me atienda. Sigue sin ocurrir. Entonces, pronuncio su nombre…

      —Caleb.

      Destello.

      Y vuelvo a ser él.

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      Equipo a la fuerza

      Lo que es especial para algunos no tiene que serlo para otros. No hay unas normas impuestas sobre qué debe ser singular y qué ordinario. Somos nosotros mismos quienes etiquetamos así los momentos, las personas o los días. Solo necesitamos una razón para que un instante deje de ser corriente y se transforme en un momento único. Algo debe hacerlo diferente del resto. Un ansiado estreno de cine, el aniversario de un evento importante, la visita a un lugar deseado… Son tantas las ocasiones que utilizamos para resaltar en nuestra vida lo exclusivo que incluso deja de tener sentido. Aunque no era este el caso para Connor. Porque aquel sábado sí que era especial para él. Sin embargo, podría decirse lo contrario de Chris. Como dice el sabio refranero: «Lo que uno desecha, otro lo aprovecha». Ni más ni menos.

      Connor había estado entrenando las recepciones durante toda la semana, ya fuese con el equipo o en casa. Lyon Payton trabajaba evaluando riesgos laborales de lunes a viernes y los sábados se pasaba el día como analista de riesgos en la refinería Pine Bend. Un sacrificio que pagaba las vacaciones de la familia en Canadá cada verano. La hora que pasaba con su hijo tras la jornada laboral para mejorar su técnica lo dejaba sin aliento. Adiós a la copa de vino que acostumbraba a tomarse con la señora Payton antes de cenar.

      Aquella tediosa dedicación hacía que Connor se sintiera menos culpable por la puñalada asestada en la espalda de su amigo Chris. El fin justifica los medios…

      El sábado llegó, con los nervios y las dudas de un adolescente que tenía pleno conocimiento de la sucia naturaleza de sus acciones. Pero todo quedó blanqueado cuando razonó las consecuencias que podría tener aquel importantísimo partido.

      —Connor, llevas una hora en el baño —dijo su padre frente a la puerta cerrada, atendiendo las quejas de Daisy con la cara cubierta de espuma de afeitar—. Deja las guarradas para otro momento. Tu hermana me está poniendo de los nervios y voy a llegar tarde a la refinería.

      Lyon habría escogido dos semanas de informes sobre los riesgos del sector del tratamiento del petróleo antes que enfrentarse a sus hijos por la mañana. Eran como animales salvajes.

      —No estoy haciendo guarradas, son los nervios —se oyó tras la puerta—. Me tienen sentado en el retrete desde hace una hora.

      —Pues no olvides encender una vela cuando hayas acabado.

      El desayuno de los fines de semana en casa de los Payton no tenía nada que envidiarle a los bufés de los grandes hoteles. Susan Payton se pasaba las primeras horas del sábado preparando el menú de ambos días. Como ella suele decir: «También es fin de semana para mí».

      La música sonaba por toda la casa. Lo hacía al ritmo de Runaround Sue de Dion DiMucci, un clásico del sesenta y uno. Daisy bailaba por la planta baja con una diadema de princesa, mientras su madre no dejaba de moverse con la sartén de huevos revueltos al fuego.

      Lyon bajó las escaleras, giró un par de veces con su hija y, tras darle un beso de despedida a su mujer, se marchó al condado de Rosemount, donde le esperaban un escritorio y demasiadas firmas en una de las mayores empresas de Minnesota.

      El último en sentarse a la mesa fue Connor, quien lucía pálido y enfermizo.

      —Cielo, tienes un aspecto horrible —observó su madre.

      —Son los nervios por el partido.

      —Come, ya verás como te sentirás mejor en un rato.

      —No se puede entrar en el baño… —comentó Daisy.

      —Cierra el pico o te encerraré en él.

      —Connor, deja a tu hermana y come.

      Se obligó a engullir un par de tortitas con frutos