Elliott se vio tentado a preguntarle cómo se había adaptado a lo de ser padrastro, sobre todo cuando el ex de Sarah trabajaba para él en la emisora y estaba cerca todo el tiempo. Por el contrario, decidió centrarse en el tema del gimnasio aprovechando que Travis se marcharía enseguida.
—¿Has hablado con Maddie sobre la emisión de los anuncios en cuanto tengamos la fecha de apertura oficial? —le preguntó Elliott.
—No solo hemos hablado, sino que ha logrado bajarme a la mitad mis precios —dijo Travis impresionado—. Aún sigo intentando averiguar cómo lo ha hecho. Empecé teniendo el control de la reunión y al momento ya estaba firmando un trato que me volvió loco cuando miré las cifras después.
Elliott se rio.
—Es buena. Tengo que admitir que me alegro de haber dejado parte del negocio en sus manos. Por cierto, algún día de estos tenemos que sentarnos a pensar en un nombre para el local. No podemos llamarlo «el anti-Dexter’s».
Travis se rio.
—Pero seguro que eso atraería a muchos clientes. ¿Ya habéis encargado todo el equipo?
—Y nos lo entregarán dentro de tres semanas —le confirmó Elliott antes de mirar dudoso hacia la sala principal—. ¿Qué probabilidades hay de que estemos listos para entonces?
—Ronnie dice que lo estaremos y él sabe de construcción. Dice que Mitch Franklin tiene los trabajos de fontanería y electricidad previstos para mañana, así que a finales de semana deberíamos tener los vestuarios y las duchas casi listos. Los últimos retoques y la pintura deberían llevarnos un suspiro si todos colaboramos.
«Debería», pensó Elliott. Aunque eso significaba que en un futuro inmediato no podría pasar mucho tiempo de calidad con su mujer y los niños.
Frances estaba sentada en una mesa en Wharton’s disfrutando de un auténtico batido de chocolate hecho con leche y helado de verdad, como a la antigua usanza, cuando Grace Wharton se sentó enfrente. Grace tenía reputación de saber más sobre lo que pasaba en Serenity que cualquiera del pueblo y no le importaba difundir las noticias que llegaban a sus oídos.
—Eres amiga de Elliott Cruz, ¿verdad? —le dijo sin preámbulos.
—Claro. Karen, él y los niños son como mi familia.
—¿Qué sabes del gimnasio que va a abrir en Palmetto?
—Solo que será mucho mejor que Dexter’s —dijo y añadió—: Sin ofender —porque sabía que Grace y Dexter eran amigos desde hacía años. Por eso todos en el pueblo conocían a Dexter y hasta lo apreciaban a pesar de pensar que había dejado que su gimnasio se convirtiera en un lugar cutre y ruinoso.
Grace se encogió de hombros ante la innegable verdad de su comentario.
—¿Y sabes cuánto van a cobrar por la matrícula? —preguntó mirando de reojo a su marido. Neville Wharton era el farmacéutico que dirigía el departamento de droguería de Wharton’s—. Estoy pensando que le vendría bien algo de ejercicio de vez en cuando —añadió en voz baja.
—¿Tienes pensado regalárselo por su cumpleaños? —preguntó Frances sonriendo al imaginarse la reacción de Neville ante semejante regalo. Él se enorgullecía de poder entrar en su traje de boda, aunque la triste verdad era que hacía años que no podía abrocharse esos pantalones, según le había contado Grace a todo el que la había escuchado.
Grace se puso derecha.
—Eso es lo que pretendo. Nada expresa más amor que un regalo con el que recuperar la salud, ¿no crees?
—No estoy del todo segura de que tu marido lo vea así —dijo Frances con delicadeza—. ¿Cómo te habrías sentido tú si te hubiera regalado la matrícula de The Corner Spa?
Grace se detuvo.
—Insultada, imagino, aunque no me habría importado un bono regalo para alguno de esos masajes que dan allí. ¡Esas cosas sí que me quitan los nudos de la espalda después de todo un día de pie aquí!
Frances sonrió al imaginarse a Grace subiéndose a la mesa de masajes y dejándose mimar por aceites esenciales y masajes. No era algo que se hubiera esperado de una mujer tan llana y rústica.
Grace le guiñó un ojo.
—Y, además, mientras he estado allí, me he enterado de muy buenos cotilleos.
Frances se rio.
—Entonces está claro que vale la pena pagar lo que cueste. En cuanto al gimnasio, ¿por qué no le digo a Elliott que te traiga un folleto? Estoy segura de que los tendrán un día de estos. O puedo traértelo yo la próxima vez que venga.
Grace asintió.
—De acuerdo. Y ahora dime, ¿cómo te encuentras?
—Genial.
—¿De verdad? Sé que algunos han estado preocupados de que no estés al cien por cien.
Frances, que hacía solo unos segundos había estado animadísima, se vino abajo. Sabía que una vez se desataban los rumores en Serenity, tomaban vida propia, sobre todo si Grace se hacía con ellos. Miró indignada a su amiga.
—Bueno, pues diles a todos esos, sean quienes sean, que acabas de verme y que estoy en perfecta forma.
Grace pareció desconcertada al ver su apenas disimulado mal genio.
—Bueno, claro que lo haré —le agarró la mano—. Sabes que todo el pueblo te quiere. Solo están preocupados, Frances, no es una acusación ni nada parecido. Nadie piensa que estés acabada, te lo prometo.
Racionalmente, Frances lo entendía, pero dado todo lo que había pasado últimamente, se sentía más bien como si la estuvieran juzgando y eso no le gustaba. No le gustaba lo más mínimo.
Con todas las horas de más que Elliott estaba pasando en el gimnasio para prepararlo, Karen apenas lo había visto últimamente. Siempre les había costado sacar tiempo para estar juntos, pero era aún peor ahora.
Al terminar su turno en Sullivan’s, llamó a María Cruz y le pidió que se quedara con los niños por la noche. Después preparó comida para dos y fue al gimnasio. Sería la primera vez que lo veía desde que los hombres habían empezado con la reforma.
Elliott estaba colgando paneles de yeso cuando entró; los músculos de su espalda y sus brazos estaban tensos y marcados. Con una capa de sudor sobre su piel oliva, era una imagen digna de ver, pensó mientras lo observaba con placer. En ese momento, él miró atrás por casualidad y la vio.
—¿Disfrutando de las vistas? —bromeó.
Ella fingió sorpresa.
—Ah, ¿eres tú? Creía que estaba devorando con la mirada a un extraño extraordinariamente sexy. Se me ha acelerado el corazón.
Él cruzó la habitación y la besó en la frente.
—¿Y por qué tienes que comerte con la mirada a extraños, cariño?
—Bueno, ya sabes, resulta que mi marido pasa mucho tiempo fuera de casa últimamente y estoy empezando a ponerme nerviosa.
Elliott se rio.
—Puede que no sea el lugar apropiado para compensarte por ello —le dijo mirando a su alrededor—. Demasiadas terceras partes interesadas.
Vio la bolsa que llevaba encima.
—¿Es comida de Sullivan’s?
Karen asintió.
—Por desgracia solo he traído para los dos. Me temo que los demás no van a tener suerte hoy.
Ronnie miró hacia ellos y vio los envases de Sullivan’s.
—¿Por qué no ha venido mi mujer con comida para llevar? —gruñó con gesto