La familia itinerante. Sun-Ok Gong. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sun-Ok Gong
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640172
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vez que empiezas a ser engañado, una vez, dos veces… la vida termina. Date por vencido.

      Lo que le dijo al otro era precisamente lo que debía aconsejarse a sí mismo.

      El niño que comía en silencio el pollo, gritó de repente:

      —¡Nieve! Papá, ¡ya empieza a nevar!

      —Hermano mayor, vayamos esta noche por las calles sobre las que cae la nieve, en busca de esta mujer que se dio a la fuga hace tiempo, después de haberme robado.

      —Es una buena idea, pero tengo cosas que hacer en otro lugar.

      Dalgon se incorporó de su asiento. Le temblaban las piernas. Estaba nevando en plena Nochebuena. Por un momento pensó a dónde ir. Entró de repente a la primera sala de canto que vio, sin preocuparse por su ubicación. Un joven cajero, sentado detrás del mostrador, lo condujo amable a una habitación que, por supuesto, estaba vacía, pero Dalgon abrió bruscamente la puerta de otra, en la que se escuchaba una canción.

      —Oiga, por favor, su habitación es ésta.

      —He venido aquí a buscar a una persona.

      —¿De quién habla usted?

      —Una mujer, una señora.

      Younggap, que había entrado a la sala detrás de Dalgon, le susurró que el lugar donde trabajaba ella no era este tipo de sala, sino una cervecería. Dalgon sacudía la cabeza negativamente, afirmando que era una sala de canto. Agregó que le había llegado un informe muy confiable de que trabajaba en un lugar de esos. El joven cajero los expulsó. La calle nocturna resplandecía. Younggap de repente estalló en carcajadas. Al verlo reír, también le salió a Dalgon, automáticamente, una sonora carcajada. El niño que vio reírse a los adultos también se echó a reír. Junto a los dos hombres que reían a carcajadas pasaban transeúntes que los miraban de reojo. Younggap, después de reír largo tiempo, de repente le preguntó:

      —¿Por qué se reía tanto?

      —Y tú, ¿por qué?

      —No lo sé.

      Dalgon le preguntó al niño de Younggap:

      —Oye, ¿por qué te reías también?

      —Porque si no me río, me siento triste.

      Ante esta respuesta, los dos hombres, con expresión de verdadera tristeza, miraron fijamente sus rostros reflejados en el escaparate de una tienda frente a ellos.

      Ya era de noche. Michong, cubierta con un edredón, marcó un número de teléfono.

      —Oye, Kyongae, soy Michong. Está nevando ahora… ¿Tú qué haces?

      —Estoy haciendo la maleta.

      —¿Qué? ¿A qué maleta te refieres?

      —Esa mujer me dijo que no podía vivir conmigo. Y mi padre me dijo que me fuera de casa.

      —¿De verdad vas a marcharte de tu casa?

      —Los muy bestias me han dicho definitivamente que no podían vivir conmigo, y, entonces, tengo que irme. ¿Qué más da?

      —¿Quieres venir a mi casa?

      —Sí.

      —Bueno, Michong, ojalá te encuentres bien hasta que te llame después de cambiar este teléfono por otro nuevo.

      En ese instante se oyó el chillido de su abuela y colgó. Afuera nevaba a grandes copos. En las noches en que nevaba mucho, la abuela y el abuelo solían pelearse, igual que sus padres tiempo atrás. La paz de la Nochebuena se disipó.

      —¿Qué estabas haciendo para estar tan divertida tú sola?

      Parecía que el abuelo se sentía molesto de que la abuela hubiera pasado un buen rato comiendo y bebiendo con los vecinos en el edificio comunal. La abuela, que no quería escuchar sus aburridas palabras, llamaba a Michong sin razón, enfadada, en voz alta, repetidas veces, y, como de costumbre, la insultaba.

      —Maldita sea esta hija de puta. ¿Ha estado vagando por el pueblo esta mala hija sin tener edad para hacerlo?

      Michong permanecía quieta. De repente intervino Younggui:

      —¿Hermana mayor, has cometido alguna falta? ¿Por qué está tan enfadada la abuela?

      Era una señal del sentido de fraternidad de Younggui hacia su hermana, que le había comprado un trompo Dragón Ace y no podía olvidarlo. Cuando Younggui intervino ante su abuela, ésta ya estaba al borde de desmayarse del enojo.

      —Esta mala chica, astuta como una zorra, ya se ganó la confianza de su hermano. ¡Vecinos! ¿Qué hago, qué tengo que hacer en contra de esta chica tan taimada?

      La nieve caía con una serenidad inverosímil. En esa noche no se oía siquiera el ruido del viento. A veces se oía ladrar los perros. Hyangsuk dijo que después de la medianoche mataría a una de las perras de su casa, y agregó que la enterraría en la falda de la montaña y luego llamaría a un comprador de perros para vendérsela. Propuso dejar la aldea con el dinero conseguido de la venta. Al oír un ladrido, de golpe recordó lo que había sucedido antes. Hyangsuk les contó que Chongsik y Byongho, de la aldea Dangchuri, habían vendido de esa manera cinco perras. Éste era un secreto entre Chongsik y Hyangsuk, con quien salía en estos días, y quien le contó todo a Michong. Chongsik le regaló a Hyangsuk los pendientes que compró con el dinero obtenido. Por otra parte, ella pensaba que no habría ningún problema si salía con Chongsik, cuya abuela siempre le decía: “Oye, canalla”. Creía que la anciana se moriría en poco tiempo. ¿Por qué quería Chongsik a Hyangsuk, que era tan fea? Al recordar la hermosa cara de él, Michong sintió cada vez más celos y soledad. La abuela guardaba silencio y Michong creyó que podría dormir, de modo que cerró los ojos.

      —Mañana los van a filmar. No muestren ningún indicio de que son hijos sin padres, para eso vístanse con ropa limpia y vayan después al local. ¿Saben que es un asunto fácil presentarse en la televisión? Tienen que estar en la fila de adelante para que su madre los vea claramente.

      Michong no sabía por qué la televisora había entrado en la aldea, pero habían prometido hacerles fotos a Michong y a su hermano, y a ella le latía el corazón de la emoción. La abuela monologaba así en la alcoba interior, más allá de la puerta corrediza, sin importarle si alguien la escuchaba o no:

      —Sí. Lo que podemos mostrarles no son más que esas cosas. El jefe de la aldea nos ha dicho que no digamos palabrotas. Después de que hayan filmado la manera de vivir de las ocho provincias de Corea del Sur, ¿en qué libro las van a poner?

      —¿Libro? Entonces, ¿no las pondrán en la televisión?

      —No me digas más. Y no te hagas el sabelotodo. Da lo mismo que sea en un libro o en televisión.

      —Entonces,