La familia itinerante. Sun-Ok Gong. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sun-Ok Gong
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640172
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dijera algo y me moría de vergüenza sin poder abrir ni cerrar la boca.

      —Pero si te dije desde el principio que te pusieras la dentadura postiza para ir y te fuiste sin ponértela.

      —¡Ah! El agua del vaso en que la metí estaba tan congelada que no pude sacarla, y encima decían por el amplificador que nos reuniéramos rápido. Y como no me la puse, no comí mucho, así que me regresé. Entonces, ¿por qué está tan enojado conmigo, como si yo hubiera tomado alguna comida especial?

      —Escucha: estuviste en el club social todo el día, y Michong, esa mala chica, no me contestó a pesar de que la llamé muchas veces. ¿No es esto motivo suficiente para estar enfadado?

      —Y, entonces, esta diabla ¿habrá ido al pueblo hoy? Oye, ¿me oyes, Michong? Esta maldita hija de… Ay de mí, ¿sabrá cómo la he criado? ¿Cómo puede comportarse de esta manera?

      Michong fingía dormir; y así, sin darse cuenta, se quedó dormida profundamente.

      Ya era la mañana. Era la blanca Navidad. Era la mañana del día de la blanca Navidad, en que se difundían vagamente las campanadas de la iglesia en el pueblo vecino, más allá del camino de pedregullo, cuando el padre de Kyongae, de Dangchuri, visitó a Michong.

      —Michong, ayer por la noche mi hija Kyongae desapareció. ¿No ha venido por aquí, verdad?

      —Anoche me dijo que iba a hacer la maleta para salir de casa, pero creí que era una broma.

      —No lo era, es verdad. Ayer se volvió loca pidiéndome dinero y se lo di. Después me dijo que le había comprado a un amigo, un fulano, un celular. La regañé un poco y luego desapareció.

      —Éste es el teléfono celular.

      —¿Conque eras tú? Dámelo. Lo compró con el dinero de su madre, por lo tanto no puede ser tuyo. Además, las chicas de poca edad no deben usarlo.

      El teléfono le fue arrebatado por el padre de Kyongae. Ella pensó que esto significaría una despedida para siempre de Kyongae. Michong se dirigió a pasos lentos hacia un rincón del patio, donde había una palangana y se lavó la cara. Al lado había un recipiente que servía para poner la comida del perro, y en él estaba, muy congelada, la prótesis dental de la abuela. Pensó que debería verter agua caliente y, para ello, iba hacia la cocina cuando la abuela, en ese mismo momento, le dio un golpetazo en la espalda de manera imprevista.

      —¿Por qué me pegas?

      —Por qué razón has hablado tan francamente y te has dejado arrebatar el teléfono, muchacha idiota?

      Las campanadas sonaban pacíficamente, pero el mundo en que se encontraba Michong no parecía sereno en absoluto.

      Después del desayuno empezó la filmación. Aunque habían anunciado muy claramente que correría a cargo de la emisora, el que se encargaría de hacer las tomas era un solo hombre. Propuso a los niños que fueran junto a él a jugar en la montaña.

      —¡Nooooo, señor! —gritaron todos los niños a la vez.

      Él les preguntó si no les gustaba jugar.

      —Tenemos que mirar la televisión —contestaron al unísono.

      Él les dijo que ese día lo acompañaran a la montaña a cazar conejos.

      —¡Conejos! Tenemos uno que cazamos ayer —volvieron a contestarle en voz alta.

      Uno de ellos corrió hacia el edificio aldeano. Quienes lo habían cazado eran los niños y, sin embargo, los adultos se lo quitaron insistiendo en que quienes lo comerían serían ellos. El tipo les aconsejó que lo soltaran.

      —¡Noooo, señor! —los niños corearon de nuevo.

      Por su lado, Younggui se enfadó desde el principio, ya que el conejo había sido cazado con su lazo. Michong era, entre los niños, la única estudiante de la escuela secundaria, los demás eran de primaria. Sin embargo, no eran más que tres. La niña Sukhi, que asistía a una guardería anexa a la primaria, salió de la casa, pero a causa del frío, después de lloriquear un rato, al final volvió. Hyangsuk había estado por hacer algo con el perro la noche anterior, pero su plan fue descubierto antes por su madre, que le dio tal paliza que se quedó tendida sin poder salir. El tipo consoló como pudo a Younggui y liberó al conejo hacia la montaña.

      —Los mayores nos van a matar por su culpa.

      Jinhak, hermano menor de Hyangsuk, se lo reprochó al tipo, a lo que éste respondió prometiendo que les prepararía algo sabroso.

      Y, en efecto, el hombre sacó ramyon de la mochila que llevaba al hombro. Los niños al unísono gritaron en voz muy alta. Mientras cocinaba el ramyon en agua hirviendo, les preguntó cómo pasaban el tiempo durante las vacaciones.

      —Jugamos con trompos Topblade y miramos la televisión —contestó Jinhak.

      —¿No hacen otra cosa?

      —No hay nada más que hacer, carajo. Queremos jugar con la computadora, pero no tenemos. Con suerte cazamos algún conejo y, si no, agarramos algunas ranas para comérnoslas.

      —Pero qué felices son ustedes de jugar como quieren, no tienen nada que estudiar. Así es que están contentos, ¿verdad?

      —¡Sssssí!

      Los niños corearon burlonamente al mismo tiempo. Michong pensó que el hombre no sabía nada de verdad, nada de nada. A decir verdad, ella tenía muchas ganas de estudiar, pero ocurría que no tenía posibilidades. Le atraía estudiar en la computadora e ir a una escuela privada; sin embargo, no podía hacerlo por falta de dinero. La cara del reportero de la emisora se puso roja.

      —Entonces, ¿qué es lo que más les gustaría hacer en este momento?

      —Pues, naturalmente, lo que queremos es ganar dinero —todos los niños volvieron a gritar a la vez.

      —¿Por qué?

      —Pues porque, de verdad, no tenemos dinero.

      Aunque el tipo no les preguntó nada, los niños empezaron a hablar de la situación en sus respectivas casas.

      —En mi casa criaban vacas, pero el precio de la carne de res se vino al suelo y por eso ahora criamos perros. Ahora se dice que el precio del perro también está cayendo.

      Cuando Jinhak, sorbiéndose los mocos, habló del derrumbe del precio del perro, otros niños estallaron en carcajadas simultáneas.

      Así dijo Daesik, que residía en una casa situada en la colina, cuyo padre, guía de vías fluviales, había muerto en un accidente de tráfico el año pasado.

      —En mi casa….

      Younggui también estaba por decir algo, pero su voz se ahogó en la garganta y no pudo seguir. La abuela había dicho que la voz de su nieto se recuperaría en cuanto su madre volviera.

      —Así que quieren ganar dinero… Pero, niños, ganar dinero es lo que harán cuando sean adultos, y ahora…

      —¿Quieres que juguemos? Mi padre me reprende diciéndome que siempre estoy de juerga, ¿sabes?

      Jinhak era un duende conocidísimo en la aldea. Al parecer, para los niños del lugar era una diversión ver al hombre —que no lo conocía bien— perplejo ante la respuesta imprevista de Jinhak. Éste le dijo de nuevo:

      —Si jugamos, ¿usted nos dará dinero?

      —¿Dinero? ¿Qué dinero?

      —¡Ja, ja, ja! El pago por la presentación. Dicen que al que