Desde el siglo XII, los cronistas han simplificado esta lucha y la han reducido a una pugna entre güelfos y gibelinos. Los primeros provenían de la familia aristocrática germana de los güelfos (Welf) que apoyó durante breve tiempo el papado reformista, mientras que los segundos debían su nombre a una corrupción de Waiblingen, en Suabia, de donde se creía, por error, que provenían los salios.105 Tales nombres adquirieron importancia entre las facciones de la política italiana tardomedieval, pero la querella de las investiduras fue protagonizada por coaliciones fluidas, no por bandos disciplinados. Muchos clérigos se oponían a la reforma gregoriana por considerarla excesiva. Los monjes de la abadía de Hersfeld, por ejemplo, estaban convencidos de que Gregorio provocaba la división de la Iglesia cada vez que abría la boca. El clero que tenía parejas femeninas se consideraba a sí mismo legalmente casado, pero el triunfo final de la reforma, hacia 1120, redujo a la esposa de un sacerdote al estatus legal de una concubina y sus hijos pasaron a ser siervos de la Iglesia. Los obispos se oponían con frecuencia a la causa de la libertad eclesiástica, pues esta podía utilizarse para socavar su autoridad y retener diezmos a nivel local.106 De igual modo, los atractivos del ascetismo reformista llevaron a numerosos laicos a apoyar al papado.
La querella de las investiduras
La disputa de Milán culminó una década de enconado conflicto local que enfrentó al movimiento reformista patarino, apoyado por el papa, contra el clero y el arzobispo, acaudalado y proimperial.107 Incapaz de resolver la cuestión, en enero de 1076 Enrique IV convocó un sínodo en Worms. En él se negó obediencia a Gregorio VII y se exigió su abdicación. El hecho de que la asamblea de obispos no se atreviera a destituirlo suponía el reconocimiento implícito de que no tenía autoridad para ello y, además, todo el congreso carecía de credibilidad, pues transcurridos tres años de pontificado era muy tarde para protestar contra las irregularidades en la elección de Gregorio. El cambio de situación se evidenció un mes más tarde, cuando Gregorio fue más allá que ningún otro pontífice: no solo se limitó a excomulgar a Enrique, sino que lo destituyó, así como eximió a todos sus súbditos de su juramento de lealtad.
La situación de Enrique empeoró durante el año a causa de la creciente oposición en algunas regiones alemanas. Pero, a finales de diciembre, este se hizo con la iniciativa: eludió a sus adversarios en los Alpes y cruzó por el paso de Mont Cenis. Supuestamente, la nieve le obligó a trepar la montaña, mientras su esposa y las demás mujeres de la realeza descendían deslizándose sobre una piel de vaca. Pero Enrique pudo interceptar a Gregorio, el cual se dirigía a Augsburgo para reunirse con los señores y obispos germanos que se oponían al rey. No se trataba de una misión de comando real para secuestrar al papa, sino más bien un intento de presentarse como un penitente y obligar a Gregorio a revocar la excomunión y la destitución. Al rey, después de «esperar a la intemperie en el exterior del castillo, vestido con lana, descalzo, aterido», se le permitió por fin entrar en Canosa, fortaleza que pertenecía a Matilde de Toscana, en la que se alojaba Gregorio (vid. Lámina 5).108
La actuación de Enrique causó división de opiniones, tanto entre sus contemporáneos como entre los que vinieron después. Consiguió granjearse considerables simpatías y pareció que había conseguido sus objetivos inmediatos: Gregorio no pudo reunirse con la oposición germana y se vio obligado a revocar la excomunión real. Pero, a pesar de la visión positiva de ciertas interpretaciones recientes, resulta difícil cuestionar la percepción de la época de que el rey se había humillado, con independencia de que la acción de Enrique fuera un acto de penitencia o de sometimiento político.109 Al dirigirse a Canosa, Enrique reconocía de forma implícita que Gregorio tenía potestad para excomulgarlo y destituirlo, actos que los partidarios del monarca consideraban ilegales. El contraste con su padre no podía ser más marcado: Enrique III había depuesto dos papas y nombrado uno en 1046, mientras que Enrique IV no había logrado siquiera revertir su propia destitución, pues Gregorio afirmó después que se había limitado a absolver a un penitente, no a reinstaurar a un rey.
La oposición política germana siguió adelante. En una asamblea reunida en Forchheim el 15 de marzo de 1077, eligió al primer antirrey de la historia: Rodolfo de Rheinfelden. Aunque asistieron dos legados papales, los duques rebeldes actuaron de forma independiente con respecto a Gregorio y plantearon una avanzada teoría de monarquía contractual, pues afirmaban que eran ellos, y no el papa, los responsables del bienestar colectivo del imperio. Sus acciones revelan la complejidad de los problemas que estaban emergiendo, así como una pauta importante dentro de la política imperial, que, en último término, garantizó que el imperio sobreviviera a las sucesivas derrotas de los emperadores a manos del papado.110
Enrique exigió de forma reiterada a Gregorio que condenase a Rodolfo, lo cual obligó al papa a escoger bando: en marzo de 1080 volvió a excomulgar a Enrique, esta vez de forma permanente. Este, en represalia, convocó otro sínodo, el cual no solo destituyó a Gregorio, sino que también eligió a un antipapa, lo que generó un nuevo cisma que duró hasta 1100. Estas acciones desembocaron en guerra abierta en octubre de 1080. Enrique se vio obligado a operar a ambos lados de los Alpes y dar apoyo en Italia a su antipapa, Clemente III, al tiempo que se enfrentaba a sus adversarios políticos en Alemania. Los éxitos de Enrique en Italia le permitieron que Clemente lo coronara emperador en marzo de 1084. Tras haberse deshecho de Rodolfo y de otros dos antirreyes en 1090, tres años más tarde Enrique se enfrentó a su hijo mayor, Conrado, al cual había hecho correy en 1087. Al contrario que los antirreyes previos, Conrado era considerado por muchos un esbirro papal, pues había hecho importantes concesiones al papado a expensas de las prerrogativas imperiales.111
El papa Gregorio y sus sucesores reformistas recibieron el firme apoyo de Matilde hasta su muerte en 1115, así como la asistencia intermitente de los normandos, los cuales quemaron buena parte de Roma en 1084 para rescatar a Gregorio del asedio imperial. El apoyo germano era limitado, pero podía tener relevancia estratégica, en particular en 1089, con la defección temporal del duque de Baviera, que facilitó la rebelión de Conrado al cerrar los pasos alpinos, lo que dejó a Enrique atrapado en la Italia del norte. Para poder escapar, tuvo que hacer concesiones a Baviera en 1096.
Enrique, a pesar de su considerable pericia militar y obstinada determinación, había sido derrotado y nunca regresó a Italia. Sus numerosos errores y vida personal caótica lo convertían en blanco fácil de la propaganda gregoriana, en particular después de que Práxedes, su segunda esposa, se diera a la fuga acusándole de brutalidad.112 Tales denuncias, sumadas a su prolongada excomunión, desmantelaron el reinado sacro desarrollado desde los otónidas tardíos y que Enrique seguía aspirando