Las almas rotas. Patricia Gibney. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Patricia Gibney
Издательство: Bookwire
Серия: Lottie Parker
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418216077
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se preguntó de nuevo si había sido Giles el que lo miraba desde el palco. Probablemente, aunque el capullo nunca estaba cerca cuando debía. No sabías cuándo podía pillarte desprevenido. Cabrón baboso. Sintió un escalofrío.

      Después de otra vuelta lenta alrededor del taburete, Giles se detuvo de golpe. Trevor contuvo el aliento. Un soplo de aire frío le bajó por la espalda. Divisó una urraca que picoteaba en la nieve en el muro junto a la caseta de fumadores. Sus alas negras contrastaban con fuerza con el blanco del pecho y de la nieve. Eso no era bueno. En absoluto.

      —Quiero que hagas algo por mí —dijo Giles.

      * * *

      Ryan Slevin dejó la bolsa de la cámara sobre la mesa del recibidor.

      —¿Eres tú, Ryan? —La voz de su hermana se oyó desde la cocina por encima del estrépito de sus tres sobrinos que se peleaban por algo. Olía a ajo. Mucho ajo. Ryan culpaba a todos esos programas de cocina. Mientras los chicos estaban en la escuela, Zoe pasaba la mayor parte del día delante del televisor viendo recetas exóticas. Sabía que MasterChef Australia era su favorito. De ahí que cenaran pescado día sí, día no, intercalado con crujiente panceta de cerdo. Y, por supuesto, especias y ajo. Siempre usaba ajo.

      Colgó el abrigo chorreante en el abarrotado perchero, se desabrochó las botas y las colocó debajo, en el suelo.

      —¿Qué has cocinado hoy? —Le dio un beso en la frente a su hermana y notó que estaba cubierta de sudor. Por el aspecto de la cocina, parecía que treinta concursantes de MasterChef hubieran pasado el día allí tratando de preparar un plato que aún no se había inventado.

      —Algo nuevo —contestó ella—. Pescado cocido en su jugo con salsa de ajo. La he hecho yo misma. La salsa, no el pescado.

      —Suena genial —mintió Ryan—. ¿Dónde están los chicos?

      Zoe hizo un gesto con la cabeza en dirección a la mesa. Ryan levantó el borde del mantel y descubrió a sus sobrinos sentados en el suelo con las piernas cruzadas.

      —¿Qué tramáis vosotros tres?

      —Estamos jugando —respondió Tommy, de cinco años.

      —Al escondite —añadió Josh, de cuatro.

      —Sí —afirmó el pequeño Zack, de dos.

      —Bueno, pues os he encontrado. Venga, al salón. Seguro que están haciendo Sam el bombero.

      Los tres salieron a gatas entre las piernas de Ryan y la cocina por fin quedó en silencio.

      —He recogido el traje de la tintorería —dijo Zoe—. Está colgado delante de tu armario. —Contuvo una lágrima. Unos mechones de pelo, antaño rubio, le caían sobre los ojos y ella los apartó con el codo. Tenía ambas manos cubiertas de harina.

      —¿Por qué estás triste? —preguntó Ryan.

      —Oh, ya sabes. —Zoe se volvió hacia el fogón—. Mañana es tu día. Qué emocionante para Fiona y para ti. Pero, al mismo tiempo, no puedo dejar de pensar en el matrimonio desastroso de nuestros padres, y ya sabes que el mío no es… —Sorbió de nuevo—. Ya hemos hablado antes sobre esto, pero ahora creo de verdad que Giles tiene una aventura. Desde que nació Zack, nunca está en casa. Ni por un momento me trago que lo necesiten en el trabajo las veinticuatro horas del día, toda la semana. —Se limpió la harina de las manos en el delantal y encorvó los hombros.

      Ryan sintió que se le rompía un poco el corazón por su hermana pequeña, sin poder contener, al mismo tiempo, una sensación de enfado.

      —Zoe, tengo la intención de hacer que mi matrimonio funcione. Fiona y yo somos mayores de lo que tú eras cuando te casaste. Y más sabios, espero.

      —Lo sé, pero tienes que estar seguro de ella al cien por cien.

      —¿A qué viene esto? Nunca me habías dicho nada así.

      —Es solo… Fiona es muy posesiva y decidida. Tú no. Eres un blando, en especial en lo que a ella respecta. Ni siquiera conoces a su familia.

      —Tiene una hermana en Australia. No hay ningún misterio, así que deja de intentar encontrarlo.

      —Nunca habla de sus padres o de su vida antes de venir a Ballydoon. Admítelo, Ryan, Fiona es un poco rara.

      —Por Dios, Zoe, solo porque no es extrovertida y…

      —Lo sé, pero hay algo… Aunque no puedo decir qué.

      —Pues me caso con ella mañana, así que deja de pensar en excusas para que no te guste. ¿Vale?

      Zoe se giró. Ryan captó el rastro de una sonrisa en la comisura de sus labios.

      —Vale.

      —Voy a darme una ducha. ¿Cuándo estará listo… eso?

      —¿Eso? Quiero que sepas, Ryan Slevin, que eso es mi plato estrella de la semana. Un pez directo del mar.

      —¿Lo has pescado tú misma?

      —Listillo. —Zoe se rio—. También te he planchado la camisa buena. Para mañana.

      —Eres la mejor hermana del mundo. —Le dio un abrazo, pero no tuvo el valor de decirle que había comprado una camisa nueva especialmente para la ocasión.

      Cuando se separaba de su hermana, Ryan oyó el sonido del timbre.

      —¿Esperas a alguien?

      —Tal vez sea Fiona.

      —¿La noche antes de nuestra boda? No lo creo. Sé que queremos una boda sencilla, sin mucho lío, pero más allá de lo que pienses de ella, en el fondo Fiona es muy tradicional.

      Fue a abrir la puerta.

      * * *

      Mientras esperaba a que abrieran, Lottie observó los alrededores de la pequeña finca en el límite del pueblo de Ballydoon. Boyd se había marchado a Galway a toda prisa. Esperaba que no le ocurriera nada en las carreteras heladas; le había pedido que le enviara un mensaje cuando llegase.

      La dirección que tenía de Ryan Slevin era una casa adosada perteneciente a la familia Bannon. La habían informado de que Zoe Bannon era la hermana de Ryan.

      Kirby se paseaba por el camino, con su redondo rostro sonrosado por el esfuerzo.

      —Odio dar malas noticias —sentenció.

      —Es parte del trabajo —le recordó Lottie.

      Se escucharon los gritos de los niños antes de que se abriera la puerta, y les llegó un penetrante aroma a ajo.

      La inspectora le enseñó la placa al hombre que se encontraba de pie frente a ella.

      —Hola, ¿es usted Ryan Slevin?

      —Así es. ¿He hecho algo que no sepa? —El rostro del hombre se iluminó con una sonrisa divertida y Lottie se fijó en que tenía una mancha de harina en el pómulo bajo el ojo. Tuvo que resistir la tentación de mojarse el dedo y limpiársela. Pese a su altura, constitución y barba, y aunque Lottie sospechaba que debía de estar en la treintena, Ryan Slevin tenía un aire adolescente.

      —¿Podemos entrar, por favor?

      —Debe de ser algo serio. —Lottie oyó un deje pícaro en su voz. Alrededor de las piernas del hombre aparecieron tres cabezas pelirrojas.

      —¿Quién es? —preguntó el más alto.

      —Calla, Tommy. Vengan por aquí, por favor.

      Una mujer apareció mientras se desataba un delantal sucio y apartó a los niños del camino.

      —¿Qué sucede?

      —Soy la inspectora Lottie Parker, y este es mi colega, el detective Larry Kirby.

      Lottie avanzó esquivando a los niños y a su madre y siguió a Ryan