El segundo problema apareció a la vuelta de Bancroft a Londres, después de las primeras reuniones de Deane con Beaumarchais.98 Un amigo de Bancroft, Paul Wentworth, le hizo saber que hasta el primer ministro North estaba al tanto de su estancia en París, dado que los espías que vigilaban a Deane habían reportado las idas y venidas de Bancroft. Wentworth sabía esto porque también estaba a sueldo del Servicio Secreto de Eden y entonces le ofreció a su amigo la posibilidad de servir a Gran Bretaña del mismo modo. Para Bancroft, tan odioso le resultaba el peligro de desmembración del Imperio británico como que hubiera una guerra entre Francia y Gran Bretaña –el resultado inevitable de las maniobras de Deane para atraer a Francia al conflicto–. Al fin y al cabo, había empleado mucho tiempo trabajando junto con Benjamin Franklin para intentar evitar aquel preciso desenlace. Por tanto, accedió a proporcionar información al gobierno británico. A primeros de 1777 volvió a París, en apariencia para ayudar a los americanos, pero, en realidad, copiaría en secreto su correspondencia, sus despachos y las anotaciones de sus conversaciones con tinta invisible y un código de cifrado. Estos mensajes los pasaría al mensajero de Stormont por medio de argucias cada vez más sofisticadas, entre las que se encontraba la infame técnica de colocarlos en una botella que luego introducía en un hueco que había en un boj concreto de la terraza sur del jardín de las Tullerías. Dicha botella la debía recoger el mensajero cada martes por la noche, pasadas las nueve y media. De este modo, los ministros británicos estuvieron al tanto de las negociaciones de tratados y de las fechas de los envíos de armas muchas semanas antes que el propio Congreso Continental. No obstante, la Marina británica, por miedo a provocar un conflicto bélico, rara vez empleó esta información para apresar los cargamentos de armas.
El tercer problema era que Wentworth y Bancroft no eran los únicos que traicionaban los secretos de Beaumarchais; él mismo se encargaba de ello con bastante eficiencia. Durante los meses de noviembre y diciembre de 1776, mientras los tres primeros barcos, Amphitrite, Mercure y Seine, se preparaban en Le Havre y Nantes, el material militar fue llegando de distintos lugares de Francia. Desde los almacenes de Monthieu, en Nantes, llegaron 16 000 mosquetes de los tipos M1763, M1766 y otros más antiguos, empacados en 536 cajas. De Estrasburgo, Douai y Metz llegaron 21 cañones de los modelos M1732 y M1740 elegidos por Coudray, completos con sus cureñas de color rojo ladrillo99 –más elegantes que las grises británicas– y que tuvieron que transportarse fluvialmente por el Rin y luego bajar por la costa de Francia; 20 000 balas de cañón se trasladaron por el río Somme en pequeñas embarcaciones; 24 000 libras de pólvora llegaron de Sedán; 53 barriles de azufre de Versalles; además de tiendas de campaña, lino, palas y hachas. En Le Havre, la carga solo se subía a los navíos de noche para mayor sigilo.100
Mientras Beaumarchais supervisaba la carga del material, un teatro de Le Havre había decidido programar El barbero de Sevilla con su colaboración. La noticia de la producción escénica de Beaumarchais y de la carga de sus barcos con destino a América cruzó con rapidez el canal de la Mancha y se publicó en el London Chronicle. Era obvio que el subtítulo del Barbero, «La inútil precaución», también se podía aplicar a Roderigue Hortalez. El nombre de resonancia española, los intentos de lavar el origen de sus fondos y sus actividades furtivas nocturnas en los muelles no engañaban a nadie; desde luego no a Stormont: «No acierto a comprender que Beaumarchais […] que no tiene crédito ni dinero, pueda ofrecer crédito a los americanos por cantidad de 3 millones de libras, a menos que esta corte haya implicado en secreto a algunos comerciantes o aventureros en esta empresa para que arriesguen dicha suma», le decía airado al secretario de Estado para el Departamento Sur, Thomas Thynne, vizconde de Weymouth.101 Entonces le pidió a Vergennes que aquellos barcos fueran detenidos públicamente y descargados. Este último, que no quería arriesgar la posibilidad de un enfrentamiento abierto para el que Francia no estaba aún preparada, transigió.
Mientras se desestibaba la carga de dos de los barcos situados en Le Havre –el tercero, el Amphitrite, había conseguido hacerse a la mar–, Benjamin Franklin apareció en París como el famoso rayo que le había hecho famoso en todo el mundo. Había abandonado Filadelfia sin hacer ruido con sus dos nietos en octubre, a bordo de un bergantín llamado Reprisal y comandado por Lambert Wickes. Tras capturar dos mercantes británicos por el camino, Wickes desembarcó a Franklin en Bretaña a primeros de diciembre. Allí se hospedó en Nantes, en casa de un socio comercial de Pierre Penet, el cual todavía estaba intentando reunir los 15 000 mosquetes que le había pedido el Comité Secreto de Comercio. La noticia de la llegada de Franklin llegó a la capital mucho antes que su persona, por tanto, cuando llegó a su hotel el 21 de diciembre, ya había carruajes aparcados en la puerta con admiradores listos para recibirlo.102 Uno de los primeros era su viejo amigo Jacques Barbeu-Dubourg, cuyas cartas al Congreso Continental, que expresaban la disposición favorable de Francia hacia la causa de los colonos, habían propiciado aquel viaje. Es muy posible que Barbeu-Dubourg esgrimiera en aquel momento, en su mano, la respuesta que acababa de recibir del Congreso, la cual describía la misión de Franklin de forma escueta: «Solo esperamos socorro del cielo y de Francia».
APOYO ESPAÑOL ENCUBIERTO EN EL TEATRO DE OPERACIONES OCCIDENTAL
Es posible que «cielo» significara «España»: además de los cargamentos de Gardoqui a Nueva Inglaterra –100 000 pedernales,****** 45 000 libras de plomo para balas y 1000 mantas españolas iban ya de camino cuando el Amphitrite aún se estaba estibando en el muelle–,103 también había apoyo español en marcha para ayudar a los norteamericanos a rechazar los ataques británicos en el teatro de operaciones occidental. El fuerte Pitt era la plaza principal de la rebelión en aquella región, pero la dificultad del acceso a través de los montes Apalaches, unida al bloqueo británico del Atlántico, complicaban mucho el envío de munición y suministros a sus efectivos. El mayor general Charles Lee, comandante del Distrito Sur, envió una delegación desde el fuerte Pitt a Nueva Orleans con cartas y papel moneda para el gobernador Luis de Unzaga, al que le pedía abrir una nueva línea de abastecimiento entre ambas localidades que empleara los ríos Misisipi y Ohio como vía de transporte.
La delegación se encontró en agosto de 1776 con Oliver Pollock, un exitoso comerciante norteamericano de ascendencia irlandesa que representaba a Willing & Morris en Nueva Orleans. En la reunión de la delegación con el gobernador español, Oliver Pollock hizo de traductor.104 El jefe de la delegación, el capitán George Gibson, le pidió al gobernador material bélico a cambio del apoyo de los sublevados a España en la reconquista de la Florida. Unzaga rechazó el proyecto de recuperar la Florida, pero convino en permitir la venta de 10 000 libras de pólvora, operación en la que Pollock sirvió de intermediario. La mayor parte de aquella pólvora se envió al fuerte Pitt en barcazas y se enconmendó la dirección de la tarea al teniente William Linn. El cargamento llegó al año siguiente, antes de que comenzara la campaña militar de primavera. El propio Gibson accedió a quedar «arrestado» en Nueva Orleans durante unas pocas semanas para despistar al cónsul británico. En octubre, Unzaga «liberó» a Gibson, que tomó una de las goletas de Pollock, la Lady Catherine, para regresar a Filadelfia con 1000 libras de ansiada pólvora y una carta de Pollock a su socio Robert Morris y al Congreso Continental en la que ofrecía su «servicio sincero […] [al] País al que debo todo salvo el nacimiento». Morris, por supuesto, accedió, de modo que Pollock se convirtió en el agente oficial estadounidense en la Luisiana española. Curiosamente, las facturas