La familia itinerante. Sun-Ok Gong. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sun-Ok Gong
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640172
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Agrícolas. Se sabía que las chicas de Yonbyon eran sencillas, pero Yongja era mucho más ingenua todavía. Por eso a veces repetía para sí misma, como si fuese versillo de canción: “Oídme, por favor, no queráis a las chicas de Yonbyon”. Era una especie de lamento sobre su posición, pero no había quién supiera por qué Yongja hablaba de esa manera.

      El día que Yongja fue a la huerta de perales de una aldea vecina como jornalera a envolver cada fruta en una bolsa de papel, Myonghwa le dijo:

      —He venido hasta Corea, ¿acaso no tendré alguna vez la oportunidad de ver Seúl? A mí no me gusta en absoluto la vida del campo.

      —¿Te interesa tanto ir a Seúl?

      —Dicen que se come bien, se viste bien y se vive bien ahí.

      —No, no lo creas.

      —Tú, hermana mayor, ¿has vivido en Seúl?

      —Después de haber terminado la escuela primaria fui allí. Trabajé como ayudante cierto tiempo en una fábrica de confección de ropa.

      —Aunque fueras ayudante en una fábrica de hilados, te aseguro que vivías más cómodamente que aquí, en este pueblo, ¿no te parece?

      —¿Te parece que es tan fácil comer con dinero ajeno?

      —Es cierto. Pero allá no se te quemaba la cara por el sol, ¿verdad?

      —Eso es verdad, porque ni la luz del sol ves. Y, además, dicen que en el agua de los grifos disolvieron una solución que blanquea la cara.

      —Hermana mayor, ¿hasta cuándo tendremos que soportar esta situación? Nosotras nacimos igual que otras mujeres y, sin embargo, unas viven con la cara bien cuidada y mueren, mientras que otras la pasamos quemándonos la piel y también morimos al final.

      La diferencia de edad entre Myonghwa y su marido Guisok era de 10 años, y quizá por no haber llegado todavía a los 30 tenía especial interés en los tratamientos de belleza. Era mucho más guapa que Yongja, sin embargo le gustaban más los tratamientos que a ella. Es verdad que las mujeres, mientras más guapas, mayor atracción muestran, desde un principio, por todo lo relacionado con la belleza. Myonghwa decía que le caía bien Yongja porque era una mujer ingenua, y le confesaba, de vez en cuando, ciertos asuntos que guardaba para sus adentros, diciéndole que su marido no era un hombre fiable, ni sus suegros ni los vecinos de la aldea, y que la única en la que de verdad podía confiar era ella.

      —Hermana mayor, cuando vine a Corea tenía grandes sueños, pero lo que he vivido aquí no tiene nada que ver con eso.

      —¿Qué sueño tenías?

      —Mi sueño era ganar mucho dinero y así invitar a toda mi familia, a mis padres y a mis hermanos, a vivir en Corea. Ahora todo eso quedó frustrado.

      Cuando Myonghwa estaba preparando la boda, su futuro marido le había prometido apoyar económicamente a sus padres y a sus hermanos, pero ahora decía que ni pensarlo. Él no hacía nada para mantener a la familia y a ella, en cambio, la tenía trabajando todo el día y, para colmo de males, le respondía diciendo: “¿Cuándo prometí tal cosa?”

      —Mira, ¿acaso no parezco una verdadera criada? Y menos que una criada, pues las criadas al menos ganan dinero, en cambio yo soy completamente una esclava, sí, una esclava.

      Myonghwa soltó un profundo suspiro y de repente le dijo:

      —Hermana mayor, ¿no quisieras dejar este trabajo de envolver peras y marcharte conmigo para ganar dinero de verdad?

      —¿Cómo?

      —Dicen que si uno trabaja en algún restaurante del pueblo, ahí sí que se gana dinero. Si te animas, te vienes conmigo. Anda, vámonos a hacer dinero.

      Yongja no sabía por qué motivo dejó salir de su boca aquellas palabras:

      —Si te vas, me iré contigo.

      Cuando Yongja terminó de pronunciarlas, el corazón comenzó a latirle aceleradamente. Al mismo tiempo, algo le auguraba que en su vida había llegado un momento de cambios, y esto le producía una extraña sensación de esperanza.

      —¿De qué hablan? Déjenme participar en su diálogo.

      La vecina de la casa de abajo, mujer nunca satisfecha si no se entrometía en los asuntos de los otros, intervino de repente en la conversación.

      Myonghwa le hizo un guiño a Yongja.

      —No es nada. Solamente charlábamos, nada más.

      La vecina torció un poco la comisura de los labios. En tales situaciones, la mejor solución era pasar todo por alto, como si nadie supiese nada. Tras envolver peras, al día siguiente, por la madrugada, Myonghwa visitó a Yongja. Las dos salieron de la casa como si se dieran a la fuga. Al principio se fueron a trabajar a un restaurante, teniendo mucho cuidado de que los vecinos no lo notaran. En el restaurante, Myonghwa era conocida como la Novia de Yonbyon y era popular entre los clientes. Entre los hombres que querían a Myonghwa estaba el señor Bae. Sólo a Yongja le dijo que quería irse a Seúl siguiendo al tal señor Bae. Él le había dicho en secreto a Myonghwa que ya había reservado un puesto en Seúl en el que ella podría ganar dinero sin andar metiendo las manos en el agua todo el día. Para entonces, todos los aldeanos ya sabían que esas dos mujeres trabajaban en un restaurante del pueblo. En cuanto se enteraron Guisok y Dalgon del trabajo de sus esposas, al principio casi enloquecieron del enojo, pero en cuanto ellas les entregaron el sueldo del primer mes, se quedaron callados.

      —Tú, hermana mayor, ¿no querrías irte conmigo?

      —Pero… mis hijos…

      —Con más razón, teniendo hijos tendrás que ganar más, aunque sea poco, si es posible, mientras ellos sean pequeños.

      A decir verdad, a Yongja le daba ahora asco la vida de Seúl. La vida como ayudante en una fábrica, aunque había pasado muchísimo tiempo, era tan dura que no tenía ganas de recordarla. Sin embargo Myonghwa, que dejó su casa como si fuera a trabajar a un restaurante, la convenció. Bueno, no, en realidad la mente de Yongja era la que titubeaba. Caminaban hacia el restaurante, pero Myonghwa se dirigía a la estación del tren. Sin saber por qué, los pasos de Yongja seguían, contra su voluntad, los de Myonghwa. De esto hacía ya tres años. En Seúl las dos mujeres casadas habían conseguido, gracias al señor Bae, un trabajo subsidiario como ayudantes y, a la vez, como cantantes en una sala de canto. Cobraban por las horas que servían a los clientes. Pero Myonghwa, después de haber vivido de esa manera con Yongja aproximadamente un año, desapareció siguiendo al señor Bae. Sólo sabía que éste era presidente de una empresa, pero no sabía de cuál ni el nombre completo de él. La decisión de ganar dinero con voluntad de hierro a lo largo de un año para luego volver a casa, se disipó paulatinamente en el curso de uno o dos años. Desde entonces, Yongja no tenía a dónde ir a comer, dormir ni vestirse; vagabundeaba de una sala de canto a otra. Sin embargo ahora, acostumbrada a esta forma de vida, mantenía muy limpio y liso el cutis y cuidaba su cuerpo, de modo que se había convertido en una mujer elegante sin darse cuenta, lo cual no le parecía nada mal. Tenía ganas de volver a casa, pero le pareció que estaba demasiado lejos. Yongja se percató de que ya no era la mujer de hacía tres años. No era sino la mujer de otro hombre distinto a su marido. Se acostaba con uno que no era su marido y el fruto del amor entre ellos crecía en su seno. El hombre que la embarazó trabajaba en el taller de automóviles Hermanos, que estaba junto a la cervecería Tudari y a una sala de canto. El dormitorio donde Yongja meditaba tumbada boca arriba lo compartía con él. Realmente Yongja no quería dar ni un paso fuera de ahí. Quería vivir para siempre en esa pequeña habitación con el hombre llamado Hoon, a quien amaba tanto, siempre que su marido no viniera a romper esa paz.

      El sueño de Yongja, casarse después de trabajar con diligencia en su casa, se rompió de un día para otro debido a que fue violada por Dalgon, un condiscípulo de la primaria. De haber sabido que sería atacada por Dalgon, habría sido mucho mejor casarse con el cortador Park, que había intentado seducirla en una fábrica de confecciones. En aquel entonces Yongja se había fugado y regresado a su casa en su pueblo natal