El Archivo de la Academia de Ciencias de Rusia –que ha tratado de conservar el archivo de Yuri Knórosov en Rusia.
Un agradecimiento especial a aquellos que no conocían en lo absoluto a Yuri Knórosov y han hecho tantas cosas para salvar su patrimonio y su memoria:
Andrey Martynov –director de la compañía de radio y televisión Neizvestnaya Planeta (Planeta Desconocido), quien fue el primero en comenzar el proyecto a la memoria de Knórosov en los años en que nadie se acordaba de este nombre.
Serguei Mirónov –ya que sin su ayuda no hubiera aparecido el monumento en la tumba de Yuri Knórosov.
Andréi Fursenko – puesto que sin su apoyo la escuela Knórosov no hubiera adquirido tanto alcance y no se hubiera instalado en México un monumento a Yuri Knórosov.
Vladimir Putin –por aquel reconocimiento y palabras dirigidas a Yuri Knórosov, las cuales abrieron muchas puertas para inmortalizar el nombre del genio ruso.
Finalmente, agradezco mucho a los múltiples investigadores de todos los Centros Knórosov en el mundo: el Centro de Estudios Mesoamericanos Yuri Knórosov en la Universidad Estatal de Rusia de Humanidades; el cemyk en Guatemala y el cemyk en México. Gracias a su trabajo, la escuela científica del gran genio ruso vive y sigue desarrollándose.
¡Muchas gracias, mis queridos amigos y colegas! No son agradecimientos por protocolo, sino un reconocimiento por el apoyo real en este complicado asunto. Juntos logramos hacer que el nombre del genial científico ruso Yuri Valentínovich Knórosov, que vivía y trabajaba para todos nosotros, adquiriera su merecido lugar.
Entonces recordemos, como el escritor ruso Mijaíl Bulgakov, hizo la reconstrucción del retrato de la persona, tomando en cuenta los recuerdos de los testigos:
Tiempo después, cuando en realidad ya era tarde, muchas organizaciones presentaron sus informes con la descripción de ese hombre.
La comparación de dichos informes no puede dejar de causar asombro. En el primero se lee que el hombre era pequeño, que tenía dientes de oro y cojeaba del pie derecho. En el segundo, que era enorme, que tenía coronas de platino y cojeaba del pie izquierdo. El tercero, muy lacónico, dice que no tenía rasgos peculiares. Ni siquera se tiene que decir que ninguno de estos informes sirve para nada.
Primero: el hombre descrito no cojeaba de ningún pie, no era ni pequeño ni enorme; simplemente alto. En lo que se refiere a su dentadura, tenía a la izquierda coronas de platino y a la derecha, de oro. Vestía un elegante traje gris, unos zapatos extranjeros del mismo color y una boina, también gris, le caía sobre la oreja con estudiado desaliño. Llevaba bajo el brazo un bastón negro con la empuñadura en forma de cabeza de caniche. Aparentaba cuarenta años y pico. La boca, algo torcida. Bien afeitado. Moreno. El ojo derecho, negro; el izquierdo, verde. Las cejas oscuras, y una más alta que la otra...[9]
En la realidad, se puede recopilar algo parecido con el tejido de las contradicciones que conformaban el retrato de los recuerdos sobre Knórosov. Unos cuentan que en la escuela tenía fama de gamberro; otros dicen que era un alumno modelo. Unos admiraban su elegancia; otros lo comparaban con un vagabundo. Unos lo consideraban poeta y romántico; otros afirmaban que prefería las novelas policiacas... Unos decían que su abuela era una súbdita turca; otros, que era armenia. Que su cumpleaños era el 19 de noviembre o el 31 de agosto. Unos afirman que participó con armas en la toma de Berlín; otros insisten en que jamás tomó parte en las acciones militares. Unos aseguran que era abstemio; otros, que bebía como un pez. Unos, que era patriota; otros veían en él casi a un disidente. Unos lo conocían como un frío analista; otros sospechaban en él misteriosas habilidades de «brujo». Unos lo consideraban casi un mujeriego; a otros ni siquiera les pasaba por la cabeza sospechar que tuviera una conducta imprudente. Hay aquellos que apasionadamente se interesan solo por un detalle: ¿Bebía Knórosov o no? Lo preguntan como si un modo sano de vida predeterminara la presencia de la genialidad. Yuri Valentínovich hubiera dicho que todo, más bien, era al revés. Unos lo veían como una persona distante y antisocial; otros, como objeto de adoración de los niños y los animales. Unos nunca recibieron de él más de un par de frases y otros tuvieron la suerte de escucharlo durante horas con la boca abierta, y disfrutaron de su peculiar e increíble «visión» de los sucesos históricos. Tenía miedo de las represiones políticas –pero estaba dispuesto a arriesgar todo por la verdad científica. Unos se acuerdan de su habla refinada, correctamente literaria; otros tuvieron la oportunidad de escucharlo maldecir y usar el vocabulario de soldado. Unos lo conocían como «Doctor Jekyll»; otros, como «Señor Hyde». Además, algunos tuvieron la suerte de ver en él a ambos personajes... ¿Si fue bautizado con el nombre de Jorge o de inmediato lo llamaron Yuri y nunca lo bautizaron? ¿Generalmente su apellido se pronuncia con el acento en la primera sílaba «Knórosov» o en la segunda «Knorósov»? Eso sin hablar de la variante española, en la cual generalmente suelen decir Knorosóv. Cuántas discusiones hubo en relación con la etimología de este apellido...
Pero, de todas formas, hay características que nadie es capaz de desmentir: Knórosov tenía unos increíbles ojos azules, siempre adoró a los gatos y a cualquier otro animal. Y lo más importante: la traición y la infamia le eran completamente ajenos en cualquiera de sus manifestaciones y estados. Además, él no sabía perdonar. Siempre era impecablemente honesto y fiel: a su Patria Rusia –en todos sus estados–; era sacrificadamente fiel a su familia: esposa, hija y nieta; eraincondicionalmente fiel a sus amigos, e impecablemente fiel al objetivo de su vida, es decir, a la ciencia. Por último, Knórosov era un investigador de nacimiento.
Ya han pasado 20 años desde que falleció el gran científico. Quizá no valga la pena, citando al mismo Mijaíl Bulgakov «correr por las huellas de lo que ya se ha acabado». Sin embargo, lo que hace el verdadero investigador no tiene un final, sino al contrario. Knórosov decía: «Más bien, se trata de la necesidad de comenzar el trabajo...» Por lo tanto, trataremos de conservar y transmitir a otras generaciones este hilo invisible «una cuerda celestial», como decían los mayas, que nos ha extendido el último genio del siglo xx.
Para el lector mexicano
Es necesario decir unas palabras para aquellos lectores que nunca hayan conocido la realidad soviética y nunca hayan visitado Rusia. El que tienen en sus manos es un libro ruso en todos los sentidos: habla de la vida de un científico ruso, se sumerge en la historia de Rusia como escenario de esta vida; es un libro que lleva el espíritu ruso, por bueno o complicado que les parezca, y está hecho con base en la visión rusa de los acontecimientos locales e históricos. Aparecen realidades que son muy diferentes a las mexicanas, pensamientos y reacciones que no son comunes en otros países más que en Rusia. También quisiera advertirles que los versos que aparecen en el texto fueron traducidos orientándose más a trasmitir el sentido de lo expresado y no tanto a la forma poética.
Sin embargo, todos estos «defectos» del texto abren una muy buena posibilidad de integrarse un poco en la mentalidad rusa y en la realidad de Rusia –país que siempre, por razones místicas, ha buscado el contacto con México, su profunda y antigua cultura, su creatividad y su gente talentosa.
Pero lo más importante contradice totalmente lo anterior: con todas las diferencias que tenemos, la obra testimonia que los eternos valores humanos en este mundo tan diverso y milenario son los mismos valores tradicionales que se entrelazan en aquella poderosa cuerda del cielo de los antiguos mayas que atraviesa las generaciones y nos da a todos el sentido y la razón de vivir. Vivir no para sí mismos, sino para la humanidad. Por eso el contenido de este libro predomina sobre la forma. En verdad espero que después de terminarlo el lector conozca un poco mejor Rusia, el país que tanto quería Yuri Knórosov.
[1] Citas tomadas de Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché, traducidas del texto original con introducción y notas de Adrián Recinos, México, FCE, Colección Popular, núm. 11, 32ª reimp., 2005.