El 17 de octubre, Burgoyne se rendía a Gates. Los 5000 efectivos del llamado Ejército de Saratoga de la Convención se enviaron a Virginia como prisioneros de guerra. Se trataba de una pérdida devastadora, de casi un cuarto de las fuerzas británicas totales en Estados Unidos.141 Ambos bandos percibieron que Saratoga constituyó el punto de inflexión de la guerra. Fue la primera vez que tropas estadounidenses se habían enfrentado en igualdad de condiciones contra británicas en una gran batalla campal y las habían obligado a retroceder. George Washington promulgó un día de acción de gracias que también se respetó en los nuevos estados. Los soldados británicos también se quedaron aturdidos ante aquella victoria e impresionados por el «valor y obstinación con que lucharon los americanos».142 El trauma llegó hasta Londres, donde Germain aceptó la dimisión de Howe y desechó la estrategia de dividir la nación estadounidense en dos partes. En su lugar, se comenzó a elaborar una nueva estrategia centrada en la ocupación de los estados sureños, de los que se pensaba que eran más partidarios de la causa lealista que Nueva Inglaterra.
En Francia, Beaumarchais se enteró de los sucesos de Saratoga el 4 de diciembre, gracias a un mensajero recién llegado de Boston.143 Al día siguiente, informó a Vergennes de «noticias muy positivas de América». Desconocemos si llegó a ser consciente de la conexión entre los cargamentos del Mercure y del Amphitrite y la sorprendente victoria rebelde, pero nunca lo mencionó en su correspondencia con el ministro. Lo cierto es que la mayor parte de dicha correspondencia trataba de la precariedad de su situación financiera. Incluso después de recibir nuevos préstamos que llegaban a 1 millón de libras, los acreedores seguían llamando a su puerta. El dinero no dejaba de salir a espuertas de su elegante oficina para la compra de más suministros y el flete de más barcos, pero aún no había recibido un solo cargamento de América en pago por las mercancías enviadas.
Beaumarchais no era el único que perdía dinero en Norteamérica. Docenas, cuando no cientos de comerciantes de toda Europa, tenían elevadas inversiones en el comercio norteamericano y veían cómo aumentaban sus pérdidas porque los británicos depredaban las rutas marítimas y bloqueaban la costa norteamericana.144 Chaumont y sus socios comerciales Sabatier fils et Déspres, además de los contratos que tenían con los comisionados estadounidenses, también mercadeaban en privado con el nuevo país y, en una sola estación del año, perdieron 5 de un total de 7 buques. Otra firma comercial que abastecía de armas a los rebeldes, Reculès de Basmarein et Raimbeaux, de Burdeos, perdió 13 de sus 22 barcos. Semejantes pérdidas, frecuentes durante la primera etapa de la guerra, eran insostenibles a largo plazo y hacían necesario el establecimiento de convoyes escoltados. Sin embargo, ningún gobierno podía instar a una nación a la que no reconocía formalmente como aliada a que instaurara un sistema de convoyes.
Los Estados Unidos ya habían recibido cierto grado de reconocimiento a finales de 1776, cuando dos buques estadounidenses que necesitaban avituallarse entraron en puertos extranjeros –el bergantín Andrew Doria de la Marina Continental en San Eustaquio y una goleta de nombre desconocido en la isla danesa de Santa Cruz– y allí sus pabellones recibieron los saludos navales habituales.145 No obstante, esta forma de reconocimiento no era, desde luego, suficiente para la nueva nación. Es cierto que los reinos de Francia y España, hasta entonces, habían proporcionado suficiente ayuda para que las tropas estadounidenses continuaran la lucha. Sin embargo, tendrían que aportar algo más que armas, pólvora y mantas para que pudieran ganar la guerra. En otras palabras, tendrían que apoyar con toda su potencia política y militar la causa estadounidense si querían asegurar la victoria sobre el común enemigo británico.
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NOTAS
1. Black, J., 1991, 13-18.
2. Entre las numerosas historias y guías sobre la Guerra de Independencia de Estados Unidos, he recurrido sobre todo a: Boatner III, M. M., 1994; Bobrick, B., 1997; Dupuy, R. y Dupuy. T., 1975; Ferling, J., 2009; Mackesy, P., 1964; Middlekauff, R., 2005 y Middleton, R., 2012.
3. Brown, M. L., 1980, 306.
4. Lindgren, J. y Heather, J. L., 2002, 1835; Churchill, R., H., 2003, 626; Phillips, K., 2012, 296.
5. Raphael, R. y Raphael, M., 2015, 146-159; Bunker, N., 2014, 306-307; Russell, D. L., 2000, 52-53.
6. Moller, G. D., 2011, 99-105; Brown, M. L., op. cit., 347-355. Gracias también a David Miller, conservador de la Division of Armed Forces History del Smithsonian Institution National Museum of American History. Datos de población no esclava tomados de Selesky, H. E. y Boatner, M. M. (eds.), 2006, vol. 2, 922.
7. Gordon, R. B., 1996, 202; Stephenson, O. W., 1925, 271.
8. Fitzmaurice, E., 1875-1876, vol. 1, 404.
9. Peskin, L. A., 2003, 56-57; McCusker, J. J., 1996, 346, 352.
10. Lindert, P. H. y Williamson, J. G., 2013, 757-758.
11. McCusker, J. J., op. cit., 352.
12. Kapp, F., 1884, 292.
13. Peskin, L. A., op. cit., 58.
14. Marshall, P., 1963, 20.
15. Crèvecoeur, J. H., 1782, 39.
16. Lasser, J. R., 1997, 1-5; Mossman, P. L., 1993, 35-36, 58, 63, 93-94. También agradezco la información adicional proporcionada por Karen Lee y el fallecido Richard Doty, conservador de la National Numismatic Collection del Smithsonian Institution National Museum of American History.
17. Buel, R. Jr., 1998, 8-10.
18. Schulte Nordholt, J. W., 1982, 35.
19. Matson, C., 2002, 147.
20. Rouzeau, L., 1967, 234; Martin, G., 1932, 821.