La sensación de derrota real fue uno de los factores que impulsaron una nueva rebelión en Alemania, esta vez liderada por el segundo hijo de Enrique, Enrique V, al cual su padre había reconocido rey y sucesor legítimo en 1098. La muerte de Enrique IV en 1106 tras un año de escaramuzas poco concluyentes abrió la posibilidad de una nueva dirección, pero Enrique V se limitó a continuar la línea de su padre en relación con el papado y no supo aprovechar los errores del nuevo pontífice, Pascual II.113 Esto contrastó marcadamente con los exitosos acuerdos con el papado de los reyes de Francia y de Inglaterra, en 1104 y 1107, con respecto a cuestiones similares. Dado que ninguno de ellos había desafiado de forma directa la autoridad papal, era más fácil llegar a un compromiso. Además, los acuerdos reforzaban el argumento del papado de que la querella era responsabilidad exclusiva del rey germano.
Dichos acuerdos se basaron en nociones propuestas hacia la década de 1080 por Ivo, obispo de Chartres, y otros. Estas diferenciaban entre responsabilidad espiritual (spiritualia) y poderes y bienes temporales (bona exterior). Estos últimos, considerados «regalías», se asociaban al mundo material y al deber de servir al monarca.114 Los obispos italianos y alemanes acogieron de buen grado esta diferenciación, pues necesitaban sus jurisdicciones temporales para obtener recursos y mano de obra con los que construir catedrales y otros proyectos. Los acuerdos con Francia e Inglaterra demostraron que conceder investidura espiritual no suponía un menoscabo de la autoridad regia. La muerte del papa Pascual en 1118 permitió a Enrique V alcanzar un compromiso sin desprestigiarse, aunque una serie de malentendidos pospuso el acuerdo final hasta el 23 de septiembre de 1122.
El Concordato de Worms
El acuerdo estaba formado por dos documentos, conocidos como Concordato de Worms. Antes bien, este nombre se remonta a mucho más tarde, al siglo XVII. El emperador cedía la investidura espiritual, con estola, anillo y báculo al papa. Los obispos germanos debían elegirse conforme al derecho canónico y estar limpios de simonía, pero el emperador tenía derecho a estar presente en la elección y arbitrar posibles disputas. El emperador investía a cada obispo con un cetro, símbolo de la autoridad temporal asociada a las regalías. Esto debía tener lugar antes de la ordenación en Alemania, pero después de la ordenación en Italia y Borgoña. En 1133, se revisó esta cláusula: el nuevo obispo debía jurar lealtad al emperador previa recepción de sus prerrogativas temporales. Las posesiones del papado estaban exentas de tales acuerdos, lo cual indicaba que ya no formaban parte de la jurisdicción imperial.
El concordato suele interpretarse como el símbolo del paso de una época a otra, de la transición de la Edad Media temprana a la Alta Edad Media, así como del inicio de la secularización.115 Aunque religión y política siguieron estando estrechamente imbricadas, el acuerdo rigió las relaciones papado-imperio hasta 1803. Las generaciones posteriores se han sumado al debate de la época de quién obtuvo mayor beneficio. El papa Calixto II estaba convencido de haber ganado, pues lo celebró con los frescos conmemorativos del palacio de Letrán y remitió copias del concordato a toda Europa. El clero había conservado sus distinciones corporativas y la nueva ceremonia de investidura dejaba claro que el rey germano carecía de potestad espiritual… En este sentido, es indudable que la política se desacralizó. La desautorización, en 1119, del último antipapa por parte de Enrique V pone de relieve que el emperador era incapaz de quitar y poner papas. Aun así, el imperio no había quedado debilitado. Al contrario, el resultado de la querella reforzó una serie de tendencias de fondo que aceleró la transformación de la propiedad eclesiástica: pasa de formar parte de las tierras de la corona a ser posesiones de príncipes espirituales ligados al monarca en una relación feudal más formalizada. Mientras, las nociones de responsabilidad colectiva sobre el imperio expresadas en las rebeliones contra Enrique IV continuaron con el concordato, el cual había sido negociado con la ayuda de señores laicos y señores espirituales. Estos juraron que garantizarían que Enrique V se ciñera a los términos del acuerdo. La monarquía de mandato directo de los salios se reemplazó por un sistema mixto por el cual el emperador compartía responsabilidades con sus señores.116
El papado también cambió. El objetivo inicial de libertad eclesiástica de la reforma gregoriana había sido derrotado. Los reformadores más radicales se vieron obligados a asumir que el papado tenía responsabilidades políticas, no solo espirituales. Los reiterados cismas papales posteriores a 1080 habían engendrado múltiples cismas locales en los que pontífices rivales consagraban obispos diferentes para la misma sede episcopal. La reforma quedó en entredicho cuando el pontífice vendió patrimonio de la Iglesia para financiar su guerra contra el emperador. El papado se hizo cada vez más monárquico: a partir de mediados del siglo XI comenzó a imitar el uso de la púrpura y las complejas ceremonias de coronación del imperio. Un siglo más tarde, los papas asumieron el título de vicario de Cristo, que había sido usado por los reyes salios, pero que ahora se empleaba para afirmar la autoridad pontificia sobre todos los monarcas. El territorio papal se expandió: el papa se hizo con el control de Toscana tras la muerte de Matilde de Canosa. La Iglesia latina quedó sometida a un mayor control central, respaldado por la expansión de la administración papal y por el establecimiento de la Inquisición, en 1231, para vigilar creencias. En torno a 1380, la libre elección de abades y obispos había cesado casi por completo, toda vez que los sucesivos papas utilizaban su derecho de vetar candidatos y aprobar nombramientos.
Las reformas, lejos de liberar a la Iglesia, la imbricaron en la política de forma aún más profunda. Alienó a muchas de las personas a las que afirmaba servir, las cuales la consideraban corrupta y alejada de sus necesidades espirituales. El resultado fue una nueva oleada de monasticismo y nuevas formas de piedad laica. Esto último fue estimulado por la renovada inquietud por la salvación personal surgida durante el siglo XII. Los valdenses y otros movimientos fundamentalistas de base adoptaron la extrema pobreza y rituales cada vez más enfrentados a la insistencia de la Iglesia oficial en la uniformidad de creencias y prácticas. Las indulgencias para los cruzados de Tierra Santa se extendieron a los que combatían la herejía en las brutales campañas emprendidas a partir de 1208 en la Europa meridional. El requerimiento de confesarse al menos una vez al año, iniciado en 1215, abrió la puerta a un mayor control del pensamiento íntimo. A partir de 1231, la herejía se castigaba con la muerte y hacia 1252 se autorizó a la Inquisición a utilizar la tortura para erradicar la herejía.117
Después de que la muerte de Enrique V pusiera fin al linaje salio (1125), los soberanos del imperio se abstuvieron por lo general de implicarse en tales cuestiones. El papa Honorio II revirtió la relación inicial papado-imperio, pues reclamó el derecho a ratificar al siguiente rey germano, e intervino en la política imperial al excomulgar, en 1127, al antirrey Conrado Hohenstaufen. El candidato vencedor, Lotario III, rindió servicio de palafrenero papal en su reunión con el siguiente pontífice, en 1131. El palacio de Letrán fue rápidamente redecorado con nuevos frescos que representaban la escena, frescos que fueron mostrados a la siguiente visita imperial como prueba de lo que ya se consideraba una tradición. El estatus inferior del emperador se enfatizó aún más por la insistencia del papa en montar un caballo blanco, símbolo de su pureza y proximidad a Dios.118
Los Hohenstaufen y el papado