BEAUMARCHAIS Y EL APOYO FRANCÉS ENCUBIERTO HACIA LOS NORTEAMERICANOS
En la década posterior al final de la Guerra de los Siete Años, Charles de Beaumont, chevalier d’Éon, había vivido un precario exilio en Londres.53 Tras haber estafado al embajador francés, si volvía a Francia se arriesgaba a que lo arrestaran. Sin embargo, el hecho de que aún conservaba copias de los ya abandonados planes galos de invasión de Gran Bretaña, que podían causar un daño enorme si se hacían públicos, le servía de salvaguarda para permanecer en la capital británica en funciones de espía. Desde allí continuó enviando información al jefe del Secret du Roi, Charles-François de Broglie. D’Éon recibía a numerosos aristócratas británicos, entre los que estaba John Wilkes, aunque su modesta pensión de 12 000 libras francesas**** (unos 80 000 dólares actuales) no era, ni de lejos, suficiente para financiar su lujoso tren de vida. Este último incluía un presupuesto considerable para la compra de ropas de mujer. En 1771 había convencido ya a muchos murmuradores de que era una mujer que en un primer momento se había disfrazado de hombre para servir en el Ejército; en Londres se hacían apuestas que llegaron a sumar 60 000 libras esterlinas acerca de si era hombre o mujer.
Luis XVI subió al trono en mayo de 1774 y, casi de inmediato, disolvió el Secret du Roi. Poco después, le pidió a De Broglie y al ministro de Exteriores, Charles Gravier, conde de Vergennes, que neutralizaran el peligro de que D’Éon pudiera revelar los planes de invasión. La solución que estos propusieron era sencilla: el rey, que junto con Vergennes estaba convencido de que D’Éon era una mujer, le mantendría su pensión de por vida y le permitiría su regreso a Francia, a cambio de que entregara los documentos secretos.54 Esta propuesta se transmitió en mano varias veces, a través de mensajeros, a D’Éon, que siempre la rechazó. Este aducía, con gran dramatismo, que había contraído una deuda de 10 000 escudos en servicio de su país, por lo que, además de las condiciones que se le ofrecían, el rey también debía pagar a sus deudores. Aquella situación se estancó hasta que pudo resolverla un comerciante con dotes teatrales similares.
Pierre-Augustin Caron había nacido en 1732 en París, en una familia de relojeros, y, después de un exitoso aprendizaje, se convirtió en «relojero del rey» a la edad de 22 años. Poco después, se casó con una viuda rica y añadió a su nombre el de una propiedad de su esposa, de resonancias más aristocráticas, para convertirse en Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais.55 Dotado de agudeza, inteligencia y talento musical, Beaumarchais tenía gran presencia en círculos tanto políticos como financieros.
En 1764, poco después del final de la Guerra de los Siete Años, un consorcio de financieros franceses encabezado por Joseph Pâris-Duverney y Jacques Donatien Le Ray de Chaurmont envió a Beaumarchais a Madrid con la misión de obtener del gobierno español el monopolio comercial (denominado «asiento») que abastecía de esclavos y productos agrícolas las islas del Caribe y Luisiana. Beaumarchais estuvo un año en la capital española dedicado a las negociaciones para conseguir el asiento y empapándose de la literatura y la cultura del país. Igual que en París, su encanto personal le procuró un sitio en los círculos políticos y financieros. En esto lo ayudó su vieja amiga de familia, María Teresa Patiño, condesa de Fuenclara, que presidía una tertulia habitual en su casa de la calle Hortaleza, cerca del parque del Buen Retiro.56 Sin duda, la condesa había podido presenciar, en dicho parque, los fuegos artificiales que habían festejado el año anterior la firma del Tratado de París.
Beaumarchais, animado por sus conversaciones con el rey Carlos III y su ministro jefe, Grimaldi, comenzó a mezclar las negociaciones del asiento con la política internacional de Francia y España.57 Para consternación del ministro francés Choiseul y de su embajador en Madrid, el marqués D’Ossun, Beaumarchais veía la presencia francesa en el asiento no solo como un lucrativo negocio, sino como un medio de fortalecer el Pacto de Familia borbónico ante el adversario común, Gran Bretaña. El Consejo de Indias, responsable de la administración del Imperio español de ultramar, no compartía aquella opinión y otorgó el monopolio a la Compañía Gaditana de Negros, entre cuyos accionistas figuraba el comerciante de La Habana Juan de Miralles, que pronto desempeñó un importante papel en el próximo conflicto norteamericano.
Beaumarchais volvió a Francia tras fracasar en la obtención del monopolio, pero con contactos políticos e inspiración literaria para toda una vida. En un primer momento se sirvió de dicha inspiración y escribió y produjo obras teatrales como El barbero de Sevilla, un triángulo amoroso ambientado en España que nos presenta al arrollador Fígaro, que pronto lo haría famoso. Al mismo tiempo tuvo que lidiar con pleitos legales con la familia Pâris-Duverney que lo amenazaban con la ruina: en 1773, aquello llevó a una acusación de corrupción y a una estancia de cuatro meses en la cárcel. Sus alegaciones le granjearon el apoyo de la opinión pública y cimentaron una sorprendente amistad con su carcelero, el jefe de la Policía de París, Antoine Raymond Gabriel de Sartine.
Sartine debió de advertir cualidades extraordinarias en el que fuera su prisionero, ya que, a principios de 1774, le pidió que fuera en secreto a Londres a neutralizar el trabajo de un chantajista llamado Charles de Morande, que había amenazado con difamar a la amante del rey Luis XV. Beaumarchais consiguió parar los pies a Morande y cumplió su misión de salvar a la corte del escándalo, aunque solo unos días después de su vuelta a París Luis XV moría y Luis XVI ascendía al trono. Beaumarchais, entonces un héroe a ojos de la corte, se enteró del estancamiento de las negociaciones con D’Éon acerca de los papeles del proyecto secreto de invasión y, al momento, comprendió las maquinaciones del personaje. «El secreto de D’Éon –escribió a Sartine– es engañar a los que quieren atraparlo, embolsarse los cien mil escudos y quedarse en Londres».58 El mensaje implícito era que solo un autor de teatro como él sería capaz de dirigir a un actor como D’Éon. Sartine, que acababa de ser nombrado ministro de Marina, pasó el mensaje a Vergennes y a Luis XVI, por entonces bastante preocupados por aquel asunto. Antes de que pasaran unos pocos meses, Beaumarchais ya estaba de vuelta en Londres para negociar la entrega de los papeles incriminatorios.
Durante el verano y otoño de 1775, Beaumarchais viajó media docena de veces entre Versalles y Londres hasta que, por fin, en noviembre, concluyó el asunto D’Éon: este le entregó un cofre de hierro lleno de documentos secretos y recibió el permiso real para volver a Francia, aunque solo vestido de mujer y nunca más con su uniforme militar. Es difícil que Beaumarchais pudiera hacer ya aquellos viajes sin llamar la atención: debido al enorme éxito de El barbero de Sevilla tanto en París como en Londres se había convertido en un personaje célebre a ambos lados del canal de la Mancha.
En uno de estos viajes, en septiembre,