Nunca digas tu nombre. Jackson Bellami. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jackson Bellami
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416366514
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todo a mi alrededor, la técnica que utilicé para salir de Caleb. Me cuesta concentrarme, no dejo de pensar en haberme convertido en nada. Solo un recuerdo. Me aborda la tristeza, pero aguanto el llanto. Entonces, aparece la rabia. Lo intento. Nada.

      Me doy por vencido.

      Me fijo detenidamente en Caleb y Beth. Hay algo de ellos que antes no estaba ahí. Parece un aura o algo similar. Nunca se me han dado bien las explicaciones de lo que no alcanzo a comprender. Pero de ellos emana cierto brillo, un color para cada uno, breve y ligeramente desapercibido. El de Caleb es claro, blanquecino. Sin embargo, Beth se aproxima al verde.

      Puede que la locura que logré eludir en vida me haya asaltado en la muerte.

      Incluso he llegado a pensar que no he muerto del todo. Quizá solo esté en coma, inconsciente sobre mi cama.

      Tengo que volver a casa.

      Cuando me dirijo hacia la puerta, una sombra se manifiesta al otro lado de la entrada.

      —Son mis padres —dice Beth a Caleb.

      —¿Qué hacemos?

      —Si te preguntan, has venido por un trabajo de clase.

      La puerta se abre frente a mí y reacciono apartándome de ella, como si alguien pudiese verme.

      —Beth, cielo —dice su madre, tan joven como la recordaba.

      Deja la bolsa en el suelo y la abraza. Los extraños colores que rodean a todos se mezclan, el verde de Beth con el rosado de su madre.

      Siempre comparé a mamá con la señora Brown. Es una versión más alta y de pelo moreno de mi madre, aunque sin las ausencias por el trabajo. Madeleine Brown es ama de casa, su agenda la ocupa su familia: una chica singular y un marido armado. Dicen que los niños crecen de un modo diferente cuando alguno de los padres trabaja en casa. Yo no aprecio la diferencia. Beth es tan corriente como yo o cualquiera, aunque sin caer en lo estúpido. La oscuridad de su inquietante personalidad es solo cosa suya, de nadie más.

      —¿Qué ocurre? —se pregunta Beth ante tal muestra de afecto inesperado.

      —Hola… —la señora Brown saluda a Caleb—, disculpa mis modales…

      —Caleb —responde él.

      La mujer asiente, extrañada. Adivino que Beth no acostumbra a traer chicos a casa.

      —Nos hemos encontrado con el director Chambers en Walmart y nos han contado lo del hijo de los Payton.

      «Mierda».

      «¡Joder!», grito hacia adentro.

      A la porra con mis sospechas.

      —Supongo que ya os habrán avisado vuestros amigos por esos grupos de chats del teléfono —comenta su madre.

      —Mamá, yo no tengo amigos. Pero sí, lo sabemos.

      El padre de Beth entra cargando con el resto de las bolsas. De él emana un tono verdoso como el de su hija. Siempre he creído que Beth se parece más a él que a su madre. El pelo, oscuro y demasiado largo para un sheriff, es una clara herencia paterna. La barba parece ir con el cargo, tan poblada y oscura que infunde respeto.

      Son pocas las veces que he visto al sheriff Brown sin uniforme. Incluso en los cumpleaños de su hija acudía con el sombrero y la cartuchera. Tenerle tan cerca vestido con unos vaqueros y una camisa de cuadros no hace que la autoridad que desprende disminuya una pizca. Sin embargo, su voz es amable, al menos con su hija.

      —Eh, escarabajo —dice el señor Brown refiriéndose a Beth, adivino que por el color de su atuendo diario—, siento mucho lo de ese chico. Era el que siempre venía a los cumpleaños disfrazado de muerto viviente, ¿verdad?

      Beth asiente. Se la ve triste.

      —Una crueldad del destino… —añade su padre—. Hola, chaval, Warren Brown —saluda a Caleb—. Te daría la mano, pero tendría que recoger todo esto del suelo.

      —Caleb Reynolds, sheriff… Señor sheriff… Señor Brown…

      A Caleb le traicionan los nervios en el peor momento.

      —Aquí soy el señor Brown, Caleb. Lo que me recuerda que debo irme.

      —Es por… —Beth no se atreve a terminar la frase.

      —Sí, escarabajo, tengo que acercarme al hospital. Estas situaciones requieren de informes y papeleo… —Warren se percata de su falta de tacto—. Siento ser tan franco, chicos. Este trabajo te hace ver las cosas con otra perspectiva.

      —No se preocupe, sheriff Brown —comenta Caleb, aún más nervioso que antes—. Yo no tardaré en irme. Solo he venido por el trabajo de clase.

      —¿Estás bien, cariño? —pregunta Madeleine a su hija.

      —Sí… Bueno, lo estaré. Subamos —le indica a Caleb.

      —La puerta abierta. Son las normas —le advierte su padre.

      Los Brown desaparecen por la derecha, la entrada a la cocina, y Caleb sigue a Beth escaleras arriba. Me quedo a solas, sin intención alguna de moverme. Tengo la sospecha de que, si intento decir algo o mover un solo músculo fantasmal, comenzaré a llorar y no podré parar. Jamás.

      La madre de Beth acaba de confirmar lo que en realidad ya sabía. Es muy duro pensar en tu propia muerte cuando esta acaba de producirse. Creí que, una vez nos marchábamos, simplemente dejábamos de existir. Polvo al polvo. Pero esto, presenciar aunque sea desde otro plano la verdad, ser consciente de tu completa eliminación de este mundo, es algo que no puedo soportar. Quizá solo necesite tiempo para asumir que ha llegado el final del camino. Así, sin aviso alguno. No es que sea un hecho inaudito. Todo el mundo sabe que la vida, de ser algo, es injusta. No sé… De cualquier manera, lo que sí sé es que no tengo tiempo para lamentarme. Puede que sean los efectos de mi locura espiritual, pero siento que ha comenzado una cuenta atrás. Sí, es una extraña sospecha que me pone los vellos de punta cuando pienso en mirar el reloj que no hay en mi muñeca traslúcida.

      Ahora la duda que mantiene mis pies clavados al suelo es sobre a dónde dirigirme. No quiero volver a casa y ver a mi familia destrozada, aunque soy consciente de que solo estoy demorando lo que tarde o temprano tendrá que ocurrir, pues no pienso dejar este mundo sin despedirme de ellos. El otro lugar al que podría ir es la habitación de Beth. Allí arriba voy a encontrar a dos jóvenes disfrutando de una vida que a mí me ha sido arrebatada. No parece la mejor idea, pero tampoco tengo otro sitio al que acudir.

      Subo las escaleras mientras pienso que, ya que me han jodido la existencia, al menos debería poder volar. Cosas que Hollywood nos ha metido en la cabeza.

      «Que te jodan, Casper», pienso, aunque no con sinceridad. Me encantaba esa película de crio.

      Las que han dejado de ser un obstáculo son las puertas. Camino por el pasillo, decorado con fotografías de la familia Brown en las que se puede apreciar la evolución de Beth como si de un Pokémon se tratase. Intento dar pasos silenciosos sobre la moqueta. A veces olvido que me he convertido en una puñetera visión… Me castigo demasiado. Ayer mismo disfrutaba de toda mi vitalidad…

      Tengo que hacer algo.

      Me coloco frente a la puerta de la habitación de Beth y cierro los ojos antes de coger aire. Me tomo esto como si fuese a zambullirme en una piscina. Maldita sea, solo tengo que atravesar una lámina de madera. Allá voy.

      Cruzo al otro lado, donde espero verlos hablando de esta nueva amistad que he ayudado a crear. Pero no es eso lo que encuentro. Caleb está sentado en el suelo, con la espalda apoyada sobre los pies de la cama. Tiene el teléfono en la mano y le brillan los ojos. Apostaría que está tratando de no llorar. Miro lo que tiene en la pantalla: Instagram. Hay decenas de publicaciones con la etiqueta #DEPPayton. Es lo que tiene a mi vecino tan abrumado.

      Beth está en el escritorio, perdida en su