Karen asintió lentamente, viéndolo todo desde una nueva perspectiva. Tal vez no estaba preparada del todo a dar ese último salto de fe, pero sabía que tenía que llegar ahí, no solo por sus hijos, sino también por ella.
Había pensado que casarse con Elliott bastaba para demostrar su compromiso, pero ahora veía que tenía más pasos que dar antes de que estuviera completamente volcada en su matrimonio. Era un descubrimiento inesperado que, con tantos altibajos como estaban teniendo últimamente, no podía haber llegado en peor momento.
Adelia entró en el despacho de Ernesto en la empresa de construcción que había fundado con dos socios y con la que había tenido un gran éxito a pesar de los pésimos pronósticos económicos de los últimos años. Pasó por delante de su secretaria saludándola simplemente con la mano. Vio a la mujer fruncir los labios de disgusto, pero la ignoró.
Cuando entró, Ernesto estaba al teléfono recostado en la silla y con sus caros zapatos sobre el enorme escritorio que ella le había ayudado a elegir cuando le había decorado el despacho de modo que anunciara a gritos su éxito a cualquiera que entrara. Sabía que la primera impresión era importante en una empresa que estaba empezando.
Mientras él terminaba, se movió de un lado a otro de la sala y, finalmente, se sentó en un sillón de piel frente al escritorio cuando colgó.
—Qué sorpresa —dijo él con expresión neutral—. ¿Qué te trae por aquí?
—Tenemos que hablar —le respondió con la determinación que había estado acumulando de camino allí.
—¿No sería mejor mantener nuestras conversaciones personales en casa?
—Lo sería si estuvieras allí alguna vez y si nuestros hijos no pudieran escucharlo todo. Selena ya está demasiado disgustada con lo que está pasando.
—¿Es que nos ha escuchado a escondidas? ¿Pero qué le pasa a esa niña?
—No le pasa nada. Tiene doce años y entiende que nuestras peleas no pueden significar nada bueno —lo miró con dureza—. Además, no ayuda que lo sepa todo sobre tu última amante.
Él tuvo la gentileza de mostrarse desconcertado al oírlo.
—¿Cómo? ¿Por qué se lo has contado? —le preguntó furioso—. ¿Es que quieres destrozar mi relación con ella?
—No le he contado nada. Te ha visto con esa mujer. ¿Qué te esperabas cuando te has liado con alguien que vive a unas calles de tu casa? ¿No sabías que podrían pillarte, o es que es lo que querías? ¿Esperabas que me sintiera tan humillada como para acabar abandonándote?
Él se quedó perplejo por sus duras palabras.
—Siempre has sabido lo de las otras mujeres. Daba por hecho que comprendías que era el precio que tenías que pagar por vivir en esa casa enorme y tener todo lo que necesitas.
Adelia lo miró preguntándose cómo era posible que se hubiera creído enamorada de ese hombre tan insensible y egoísta.
—Te crees lo que estás diciendo, ¿verdad? ¿Crees que una casa grande y unos cuantos lujos compensan que te traten como si no valieras nada?
—No es que no valgas nada —le dijo con vehemencia—. Eres la madre de mis hijos.
—Y ya está —le contestó con desaliento aceptando que su papel había quedado reducido a poco más que una cuidadora de sus hijos—. Estás dándole un ejemplo terrible a tu hijo, Ernesto. No quiero que crezca pensando que es aceptable que un hombre trate a una mujer así, con tan poco respeto. Y no quiero que él y sus hermanas me vean como la clase de mujer que encuentra aceptable ese comportamiento.
—¿Qué se supone que quiere decir eso?
—Quiere decir que espero que pases las noches en tu casa, que espero que hagas honor a la promesa que hiciste el día que nos casamos. Si eso significa que pasemos el resto de nuestras vidas viendo a consejeros matrimoniales, pues eso será lo que haremos. Pero no seguiremos así.
—¿Y si digo que no? —le preguntó, convencido de que ella no tenía ningún recurso y que solo se estaba tirando un farol para intentar hacerlo cambiar.
—Pues entonces agarraré a mis hijos y te abandonaré —le dijo mirándolo fijamente—. Y te sacaré cada centavo que pueda para asegurarme de que a nuestros hijos no les falte de nada. No he hablado con Helen Decatur-Whitney, pero estoy segurísima de que tengo pruebas suficientes para que un tribunal me dé todo lo que pida.
Él golpeó la mesa con el puño.
—¡No habrá divorcio! Tu madre te hará entrar en razón.
—No cuentes con eso —le dijo con suavidad—. Siempre me preocupaba mucho lo que dijera mi madre, pero ella no está viviendo esta mentira en la que se ha convertido nuestro matrimonio. Yo sí. ¡Y ya estoy harta!
Antes de que él pudiera responder, se levantó y salió. Solo al llegar al coche se dio cuenta de cuánto estaba temblando, pero por primera vez en años sentía que, muy poco a poco, volvía a respetarse.
Capítulo 13
Elliott se sentía como si llevara años fuera de casa. Al salir del gimnasio, se había pasado la tarde con algunos de los otros trabajando en la reforma del nuevo local. Iban avanzando, pero saber que les debía dinero a sus socios estaba pudiendo con él, y no es que estuvieran presionándolo, pero cuanto antes empezaran a hacer dinero, mejor.
Además tenía la presión añadida de intentar no mostrarle su preocupación a Karen, que se pondría como loca si se enterara del dinero que les debía a sus socios, por mucho que ellos estuvieran más que dispuestos a dejarlo pasar hasta que abrieran las puertas y empezaran a obtener beneficios.
Se tomó un descanso, dejó de colgar paneles de yeso y sacó una botella de zumo de la nevera que habían instalado en lo que más adelante sería la pequeña cafetería. Era una nevera profesional que le habían comprado a Dana Sue que, muy oportunamente, había decidido que era hora de adquirir una más grande y nueva para Sullivan’s. Podía ver la diestra mano de Ronnie a la hora de hacer el trato con su mujer.
En ese momento llegó Travis y se sentó con él. El antiguo deportista convertido en propietario de emisora de radio country estaba cubierto de polvo, pero nunca lo había visto tan feliz.
—Esto ya empieza a tomar forma, ¿verdad?
Elliott se encogió de hombros.
—Aún me cuesta imaginármelo lleno de los equipos nuevos. Ahora mismo solo veo un enorme espacio vacío —señaló a su alrededor—, y aún no estoy muy convencido de lo de la cafetería. ¿A los hombres les importan estas cosas?
Travis sonrió.
—Bueno, estás aquí tomándote algo, ¿no?
—Pero porque estoy... cansado y sudoroso y tengo calor, igual que cualquiera que haya estado haciendo ejercicio —sonrió al darse cuenta de que así era como se sentirían sus clientes después de haber hecho un buen entrenamiento.
Travis levantó su botella a modo de brindis.
—¡Exacto! Creo que tenemos que confiar en Maddie para este tipo de cosas. Y Dana Sue no lo llenará de comida para chicas como las magdalenas y ensaladas que venden en el spa. Creo que está pensando en algo más masculino, pero saludable.
—Hablando de comida, podría tomarme algo ahora mismo. ¿Crees que alguien más querría pedir pizza?
—Ronnie ya ha ido a por ellas. En cuanto me tome una porción, tengo que volver a la emisora. Salgo en antena en una hora.
—La emisora va bien, ¿verdad?