La familia itinerante. Sun-Ok Gong. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sun-Ok Gong
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640172
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sabe a primera vista. No tengo la cinta de GOD, pero sí una de Om Chonghwa, cantante de la nueva generación. ¿Quieren escucharla? Es muy sexy.

      Kyongae gritó de buena gana. El conductor también gritó con deleite, imitándola involuntariamente.

      —¿Usted va al centro del pueblo, no?

      —Si fuera, me daría muchísimo gusto llevarlas, pero solamente voy hasta el cruce de tres calles. Las dejo allí y toman el autobús.

      Para Michong llegar hasta la intersección de las tres calles era ya motivo para agradecer, pero Kyongae se desanimó. Llegaron al cruce en un abrir y cerrar de ojos. En cuanto las chicas bajaron, el conductor arrancó la furgoneta y carraspeó para lanzar un escupitajo por la ventanilla. “¡Huy! Si pudiera acostarme con esas chicas cuando crecieran lo suficiente, estaría encantado.”

      Sin embargo, las chicas no escucharon el monólogo del conductor y todas lo saludaron diciéndole en coro: “Muchas gracias”, al tiempo que agachaban sus cabezas cortésmente. El autobús que iba rumbo al pueblo aparecería después de una larga espera. De pie, tiritaban por el viento frío que las cubría en pleno invierno.

      Desde ese día los trabajadores no se presentaron. Kim Dalgon fue al local, pero no encontró a nadie; lo único que quedaba era un poco de nieve debajo de la estructura esquelética del edificio, lo que le daba al sitio un aire melancólico. El capataz le había dicho que le avisaría si el trabajo volvía a empezar. También agregó que hacía mal tiempo para recomenzar la obra y que, además, se habían agotado los recursos económicos para la construcción, por lo que sería difícil continuarla. No se sabía cuándo los llamaría el jefe de nuevo. Kim Dalgon y los otros trabajadores tendrían que buscar otro lugar para ocuparse o volver a su pueblo natal para ahorrarse los gastos de alojamiento. Pero para él no era nada fácil hacer las maletas, ni el día anterior ni hoy. Deseaba formar parte del grupo de trabajadores que llegaba para reforzar al equipo que se hacía cargo de las obras de la estación del metro o del tren. Sin embargo, cuando llamó por teléfono a su casa, su anciana madre le había dicho casi llorando que desde el principio los niños no obedecían a sus mayores. Lo cierto es que días después, ella celebraría su cumpleaños: cumpliría 70. Dalgon sabía mejor que nadie que su madre se encontraba en una situación bastante difícil porque tenía que atender sola a niños desobedientes y a su marido, que guardaba cama debido a una enfermedad, y por si eso fuera poco, tenía que hacer frente a los acreedores que aparecían en los momentos en que uno casi lograba olvidarse de su existencia. Por otra parte, hacía un año que había salido de su casa, por lo que le parecía razonable visitar a su familia y ver cómo estaban, pero se sentía inquieto. En este lugar había trabajado durante un mes, pero como al cobrar le quitaron la mitad, es decir, 15 días de salario, con lo restante tenía que pagar comida y pensión, por lo que le quedaba poco dinero. Y si no conseguía trabajo, prefería dormir al aire libre en una calle antes que regresar a su pueblo. Éste era el verdadero sentir de Dalgon. Si se viera obligado a volver, sólo lo haría después de obtener cierta cantidad, fruto de su trabajo de algunos años en un lugar lejano. Aun así, aunque las deudas quedaran pendientes, quería hacer un poco de dinero para comenzar algún negocio en su tierra…

      Dalgon puso la televisión distraídamente. Había un programa pornográfico en el que una pareja aparecía desnuda y esto, en verdad, no lo animaba. ¿Acaso ahora su esposa no estaría haciendo eso mismo? En ese instante lo invadió un odio tan fuerte que sintió deseos de destruir el televisor. Lo apagó y se levantó bruscamente. Una vez más reafirmó la voluntad de encontrar a su esposa a toda costa. Ver a sus padres y a sus hijos en ese momento era secundario. Lo que le importaba no era otra cosa que localizar a Seo Yongja. Una vez que la tuviera enfrente, pensaba arrojarla al suelo tirando de su cabello y después… la torturaría torciéndole las piernas, pero todo esto lo hacía estremecerse de furia. Ya volvía a ser hora de que abrieran los establecimientos nocturnos de espectáculos; la hora elegida para su batalla personal de pesquisas. Se puso el abrigo para salir y, en ese momento, sonó el timbre del teléfono.

      —Oiga, señor de la habitación 302, tiene una visita.

      Contestó que bajaría enseguida, creyendo que se trataba de su hermano menor Dalsu. Éste lo visitaba de vez en cuando llevando jugo de naranja, golosinas, pasteles de chocolate, etc., sin que se enterara la esposa. Cada vez que Dalgon percibía la situación de su hermano menor, le subía la ira, pero jamás ponía expresión furiosa porque, en realidad, agradecía el guiño fraternal de su visita. Un día le había dicho:

      —Oye, ¿por qué me traes estas cosas si ya no soy un niño?

      —Con esto quiero decirte que no bebas más, por favor —le contestó Dalsu.

      Luego Dalgon le preguntó:

      —¿En qué trabajas en estos días?

      —En nada.

      Era probable que su hermano, por el puro deseo de mantener su honor, le trajera golosinas y pasteles aunque no tuviera dinero.

      Después de que Dalsu se hubo ido, Dalgon finalmente lanzó una maldición al techo: “¡Eres un hijo de puta!”, pero de pronto le pareció que el hijo de puta no era su hermano menor que le había traído regalos, sino él mismo, por lo que se puso rojo de vergüenza.

      De todas formas, ya estaba por salir, y bajaba las escaleras hacia la planta baja, cuando se encontró con Younggap, un obrero que se encargaba de pegar ladrillos en la construcción y traía una expresión desconcertante. Lo estaba esperando ahí: parecía que al mismo tiempo reía y lloraba. Esa cara no le agradaba. Dalgon lo conoció por casualidad hacía un año en la construcción de Villa de Shinchonji en la ciudad de Chunchon. Younggap le había dicho que de niño había vivido en un pueblo vecino al de Dalgon hasta que, junto con sus padres, se había