La familia itinerante. Sun-Ok Gong. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sun-Ok Gong
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640172
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que ni Dalgon ni ninguna otra persona tenían por qué romper la paz que ella misma, Seo Yongja, viviría dichosamente ahí; a la vez deseaba que sus hijos, Kim Michong y Kim Younggui, vivieran sanos y salvos y, si fuera posible, que encontraran una nueva madre para empezar una nueva vida con felicidad.

      Al percibir la desconfianza de la propietaria de la pensión, Dalgón sacó fuera al niño y a su padre, Younggap. Sin embargo, no tenía a dónde ir con ellos. Tampoco quería dejarlos ir adonde quisieran. Por eso, sin ninguna razón, Dalgon le preguntó:

      —¿Has comido?

      El otro le respondió precipitadamente:

      —La comida es importante, pero tengo ganas de ir a algún lugar a tomar una copita.

      Aunque Younggap no lo hubiera dicho a propósito, las ganas de tomar una copita no le parecieron mal, pues resultaría difícil marcharse en busca de su mujer en pleno uso de razón, pero no lo dijo y entró taciturno a una taberna cercana. En cuanto se sentaron, el hijo de Younggap miró a su padre afligidamente y dijo: “Papá, pollo frito”. Lo reprendió furiosamente diciéndole que allí servían sólo patas de pollo, por lo que no había pollos fritos y agregó: “Los hijos de familias pobres siempre desean lo que no se sirve en un restaurante”. Ante esa situación, Dalgon se ablandó. Apresuradamente salió de la taberna y entró en una pollería ubicada justo al lado. Puso un pollo frito delante del niño; Dalgon y Younggap empezaron entonces a tomar aguardiente coreano. Younggap fue el primero en tomar un pedazo del pollo frito de su hijo. Avariciosamente mordió un muslo del pollo y dijo:

      —Hermano mayor, fui al local donde trabajaba antes.

      Explicó que había estado poniendo ladrillos hacía tres meses para la remodelación de un restaurante.

      —¿Y eso?

      —Es que el dueño abre su restaurante con normalidad, y sin embargo nunca me pagó nada.

      —¿Y entonces?

      —¿Había otro remedio? Entré precipitadamente a la cocina, desconecté el tanque de gas, me lo cargué sobre un hombro, entré al salón del restaurante e hice una locura.

      —¿Así que te cobraste lo que te debía?

      —Claro que sí. Ya me conoce, hermano mayor, yo, Cho Younggap, soy un hombre dócil. A pesar de ello, siempre hay circunstancias que me obligan a hacer locuras.

      —Pero, oye, a pesar de tu locura estás aquí sano y salvo. Tendrás que agradecerlo a Dios.

      Según dijo Younggap, el dueño del restaurante no era, al parecer, un hombre malo.

      Como empezaba a anochecer y Dalgon no tenía ganas de seguir escuchándolo, atinó a levantarse de su asiento. Younggap se lo impidió enseguida.

      —¿Hoy es Nochebuena, no? Después de tanto tiempo he venido a pasar esta noche con usted, hermano mayor, que es del mismo pueblo que yo. ¿Me va a dejar solo?

      —Oye, tengo otras cosas que hacer, ¿no entiendes?

      —¿Qué cosas?

      —No tienes por qué saber más al respecto.

      —Hermano mayor, ¿tiene secretos para su hermano menor y paisano?

      —A ver, déjame decírtelo claramente: ¿desde cuándo eres mi hermano menor?

      —De verdad siento mucha tristeza al escuchar esas palabras. He venido a consultarlo sobre mi vida. Desde el principio sabía que usted era un hombre de carácter; ahora veo que en realidad es muy frío. No puedo sino creer que la humanidad en este mundo está totalmente perdida.

      A Dalgon se le escapó una risa burlona cuando escuchó decir a Younggap que quería consultarlo sobre la vida. El que quería consultar con alguien acerca de la vida era él mismo. De los dos, quien era más empático era Kim Dalgon, naturalmente. Younggap le habló de manera tan franca que decidió, aunque no fuera a aconsejarle nada sobre la vida, tomar un poco más de alcohol con él, por lo que volvió a sentarse desganadamente. ¡Empatía! Por su causa Dalgon no había podido abandonar a su mujer Seo Yongja. No era que él se hubiera casado con ella por amor. Pensaba que el hombre cometía errores y que él había cometido uno con Seo Yongja una vez. Ella había reaccionado aferrándose al dobladillo de su pantalón, con lágrimas en los ojos, suplicante, preguntándole qué sería de ella. Y él había accedido a desposarla aunque no la quisiese. De ahí que Dalgon pensara que haberse casado por empatía hacia Seo Yongja, constituyó un grave error en su vida. Y también creía que la razón por la que la buscaba residía en la empatía con que habían vivido juntos hasta entonces.

      —¿Me dijiste que soy un hombre frío? Realmente no me conoces; me parece que no me conoces en absoluto. Yo, Kim Dalgon, soy un hombre verdaderamente fracasado por culpa de la empatía, ¿sabes?

      Dalgon se llenó de furia sin razón.

      —¡Cálmese, por favor! A decir verdad, yo, Cho Younggap, soy un hombre que lleva una vida muy enredada.

      —Mira a toda la gente. No hay nadie que crea que su vida no es complicada —esta alusión hacía referencia a su propia vida en realidad.

      —Oiga, usted ya se imaginará, pero ¿sabe por qué siempre llevo a mi hijo a todas partes?

      —Mi mujer se fue de casa. Hace cierto tiempo volvió y se fue de nuevo. Esa maldita mujer se llevó el dinero que había ganado trabajando en la remodelación de un local. Un dinero que cobré poniendo en riesgo mi vida frente al dueño del restaurante.

      El corazón de Dalgon empezó a latir intensamente para luego acelerarse mucho más.

      —No me digas más. Tengo un corazón bastante débil, por eso, cuando escucho una historia ajena y mala, se me revuelve el interior.

      —Me parece que tiene una enfermedad crónica. No es necesario que preste tanta atención a los asuntos ajenos. ¿Me permite seguir contándole?

      Aunque Dalgon no se lo permitió, Younggap puso cara de haberse decidido a hablar de su inquietante realidad, como si fuera algo para picar. Por su parte, Dalgon quería gritarle que dejara de hablar, que no atizara las llamas que ya estaban ardiendo; sin embargo, seguía ingiriendo alcohol.

      —No me preguntes a mí, pregúntale a tu mujer.

      —Justamente, voy a buscarla antes de que termine el día. Hermano mayor, ¿me haría el favor de acompañarme?

      —¿Por qué yo…?

      —Dicen que vive con un holgazán, pero no tengo fuerzas porque no como nada desde hace tres días. Déle usted una paliza a ella en mi lugar, por favor.

      ¿Qué acababa de decir este hombre? Younggap le decía lo que, en realidad, debía decirse a sí mismo.

      —Oye, Younggap, ¿quieres que te dé un consejo? La mujer que se va de casa nunca vuelve. Eso es todo lo que sé de mujeres.

      Pero, ¿qué había dejado salir de su boca? ¿O cuál era la razón por la que tan fluidamente le venían estas palabras que no guardaba en el fondo de su mente? ¿Se debía al alcohol o a la embriaguez? Su expresión