Unzaga transmitió a los ministros españoles los detalles de la misión de Gibson y la propuesta que le había hecho de apoyar la recuperación de la Florida para España. Esta información llegó a Madrid con otros reportes que describían la determinación con que los rebeldes habían luchado en la batalla de Bunker Hill, lo que, en conjunto, contribuyó a la conformación de la política española con respecto al creciente conflicto.105 Durante algún tiempo, Grimaldi buscó formas de «animar a los insurgentes» a que no dependieran de comerciantes y suministros franceses.106 Igual que su colega Vergennes, Grimaldi necesitaba un observador en Filadelfia, una especie de Bonvouloir español que le ayudara a decidir la mejor forma de obrar. El anterior agente español, Jean Surriet, había sido despedido por Unzaga. Grimaldi, aunque fuera el ministro jefe, no tenía poder sobre los gobernadores de las colonias españolas. Por suerte, el nuevo ministro de Indias, José de Gálvez y Gallardo, que sí tenía dicho poder, también percibía la revuelta de las colonias británicas como una cuestión de la mayor relevancia.
Ambos hombres convinieron en que Cuba y Luisiana serían la primera línea, tanto de defensa como para la obtención de informes de inteligencia. José de Gálvez, siguiendo los consejos de Grimaldi, ordenó a Unzaga que enviara un nuevo agente a Filadelfia que se haría pasar por comerciante interesado en la importación de harina.107 Era una tapadera verosímil: desde hacía varios años, Cuba y Luisiana habían padecido devastadoras sequías y huracanes que habían arruinado las cosechas, con el resultado de que las colonias españolas habían abierto por primera vez sus mercados a las mercancías de las colonias británicas.108 Unzaga envió a Bartolomé Toutant Beauregard, miembro de una notable familia de comerciantes de Nueva Orleans, que llegó a Filadelfia en otoño de 1776 y se reunió con representantes de alto nivel (cuya identidad desconocemos) de las colonias. Regresó con información veraz: los sublevados estaban decididos y preparados para ganarse la independencia.
Este y otros informes persuadieron al rey Carlos III y a sus ministros de que la red de comerciantes que unía La Habana y Nueva Orleans podía, de forma similar al ardid francés de Roderigue Hortalez, utilizarse para la entrega de suministros a los rebeldes, por ello, procedieron a dar las órdenes oportunas.109 En enero de 1777, el jefe de las fuerzas navales españolas en La Coruña comenzó el envío de municiones y suministros a La Habana, donde se almacenaron para su traslado a Nueva Orleans. Para entonces, el sobrino de José de Gálvez, Bernardo de Gálvez y Madrid, ya había relevado a Unzaga en el puesto de gobernador de Luisiana. El primer cargamento de mercancías arribó por fin a Nueva Orleans en mayo de 1777, justo en el preciso momento en que llegaba del fuerte Pitt una solicitud de suministros adicionales. Bernardo de Gálvez, atento a la presencia del cónsul inglés, declaró que algunas de las municiones que entonces se estaban acumulando en los almacenes reales eran excedentes y los «subastó» a la familia de comerciantes Beauregard. Dicha firma envió entonces 10 000 libras de pólvora y 300 mosquetes al fuerte Pitt. Desde aquel momento, comerciantes españoles dirigidos por Bernardo de Gálvez y financiados a través de Oliver Pollock proporcionarían municiones, ropa y medicinas –en especial quinina de Perú para combatir la amenaza constante de la malaria–. Estos suministros se convirtieron en el cordón umbilical que mantuvo activa la lucha de las tropas estadounidenses contra los británicos en el teatro de operaciones occidental.
LAS ARMAS DE BEAUMARCHAIS AYUDAN A OBTENER LA VICTORIA EN LA BATALLA DE SARATOGA
A la vez que se ponía en funcionamiento la trama de la red de comerciantes de Nueva Orleans, Roderigue Hortalez se iba a pique. Antes ya de que sus tres primeros barcos se hicieran a la mar, Beaumarchais se estaba quedando sin dinero. El coste de los contratos que llevaba firmados para la compra de mercancías y el flete de barcos de transporte había superado con creces la cifra de las inversiones iniciales. En octubre de 1776, con tono de desesperación, escribió un largo despacho a Vergennes y a Grimaldi en el que afirmaba que ya había adelantado más de 5 millones de libras para la compra de suministros y que solo se le habían entregado 2.110 Pedía, pues, que se le remitiera el resto de inmediato. Las cortes de ambos países palidecieron al ver la factura. Grimaldi contestó que Carlos III no podía hacer más pagos y el monarca francés le exigió a Vergennes «dejar de trabajar con ese hombre que nos toma por tontos».111 Beaumarchais aún no lo sabía, pero pronto iba a dejar de ser el principal proveedor de armas de la joven nación.
Mientras Beaumarchais negociaba para conseguir más fondos, los primeros diplomáticos estadounidenses comenzaban a hacer gestiones en favor del reconocimiento internacional. Antes, en septiembre, la llegada al Congreso de las cartas de Barbeu-Dubourg, en las que este expresaba el interés de Francia en ayudar a los rebeldes, había movido al Congreso a nombrar comisionados oficiales a Benjamin Franklin, Silas Deane y Arthur Lee, con el objetivo de que negociaran un tratado de amistad y de comercio que permitiera las relaciones comerciales y que consiguiera el reconocimiento de los Estados Unidos como nación independiente. Hasta entonces, Deane y Lee habían ostentado una responsabilidad y una autoridad algo imprecisas como representantes gubernamentales, pero ahora, gracias a la llegada de Franklin con sus nombramientos, pasaban a tener órdenes claras y estaban respaldados por los plenos poderes del Congreso. Además, Lee, llamado a París otra vez por Franklin, conseguía con aquel nombramiento quitarse, en parte, la espina que tenía clavada por haber sido excluido de la gestión de la trama Hortalez.
El 28 de diciembre, solo una semana después de la llegada de Franklin, los tres comisionados tuvieron su primera audiencia con Vergennes para debatir su solicitud de firmar un tratado. Franklin llevaba consigo el Plan de Tratados escrito por John Adams que el Congreso había aprobado en septiembre.112 El modelo de tratado que se proponía era de naturaleza puramente comercial, sin mención alguna de alianza política o militar. Garantizaría que los aranceles y tasas al comercio entre ambos países fueran similares, la protección de los cargamentos de los barcos neutrales en época de guerra y que los comerciantes de cada uno de los dos países tuvieran libertad para operar en los puertos del otro. Vergennes aseguró que la propuesta de tratado se tomaría muy en serio, pero, en realidad, pospuso cualquier durante decisión casi un año. Al día siguiente –en realidad, ya bien entrada la noche, para mantener el secreto–, se reunieron con el embajador español, Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, en su imponente residencia en el Hôtel de Coislin, en el lado norte de la plaza de Luis XV (actual plaza de la Concordia), aunque la barrera del idioma les impidió en un principio un progreso significativo.113 Tras varios encuentros más, se hizo evidente que Aranda no podía ofrecer ninguna garantía por parte de España, así que los comisionados se centraron de momento en el gabinete francés.
Durante los meses posteriores, los comisionados fueron ampliando su lista de deseos: además de un tratado comercial, querían recibir municiones directamente del rey y también barcos de guerra.114 Desconocían que Vergennes estaba, en aquel momento, enfrascado en una delicada negociación con España para conjurar un desastroso conflicto con Portugal; cualquier medida de ayuda a los rebeldes que se hiciera pública podía dar al traste con aquello e incluso ser el inicio de una guerra con Gran Bretaña para la que ni Francia ni España estaban preparadas aún. Vergennes tuvo que rechazar, con tacto, cada una de las propuestas que le hacían los comisionados, pero suavizó su frustración con la concesión