Toda vez que Arthur Lee había vuelto a Londres y quedaba fuera de juego, Deane y Beaumarchais comenzaron a ultimar los detalles de un contrato que permitiera la entrega de un importante cargamento de suministros bélicos al nuevo país. En un primer momento, habían acordado que Beaumarchais proporcionaría la carga y que Deane aportaría los barcos, pero el 19 de agosto –dos días después de que la noticia de la Declaración de Independencia llegara a París– llegaron a la conclusión de que Deane no era capaz de garantizar la llegada de los buques de América, ni entonces, ni en un plazo razonable. Beaumarchais inició negociaciones con Jean-Joseph Carrier de Monthieu, cuya familia había dominado el negocio de fabricación de armas en Saint-Étienne durante más de tres décadas, para que suministrara tanto las armas como las naves. Por una casualidad afortunada, la solicitud estadounidense de una elevada cantidad de mosquetes y cañones había llegado justo al mismo tiempo en que el Ejército galo estaba reequipando sus fuerzas con armas más ligeras y estandarizadas y buscaba una forma de deshacerse de su armamento más antiguo. Estas armas viejas, que aún funcionaban pero que no convenían ya a las nuevas necesidades estratégicas de Francia, hallaron un nuevo hogar ideal en una nación cuyas propias necesidades comenzaban entonces a debatirse en el Segundo Congreso Continental.
Las armas largas francesas se fabricaban en tres centros: Charleville y Maubeuge, en el norte; y Saint-Étienne, cerca de Lyon. El mayor de los tres, Saint-Étienne, estaba, como Birmingham y Lieja, repleto de un enorme número de fabricantes individuales que trabajaban con denuedo en forjas que envolvían la ciudad «perpetuamente […] en humo de carbón que se mete por todas partes».91 La mayor parte de los 20 000 mosquetes que allí se producían al año eran del modelo estándar (calibre de 0,69 pulgadas), aunque se modernizaban periódicamente. En los años anteriores a la llegada de Deane, los mosquetes más habituales eran los modelos M1763 y M1766 (la denominación indicaba el año en que se había iniciado la producción de cada modelo).92 Las forjas gestionadas por la familia Maritz en Lyon, Estrasburgo y Douai empleaban sus avanzadas técnicas de fundición maciza y taladrado posterior para producir cañones de infantería***** estandarizados: los tipos M1732 y M1740 de cuatro libras (el peso de la bala) desarrollados por Jean-Florent de Vallière. Estos modelos eran adecuados para las tácticas de la Guerra de los Siete Años, que ponían el énfasis en la concentración de la potencia de fuego sobre grupos numerosos de soldados enemigos.
Tras la citada guerra, una nueva generación de oficiales de ingenieros franceses, horrorizados por las pérdidas que habían sufrido en una batalla tras otra, abogó por la adopción de maniobras tácticas más rápidas que necesitaban de armas más ligeras. Encabezaban este impulso Jean-Baptiste Vaquette de Gribeauval, que creó nuevos sistemas de fabricación que produjeron armas más ligeras y estandarizadas –el cañón M1774 y el mosquete M1777–, y Philippe Charles Tronson du Coudray, que desarrolló las teorías tácticas acordes para el empleo de estas armas. Tras realizar pedidos enormes del nuevo armamento, Francia necesitaba encontrar la forma de deshacerse del anterior. Monthieu ya llevaba tiempo comprando a precios muy rebajados mosquetes obsoletos, pero todavía servibles, a los arsenales galos y los guardaba en sus almacenes de Nantes. Sin embargo, el problema de qué hacer con las piezas de artillería antiguas seguía sin resolverse. En septiembre de 1776, el ministro de la Guerra envió a Coudray a visitar los distintos arsenales repartidos por el país para decidir qué cañones sobrantes habría que vender a España o a Estados Unidos.93
El 18 de septiembre, mientras Coudray se trasladaba por toda Francia durante su viaje de inspección, Deane y Monthieu cenaron con Beaumarchais para remachar las condiciones del contrato por el que se enviarían 1600 toneladas de materiales excedentes (mosquetes, cañones y otros suministros militares) a los nuevos Estados Unidos. Monthieu fletaría una flota de ocho barcos de la firma de transporte Jean Pelletier-Dudoyer de Nantes, con quien Monthieu ya había contratado a menudo el transporte marítimo de sus armas con destino a las colonias francesas y a puertos del comercio de esclavos. A instancias de Beaumarchais, Deane también decidió que dichas armas debían ir acompañadas de oficiales franceses que supieran cómo utilizarlas. Aunque el Congreso no le había concedido la autoridad necesaria para hacer nombramientos de oficiales, no por ello se detuvo. Pronto, docenas de oficiales se preparaban para embarcar hacia América en los barcos de Beaumarchais.94
El 15 de octubre, Deane firmó el contrato con Roderigue Hortalez y Monthieu, que acordaba iniciar los envíos al mes siguiente.95 Las órdenes de compra y las letras de cambio comenzaron a expedirse desde el 47 de la rue Vieille du Temple por toda Francia. Beaumarchais compraba los excedentes de mosquetes directamente a Monthieu. Todos los cañones sobrantes de los arsenales, según concretaron Coudray y el ministro de la Guerra, se enviarían a la nueva nación. Aunque no se cobraría nada por ellos, los gastos de su transporte supondrían una cifra mayor que el coste total de los mosquetes. Unas pocas semanas después ya se estaban procesando los pedidos y la mercancía comenzaba a embarcarse. El Congreso Continental quedaba entonces obligado a pagar una factura de 320 000 libras (unos 200 millones de dólares actuales), cantidad que tendría que afrontar el propio Deane si el Congreso no cumplía su compromiso. Esta posibilidad era muy real, sobre todo cuando, desde las Colonias Unidas de Norteamérica [United Colonies of North America] (según la denominación que Deane empleaba en el contrato), llegó la noticia de que William Howe había puesto en fuga al ejército de George Washington en la batalla de Long Island y había establecido el cuartel general británico en la ciudad de Nueva York.
Por fin, todo parecía rodar según el guion de Beaumarchais, según el cual Roderigue Hortalez se convertiría en el salvador de los Estados Unidos, pero pronto surgieron problemas que transformaron aquella obra de un acto en una farsa en tres partes. En primer lugar, Beaumarchais aconsejó a Deane que, puesto que él era nuevo en Francia, que no debía «intentar comprar cañones u otras armas», excepto a través de él.96 Aunque la comprensión del idioma francés por parte de Deane fuera escasa, era un comerciante demasiado inteligente como para concederle un acuerdo de exclusividad a Beaumarchais. Vergennes, que también desconfiaba de la idea de que un solo proveedor funcionara como un monopolio, ya le había mencionado otra fuente de material de guerra a Deane: se trataba de un antiguo jefe de Beaumarchais, Jacques-Donatien Le Ray de Chaumont, por entonces uno de los magnates del transporte más ricos de Francia. Su riqueza se debía, en parte, a su estrecha relación con el ministro de Marina, Sartine, que le aseguraba el lucrativo contrato de aprovisionamiento de las colonias de Martinica y del Santo Domingo francés (Saint-Domingue) y que financiaba la flota de la India. Deane, a la vez que negociaba con Beaumarchais, también se reunió con Chaumont.97 Este le ofreció, aceptando como