Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Zelá Brambillé
Издательство: Bookwire
Серия: Wings to Change
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013126
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lado y entrelazó las piernas con las suyas, en secreto la estudió una vez más. Era hermosa. No pudo resistir al ver sus labios tan rojos y entreabiertos. Cada vez que lloraba se coloreaban más, así que los selló con un casto y suave beso, y se dejó llevar por el calor que emanaba su cuerpo. Era perfecta para él porque encajaban, eran el Yin y el Yang.

      Más tarde, se despertó cuando escuchó un estruendo, saltó del susto y encontró la cama vacía. Alarmado, se puso de pie y bajó las escaleras para buscarla. El alma se le fue a los pies cuando la encontró encorvada, apoyándose en una silla con una botella de tequila en las manos. ¿De dónde había sacado esa mierda?

      Arrugó la frente cuando ella intentó caminar y se tambaleó, estaba borracha. Se acercó rápidamente y rodeó su cintura antes de que pudiera caerse. Carlene se asustó, pero soltó una risita después de ver que era él.

      —Estás borracha —susurró, y le quitó la botella a pesar de sus quejas y de que intentaba arrebatársela.

      —N-no, e-estoy muy f-feliz. —Dave soltó una risita divertida; era la primera vez que pasaba algo así.

      —Por supuesto que sí, te tomaste casi todo el puto tequila. —La sentó en una de las sillas—. Quédate aquí, voy a hacerte un café.

      Ella no dijo nada, lo observó con ojos vidriosos, así que se encaminó hacia la cocina y preparó la cafetera a oscuras. Puso el agua y las cucharillas de café, iba a apretar el botón cuando unas manitas lo abrazaron desde atrás. Sintió sus pechos pegados a su espalda, respiró profundo.

      —D, ¿puedo pedirte un favor? —Su susurro lo hizo girarse y buscar su mirada. Ella no se le despegó, lo abrazaba con fuerza, ahora su cabeza enterrada en su pecho. Le acarició el cabello

      y rodeó su cintura.

      —Lo que quieras, cariño —murmuró y esperó. Carly levantó la vista, se perdió en el brillo de sus ojos, más cuando los bracillos de la muchacha subieron hasta rodear su cuello. Sintió peligro—. Deberíamos ir a dormir, mañana podemos hablar.

      —No quiero hablar —dijo. Jamás se imaginó lo que ocurriría a continuación, Carlene estampó sus labios en los suyos con determinación, intentó detenerla, pero se volvió loco al sentir que lamía su labio inferior. Sabía que estaba mal porque se estaba aprovechando de su estado, sin embargo, arrojó esos pensamientos al fondo de su cerebro y gruñó antes de apretarla contra él y profundizar el beso que tanto había estado esperando.

      Sabía a tequila y a ella. Carlene suspiró y se puso de puntitas para alcanzarlo más, así que la puso sobre sus pies descalzos e introdujo su lengua para tocar la suya y derretirse. Nunca más podría besar a otra chica. Dios, sabía como a un cielo lleno de estrellas.

      No contó el tiempo, pero le pareció una eternidad y, al mismo tiempo, un segundo. El ritmo empezó a disminuir, el beso se fue haciendo más pesado, más lento, más significativo que pasional, hasta que Carly se detuvo. Él se echó hacia atrás y contempló con una sonrisa que se había quedado dormida.

      —Mi beso te dio sueño, vas a matarme. —Depositó un besito en su respingada nariz y la cargó para llevarla a la cama.

      Se acostó a su lado, pero no pudo dormir. Al día siguiente le preparó café y se preguntó cuánto tiempo pasaría para que ella recordara que le había entregado su ser en un beso.

      Diecisiete años de edad

      Entraron juntos a aquel billar de mala muerte. Carlene usaba una chaqueta de cuero negra al igual que Dave, quien con entusiasmo buscaba un lugar en el sitio. De pronto, la castaña se quedó muy quieta. Tenía que ser mentira.

      Caminó hacia la escena, sintiendo los pasos apresurados de su mejor amigo tras ella y el palpitar desenfrenado de su corazón.

      —¿Richard? —Su voz se quebró en la última sílaba. El rubio se detuvo al escucharla y giró el rostro.

      —Carly… —No lucía arrepentido, lo encontraba casi montado encima de otra y lucía normal, como recién salido de la ducha. Sintió la furia emanar de su interior, deseaba golpearlo, pero, más que nada, necesitaba saber qué había hecho mal.

      —¿Por qué? —preguntó. Dave la aprisionó desde atrás, resguardándola de la maldad del mundo y de las injusticias de las personas. No era un escudo, él era la espada.

      —Porque necesito a una mujer, no a un amigo —soltó sin pudor el rubio. David se estremeció al escucharlo, luego se dio cuenta de la manera en la que las aletas de la nariz de Richard se abrían, entretanto lo miraba con odio. Era eso, estaba celoso y la quería herir.

      No la merecía. No sabía siquiera si alguien podría merecerla algún día.

      La gente la miraba con lástima, algunos otros se rieron al escuchar el cruel espectáculo que al parecer era más entretenido que sus propias vidas. Carlene escuchó a Dave rugir, dispuesto a soltar improperios para defenderla, pero lo jaló del antebrazo

      y lo condujo fuera del local.

      En el estacionamiento, frente a la señal roja para detenerse, aún en el borde de la banqueta, se derrumbó en el hombro del joven. Sin embargo, solamente soltó unas cuantas lágrimas y luego expulsó una carcajada estruendosa. Él frunció el ceño con confusión, tal vez ya se había vuelto loca.

      —¡Que se joda! —Arrebató el agua de sus mejillas con violencia y lo miró directo a los ojos. Él sabía que quería ser fuerte, sabía que, aunque intentara esconderlo, le dolía lo que acababa de pasar—. ¿Hacemos noche de películas?

      —No es jueves —dijo.

      —¿Importa? ¿Tienes algo mejor que hacer? —Negó, sonriendo.

      Una hora después, ambos se encontraban frente al televisor con un montón de chatarra en diferentes tazones. Carly miraba la pantalla, pero no lo hacía realmente. David la estudió, se encontraba comiendo helado de manera mecánica, se movió hasta que quedó a su lado.

      —Sabes que yo no te voy a juzgar, si lloras no voy a criticarte —le recordó con dulzura. El rostro de la castaña se arrugó, recostó su cabeza en el regazo de él y comenzó a lanzar silenciosos sollozos.

      David no se separó de ella. Odiaba verla llorar, pero ¡vamos!, podría saltar de felicidad, su luciérnaga era suya de nuevo. Si querer tener a la mujer que amaba solo para él era cruel, no pondría objeción en serlo.

      Dieciocho años de edad

      Carlene estaba de pie frente a su ventana, pintando un paisaje distorsionado en colores sepias. La luz de la puesta del sol se reflejaba en los espirales de cabello que caían sobre su espalda. Dave, acostado con las manos detrás de la nuca, la miraba embelesado. Se le escapaban sonrisitas cuando ella hacía muecas sin darse cuenta, como cuando tocaba una de sus comisuras con la lengua y analizaba su obra alejándose.

      Llevaba una de las tantas camisas que le había robado, le quedaba holgada, y se veía como recién salida de la cama; le encantaba que usara su ropa.

      —¿Ya sabes qué vas a hacer para tu graduación? —Lo miró de soslayo y emitió una negativa—. ¿Vas a ir al baile?

      El rostro de la castaña se distorsionó.

      —Por supuesto que no —escupió. Carly odiaba los vestidos, los tacones, los aretes enormes que las chicas solían usar, el maquillaje y, sobre todo, los bailes.

      Una vez su madre la obligó a asistir a uno, fue el peor día de su vida como adolescente. Había preferido quedarse escondida en el baño a que todo el instituto se enterara de su carencia de glándulas mamarias enfundadas en un vestido rosa princesa. A los quince años, las chicas que no tenían tetas eran clasificadas como chicos.

      —Podemos divertirnos.