Las almas rotas. Patricia Gibney. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Patricia Gibney
Издательство: Bookwire
Серия: Lottie Parker
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418216077
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Lily de forma incondicional. También adoraba su trabajo. Creo que a mí nunca me quiso realmente. Tal vez por eso rechazó una y otra vez mis propuestas de matrimonio, y se negó a que Lily llevara mi apellido. No tengo la menor idea de qué vio en Ryan Slevin.

      —¿Cuándo se separaron?

      —Hace unos dos años. Mi hija tenía seis en aquel momento. Fiona cambió en cuanto nació la pequeña. Me excluía a menudo. Hasta cierto punto, puedo entenderlo, soy veinte años mayor que ella. Pero nunca comprendí que se enrollara con Slevin.

      —Cuando se marchó, ¿a dónde fue? —Lottie estaba segura de que no había espacio suficiente en la casa de Zoe Bannon para Fiona. Tendría un hogar propio.

      —Alquilé una casa en Ragmullin para ellas. De primera categoría, muy cara. Quería que Lily estuviera cómoda. Amo a mi hija.

      Lottie anotó la dirección e hizo una llamada para que la registraran.

      —¿Ve a Lily a menudo?

      —Un fin de semana sí, uno no. Tiene su propio cuarto aquí.

      —¿Puedo verlo?

      Kavanagh se sonrojó.

      —No he secuestrado a mi propia hija, inspectora.

      —No he dicho eso.

      —Lo ha insinuado.

      Lottie comenzaba a cansarse de él.

      —Si ni usted ni el señor Slevin han recogido a Lily, ¿quién cree que lo ha hecho?

      Se tocó la barbilla con un dedo.

      —No tengo ni idea. Pero por la mañana, pienso escribir a esa escuela de danza. Es intolerable que dejen que una niña de ocho años se marche con alguien sin comprobar debidamente sus credenciales.

      —¿Cuándo fue la última vez que habló con Fiona?

      —La noche del domingo. Recogió a Lily después de que pasara aquí el fin de semana.

      —¿Había alguien más con ella?

      —Estaba sola. Ese cabrón sabe muy bien que no debe aparecer por mi puerta.

      —Una última pregunta. ¿Se le ocurre alguna razón por la que alguien quisiera hacer daño a Fiona?

      —¿Qué? Era enfermera, por el amor de Dios. Todos la querían. —Se levantó y caminó hacia la puerta—. Encuentre a mi hija y tráigala a casa.

      —Lo haremos.

      —Fiona era una buena madre. Apostaría mi casa a que ella no se tiró de ningún tejado. O se cayó o la empujaron.

      —De acuerdo. ¿Puedo ver ahora el cuarto de Lily?

      Kavanagh la condujo por las escaleras de caracol hasta un altillo tipo loft. El cuarto de Lily estaba repleto de peluches, una casa de muñecas y cualquier juguete que Lottie pudiera imaginar. La cama doble tenía un cubrecama de Frozen y un dosel de tul adornado con mariposas colgaba encima.

      Lottie abrió los cajones y el armario y ahogó un grito ante el despliegue de ropa.

      —¿Todo esto es de Lily?

      —Me gusta asegurarme de que mi hija está bien cuidada. —Kavanagh entró en el cuarto, su cabeza rozaba el techo de madera desnuda—. Está bien, ¿no es cierto? Por favor, dígame que no le ha pasado nada a mi hijita. —Cogió una fotografía del tocador y se la tendió a Lottie, con sus duros ojos llenos de lágrimas.

      Lottie no tenía ni idea de dónde estaba la pequeña, pero su corazón la advertía de que no se dejara llevar por las apariencias. Echó un vistazo al rostro sonriente de la niña en la foto. El pelo largo y rubio rodeaba su cara delicada. Las pecas adornaban su nariz y tenía una sonrisa contagiosa. Dos pasadores le apartaban el pelo de los ojos azules. La niña le resultaba algo familiar. «Bobadas», pensó Lottie. Nunca había visto a Lily o a Fiona hasta hoy.

      —¿Puede prestármela?

      —Por supuesto.

      En el baño en suite recogió un pequeño cepillo de dientes.

      —Me llevaré esto para la muestra de ADN.

      Sintió que los ojos de Kavanagh la taladraban mientras guardaba el cepillo en una bolsa de pruebas transparente.

      —Avíseme en cuanto la encuentren.

      —Lo haré, se lo prometo —respondió la inspectora, y pensó en lo fuera de lugar que se veía el hombre entre los juguetes.

      En la puerta principal, le dijo:

      —Muchas gracias, señor Kavanagh. Estaremos en contacto.

      —Más le vale, porque estaré pisándole los talones a cada paso.

      Mientras Lottie seguía a Kirby hasta el coche, no dudó en absoluto de la sinceridad en las últimas palabras de Kavanagh. En cuanto a todo lo demás, eso era otra historia.

      * * *

      Beth estaba tumbada en la cama y se colocó la caja sobre la rodilla. Sacó los folletos y los ojeó. Sol, sal y arena. Eso era lo que él le había prometido. Sintió una oleada de calidez subirle del abdomen hasta el pecho. Había estado enamorada, aunque sabía que él nunca la correspondería. Y le había hecho una promesa. La promesa de no hablar con nadie sobre sus planes. Pero ahora era demasiado tarde.

      Dejó los papeles en la caja, ajustó la tapa y la deslizó bajo la cama. Conectó el móvil para cargarlo y encendió la pantalla. Buscó entre las aplicaciones y abrió las noticias. Nada interesante aparte del tiempo, solo oscuridad y tristeza. Entró en Facebook. Sus notificaciones se iluminaron como un árbol de Navidad. ¿Qué diablos?

      Dejó caer las piernas sobre el borde de la cama, se incorporó y apretó el teléfono en la mano mientras revisaba las publicaciones. Se había encontrado un cuerpo en los terrenos de la abadía de Ballydoon. Alguien había sacado fotos y vídeos, pero estaban borrosos. Leyó los comentarios, con su antena de periodista en alerta máxima. Suicidio, decían algunos; una mujer había saltado del tejado. Otra persona aseguraba que eso había sido antes, en Hill Point. Mierda, ese era el chivatazo que había recibido, y luego el zoquete del redactor había metido las narices y le había impedido investigarlo.

      Tenía que verlo por sí misma. ¿Por qué no debería aprovechar estas exclusivas? Si no tuviera un jefe tan anticuado, las cosas serían diferentes. Pensó en los periódicos nacionales. En los medios de comunicación digitales. Su blog. Sí, así podría publicar una buena historia. Hacerse un nombre. Entonces recordó la noticia en la que trabajaba en secreto y tomó una decisión.

      Tendría que escabullirse sin que su padre la viera. El peso de tantas escapadas ilícitas empezaba a ser una carga demasiado pesada. Le habían dicho que no duraría mucho más. Eso es lo que le habían prometido. Es lo que la hacía seguir adelante, viviendo en el culo del mundo. Y luego todo había cambiado.

      Dejó la luz encendida, se guardó el teléfono en el bolsillo y salió a hurtadillas de la casa.

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