En aquel momento los bárbaros estaban saciados...
Y, al sentarse debajo del cactus, el misionero venerable
De inmediato comenzó la lucha contra el mal y la ignorancia.
En particular, se rebeló contra el canibalismo.
Pero los bárbaros le contestaron a coro:
«¡Oiga! Estamos obligados a comer a la gente:
¡No hay otro remedio para no morir de hambre!
De vez en cuando puede haber aves en los bosques
O muchos peces que nos dan las aguas marinas,
Pero, después, llega tal periodo del año
¡¡¡Cuando sólo queda aullar como un lobo!!!
En aquel entonces con toda la tribu nos sentamos en las piraguas
Y corremos a la guerra por las olas rabiosas
A ajenos poblados donde a los valientes
¡Ya les han preparado los alimentos los dioses preocupados!
Al derrotar a los enemigos debajo del refugio de la oscuridad nocturna,
Llevamos a sus esposas a la casa, pero no a todas:
Dejamos a la tribu las esposas jóvenes y alegres,
A las ancianas las llevamos para comerlas...».
Pero Jiménez interrumpió: «¡Asqueroso! ¡Fi! ¡Qué feo!
¡Podría evadir todos estos horrores!
¡¿Amigos, no será mejor comer los pájaros y los pescados?!
¡Les enseñaré a preparar hábilmente para la reserva!
«¡Oh sí!», exclamaron los bárbaros entusiasmados.
Jiménez pensó: «¡Oh, Dios, qué rápido
En sus almas crecieron los granos de amor y fe,
En su ceguera penetró un rayo sagrado del amanecer!...»
Estuvo mucho tiempo, para el espíritu y para el cuerpo,
Logró enseñar muchas cosas útiles.
Y, al bendecir a todos, se fue a continuar
Su asunto sagrado entre otras tribus.
Los meses y los años pasaron volando;
Volvió a llegar el abad ante los caníbales, que ya veían luz.
Todos se han alegrado: «¡Padre nuestro! ¡Para siempre se han
Terminado las dolorosas desgracias!
¡Bienvenido! ¡Con la ciencia mágica por un siglo
Salvaste de la hambruna a tus hijos!
¡Porque ahora siempre tenemos de reserva
Unas ancianas saladas!...»
Todos los colegas de Knórosov tenían copias de este texto escrito en máquina de escribir. La misma trama de la poesía estaba construida absolutamente de acuerdo con espíritu de Yuri Valentínovich, correspondía a su sentido del humor y mostraba cuánto no aguantaba la hipocresía –en cualquier forma o manifestación era capaz de sacarle de sus casillas. Me acuerdo de que en uno de los congresos yo propuse mi ponencia relacionada precisamente con aquellos Cantares de Dtzitbalché, traducidos otrora en un mes. En la ponencia, en particular, se trataban los sacrificios humanos. Esta era mi primera ponencia en un evento académico importante, por lo cual yo estaba muy nerviosa. Cuando llegó la hora de hacer preguntas, se levantó un tal Vladimir Kuzmischev, con pinta de un gran ideólogo, y comenzó a declarar que «nosotros, como personas soviéticas, indudablemente criticamos los sacrificios». Yo estaba parada escuchándolo, mientras daba vueltas en mi mente una frase que pronunciaba un niño en la película soviética de Georgiy Daneliya: «Tío Pedro, ¿eres un imbécil?». Me contuve, sin embargo, no se me ocurría qué se debía contestar en tales casos. Y ahí fue cuando salió Knórosov enfurecido y partió en pedazos toda esta demagogia hipócrita sin sentir mucha pena en emplear algunas expresiones, pero de una forma bastante académica. Era una brillante lección para toda mi vida: aguantar cualquier golpe incluso en las situaciones más absurdas y siempre, sin limitarse, dar un comentario exhaustivo.
Knórosov a veces me expresaba su «envidia»: «Usted es una persona feliz; todavía no ha leído tantos libros...». También era parte de su estilo. Además, siempre me recomendaba algo que fuera necesario para leer, me prestaba o incluso regalaba uno u otro libro. Al parecer durante toda su vida le gustaron mucho las novelas policiacas –desde las más clásicas, como las de Arthur Conan Doyle y Agatha Christie, las cuales se sabía de memoria, hasta las nuevas «fabricadas en cadena», que aparecieron en la década de 1990.
Probablemente, por último, hay que mencionar un detalle relativo a los regalos. Él regalaba con gusto a las personas cualquier cosa suya si esta les gustaba. Y a la pregunta: «¿Por qué se lo regala si a usted mismo le gusta eso?», Yuri Valentínovich contestaba: «¿Y para qué voy a regalar algo que a mí no me guste?». Y eso también llegó a ser una especie de lección.
Yuri Valentínovich era muy conmovedor cuando llegaba a Moscú y se hospedaba en nuestra casa. Siempre platicaba con gusto con mi esposo «don Guillermo». Discutía algo con mi hija «señorita Anna», para quien era casi su abuelo (los hijos de todos los colegas simplemente lo adoraban), y le traía al gato Mujtar una raíz seca de valeriana como regalo...
Todo el círculo íntimo de Knórosov sabía que él inevitablemente inventaba un apodo para cada persona –característica semejante a los apodos de guerra de los indígenas. Estos apodos podían cambiar a medida de los sucesos que ocurrían en su vida y las acciones que realizaban. En la primera etapa de nuestra colaboración él había declarado solemnemente que mi apodo iba a ser la «zorra sin cola», lo cual me había ofendido un poco, pero no protesté. En aquel entonces todavía no había llegado a entender su teoría de comunicación. Después de la defensa de mi primera tesis de doctorado, lo cual por lo visto mi Maestro identificaba como la iniciación, oficialmente pasé al status de «zorra con cola». Cuando se publicó mi primer libro él, con su astuta sonrisa característica me entregó una tarjeta postal en la que estaba representada una zorra con una cola exuberante que corría y llevaba en la boca a un bello gallo que lanzaba alaridos... Knórosov se veía extremadamente contento: ¡Encontró un exacto enfoque semiótico! Cabe señalar que, una vez entrando a su sistema de imágenes, ya era posible comunicarse con él solo mediante palabras clave –el destinatario ya conocía la supuesta connotación. Cuando comenzaron nuestros viajes a Guatemala y México, el auditorio se reía mucho al escuchar mi traducción de las ponencias de Knórosov: él pronunciaba una u dos palabras y luego yo, durante varios minutos, explicaba qué era lo que quería decir.
Algunos detalles relacionados con las «enseñanzas» del Maestro se mencionarán en los capítulos de libro. Como algo paradójico se puede recordar que yo desde el principio había tenido la oportunidad de conocer a Knórosov de forma muy sencilla y cercana. Sin embargo, resultó que por casualidad una amiga mía de la escuela era hija de un amigo de Yuri Knórosov, el poeta infantil Valentín Bérestov. Después de varios años de conocernos, Yuri Valentínovich decidió presentarme a Valentín Bérestov y le costó comprender por qué nosotros ya nos conocíamos tan bien... La vida siempre es más rica que los esquemas y está llena de paradojas.
***
Entonces, ¿qué tiene que ver mi biografía con este libro? Como tuve la suerte de trabajar junto a Yuri Knórosov a partir de 1979, presento muchos hechos, opiniones y observaciones con base en mis propios recuerdos, notas y en los mismos textos que fueron dictados y enviados en múltiples cartas por Yuri Valentínovich, que dejaba en ellos su propia versión y su forma de ver lo sucedido. Cabe destacar que incluso las historias más inimaginables que contaba Knórosov, por más raras que sonaran, siempre resultaban ser verdaderas. Sin embargo, muy a menudo