Las almas rotas. Patricia Gibney. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Patricia Gibney
Издательство: Bookwire
Серия: Lottie Parker
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418216077
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Podría haberlo llevado al interior de la abadía, pero pensó que, tal vez, el hombre hablaría con más libertad en otro lugar. A veces, alejar a los testigos de la escena del crimen los ayudaba a sincerarse. Cuando el hombre estuvo instalado en el asiento del copiloto, Lottie se sentó junto a él.

      Hughes temblaba visiblemente cuando se quitó el gorro. Tenía el pelo muy corto, salpicado de canas, y sus manos eran grandes; Lottie pensó que parecía más un granjero que un enfermero. El hombre se giró en el asiento y la inspectora captó un brillo en sus ojos. ¿Miedo o tristeza? A veces le resultaba difícil diferenciar ambas emociones.

      —Señor Hughes… ¿Puedo llamarlo Alan?

      —Sí.

      —Alan, cuéntemelo todo. Desde el principio.

      —¿Qué quiere saber?

      «Oh, Dios», gruñó Lottie en silencio.

      —¿Conoce el nombre de la difunta?

      —¿La difunta?

      —Sí.

      —Es Fiona Heffernan —contestó el hombre—. Trabajaba con ella.

      —¿Es enfermera?

      —Era enfermera.

      —¿Había dejado el trabajo?

      —No, se ha tirado desde el puto tejado.

      Lottie golpeteó el volante con los nudillos.

      —¿Fiona trabajaba hoy?

      —Sí. Su turno era desde las ocho y media hasta las tres.

      —¿Dónde vivía?

      —No lo sé.

      —¿Era del pueblo?

      —¡No lo sé! —La voz del hombre subió una octava, y perdió el timbre tosco y varonil.

      —¿Tiene alguna idea de qué hizo después de su turno?

      —Mire, inspectora, no quiero ser grosero, pero yo acababa de llegar al trabajo. Estoy en el turno de tarde. Aparqué el coche e iba a entrar cuando la vi. Ahí tirada, como un ángel de nieve. —El hombre ahogó un sollozo.

      —Esa es una buena descripción. —Lottie miró por la ventanilla, por encima del hombro de Hughes, escaneó el edificio hasta el tejado y bajó de nuevo hasta el cuerpo—. ¿Tiene alguna idea de por qué la señorita Heffernan llevaba un vestido de novia?

      —No, la verdad. —Se encogió de hombros—. Al menos, no hoy.

      Lottie frunció el ceño.

      —¿No hoy? ¿Qué quiere decir con eso?

      —Le diré lo que quiero decir. Fiona no iba a casarse hasta mañana.

      * * *

      Después de ordenar que extrajeran una muestra de ADN a Alan Hughes y que lo llevaran a la comisaría para tomarle las huellas y hacerle un interrogatorio formal, Lottie buscó al padre Joe. Temblaba bajo la pesada parka, con la capucha bien ajustada alrededor de la cara. Lo reconocería en cualquier parte.

      —¿Qué te trae por aquí? —preguntó.

      —Las visitas de la tarde. Administrar a los enfermos es parte de mis deberes como sacerdote, ya sabes.

      —Pero esta no es tu parroquia —terció Lottie, y se masajeó las manos furiosamente para activar la circulación.

      —El padre Curran no podía venir hoy, así que me lo pidió a mí. Él es el sacerdote en esta zona, por cierto.

      —Vale. ¿Cómo te va?

      —Estoy bien. Me mantengo ocupado.

      Lottie sonrió y recordó todo lo que había tenido que soportar hacía dos años.

      —¿Conocías a la difunta?

      —No he visto el cuerpo, así que no podría jurarlo sobre la Biblia.

      —Se llamaba Fiona Heffernan. Era enfermera. —Lottie habría jurado que el rostro de Joe palideció—. ¿La conocías?

      —No puede ser Fiona. Es terrible. Me encontré con ella algunas veces durante mis rondas. —El padre Joe miró hacia el tejado, luego hacia el suelo, y sacudió la cabeza.

      —¿Cada cuánto vienes a visitar a los enfermos?

      —No muy a menudo. Creo que esta es la tercera o cuarta vez. Solo lo hago cuando el padre Curran me pide que lo sustituya. Deberías charlar con él. Vive en la casa parroquial junto a la iglesia, en el pueblo.

      —Vale, gracias. —Lottie divisó a Kirby, que bajaba del coche—. Será mejor que entre y comience con la investigación. Hablamos pronto.

      Joe sonrió; esa sonrisa que Lottie recordaba que le iluminaba los ojos.

      —¿Lottie? —dijo el sacerdote mientras la cogía de la manga cuando ella se volvió para marcharse—. Puedes hablar conmigo en cualquier momento, sobre cualquier cosa. Ya lo sabes.

      La inspectora asintió y se subió la capucha para esconder el rubor que le sonrosaba las mejillas. Tal vez debería hablar con él sobre el compromiso. O tal vez no. De todos modos, puesto que Boyd estaba divorciado, no se casaría por la iglesia. Para ella no habría vestido blanco, reflexionó mientras se alejaba.

      10

      El hotel Railway no era donde Steve O’Carroll había imaginado proseguir su carrera. Era como una espina del tamaño de una viga clavada en su angosto pecho. Su madre había soñado con que trabajara en un bufete, pero al final había quedado apenas en bufé. Había estudiado en King’s Inn, en Dublín, pero había suspendido los exámenes del último curso. No había sido culpa suya, de ninguna manera. Pero no podía explicar a nadie el verdadero motivo. Nadie habría creído que Steve O’Carroll había sufrido una crisis nerviosa. ¿Y ahora? Ahí estaba, dando órdenes a un imbécil tras la barra del hotel Railway en Ragmullin.

      —¿Qué haces? Ya te lo he dicho: el vino blanco va a la nevera, no el tinto. ¿Por qué no me escuchas? ¿Cuánto llevas trabajando aquí?

      —Dos semanas. —El barman tenía estrabismo, lo que hacía que pareciera que guiñaba el ojo constantemente. Steve ya había tenido bastante de guiños, gestos y codazos para toda su vida.

      —¿Cómo te llamabas?

      —Benny.

      —Benny, ¿eres daltónico? Si no entiendes la diferencia entre el vino blanco y el tinto, este trabajo no es para ti. Date prisa. Tenemos un convite nupcial mañana, y todavía tienes otra caja que descargar y estanterías que reponer. Quiero un inventario completo en una hora, ¿entendido?

      —Entendido.

      Steve apoyó los codos en la barra y la cabeza en las manos. ¿Por qué la vida era tan cabrona? Por no mencionar a la auténtica cabrona. Pero no pensaría en ella. Ya tenía suficiente con el banquete del día siguiente. Era uno pequeño, pero sus estándares eran altos. Sabía que las valoraciones de cinco estrellas en TripAdvisor traerían más clientes. Y, quizá, de una vez por todas, le consiguieran su billete de salida de esa mierda de ciudad.

      Bajó las manos y observó a Benny coger botellas de la caja para llenar el frigorífico. Era difícil encontrar a alguien con experiencia, y el currículum de Benny tenía buen aspecto. Tal vez debería haber comprobado las referencias antes de contratarlo.

      Cuando se giró para asegurarse de que habían traído los manteles blancos de lino de la lavandería, vio a un garda y a un hombre alto entrar por la puerta. En su cabeza brillaban los copos de nieve, y llevaba el pelo tan corto que Steve se preguntó qué número de cuchilla debía de usar. Su propio pelo castaño estaba recogido en una pulcra coleta en la base de la nuca. Sentía que le añadía un aire de misterio. No era algo que uno esperara encontrar en la cabeza de un subgerente de