Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Zelá Brambillé
Издательство: Bookwire
Серия: Wings to Change
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013126
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todo y me animaba para que lo hiciera mejor. Recuerdo que solía llorar en las noches porque mi madre no me aceptaba, y papá siempre decía que no importaba cuántas capas de maquillaje usaras, siempre habría imperfecciones que serían incapaces de ocultar: las del corazón.

      —Pregúntale a David, me dará la razón —respondió.

      —No voy a preguntarle eso a Dave, papá —aseguré, y lancé una carcajada.

      —¿Qué cosa no vas a preguntarme? —pidió saber a mis espaldas. Me di la vuelta y abrí los ojos con asombro. Por lo regular me daba cuenta de su presencia, nunca pasaba desapercibido para mí.

      Antes de poder evitarlo me arrebató el teléfono, chillé e intenté obtenerlo de vuelta, pero lo elevó. Me fui en su contra y me puse de puntitas para quitárselo.

      —¡¡David!! ¡¡Dame el jodido teléfono!! —grité, y fue entonces que me di cuenta de lo que estaba haciendo. Me encontraba encima de él, nuestros rostros estaban muy juntos, tanto, que podía sentir sus exhalaciones pesadas. Me sonrojé, de todas las malditas reacciones posibles tuve que sonrojarme; era patética.

      Me eché hacia atrás, queriendo alejarme de sus ojos color verde oscuro que no paraban de observarme. Suspiré con pesadez y me deshice de la idea de conseguir el aparato porque sabía que no lo conseguiría de todas formas, así que brinqué y me senté en la barra de la cocina observándolo.

      —Buenos días, señor Sweet, ¿cuál es la pregunta que Carly no quiere hacerme? —cuestionó divertido, y frunció los labios—. Ya veo… Sí, entiendo. Encantado, Steven. Por supuesto que lo haré. —Su rostro se volvió blanco, seguro por algún comentario vergonzoso de papá—. No me atrevería.

      Dejé que mis ojos pasearan por todo él, deteniéndose más de la cuenta en su pecho amplio y duro, en sus brazos, en sus labios gruesos. ¿Por qué tenía que ser tan apuesto?

      —Está en lo correcto —murmuró, y me lanzó una mirada de reojo—. Lo haré ahora. Hasta luego.

      Después de colgar, David caminó hasta detenerse entre mis piernas, pude verme reflejada en sus pupilas. Sentí el sonrojo antes de que llegara a mis mejillas y, queriendo acabar con aquello, alcé una ceja motivándolo a que comenzara a hablar.

      —Eres hermosa —dijo, a lo que yo giré los ojos—. ¿Por qué no me crees?

      —Tal vez porque no soy una rubia con senos del tamaño de un melón —solté con petulancia.

      David, sin pena, soltó mi coleta, haciendo que mi cabello descendiera cual cascada sobre mis hombros. Pude percibir el olor a champú llenando el ambiente. Él se acercó demasiado, más de lo normal, y comenzó a cepillar mi cabello con concentración, inclinando su cuerpo hacia el mío.

      Siempre estábamos juntos, abrazados o tocándonos de alguna manera; no obstante, el aura en esa ocasión era diferente, se sentía más íntima y yo no sabía qué hacer con eso.

      —Me gusta tu cabello suave —dijo—. Créeme que es perfecto cuando la correcta encaja a la perfección en tu mano, aunque sea pequeña. Es más perfecto verte despertar usando mis camisetas con el cabello despeinado. Eres hermosa porque no necesitas nada para serlo.

      De un momento a otro, Dave besó mi barbilla y miró directo a mis ojos, mi boca se abrió al verlo tan cerca y mi corazón latió desenfrenado. Su mirada me hizo tragar. A pesar de conocerla una vida, no me había cansado de admirarla.

      —Eres la más hermosa de todas porque piensas que no lo eres, pero déjame decirte algo, Carlene… Aunque te escondas debajo de toda esa tela, las gorras y los tenis simples, eres hermosa porque no lo eliges, simplemente lo eres.

      Sonrió, dedicándome una de sus sonrisas coquetas, y salió disparado como un rayo de la cocina, dejándome completa y totalmente aturdida.

      Más tarde, Dave estaba sentado viendo televisión, me dejé caer en el suelo con la espalda recargada en sus piernas y apoyé la cabeza en sus rodillas. Él, como era costumbre, y sin despegar la atención del programa de Discovery Channel, tomó mi cabello y lo esparció sobre sus muslos para acariciarlo con sus dedos. Me relajaba sobremanera cuando masajeaba de aquella forma mi cuero cabelludo.

      D asistía a tercer año de su carrera y trabajaba en un despacho para mejorar su desempeño escolar, algo que le servía para disminuir las horas de sus prácticas. Los chicos, él y yo asistíamos a la misma universidad. A veces me sorprendía que a pesar de todo aún fuéramos amigos.

      Era alto, atlético y de cabello cobrizo, bastante simpático. Había un desfile de chicas diferentes casi cada fin de semana rogando un poco de su atención, algo que no me agradaba para nada.

      Su respiración en mi oído me sacó de mis pensamientos. Los poros de mi piel se levantaron cuando sus manos me envolvieron y jugaron con mis dedos.

      —¿Tu padre te contó sobre las vacaciones? —preguntó, mientras me levantaba como un títere y me sentaba en su regazo. Sus brazos férreos me estabilizaron.

      —No, no dijo nada —respondí, distraída, pues estaba concentrada en mantener neutra mi respiración. ¿Cómo había vivido veinte años así?

      —Al parecer iremos de campamento, ¿no es emocionante?

      —Una sonrisa se extendió en mi rostro; amaba los malditos campamentos en familia.

      —¿En serio? ¡Eso suena increíble, D!

      —Es increíble porque vas tú —susurró. Clavé la vista en él ante su tono ronco y entrecerré los ojos, aclaró su garganta—. Juntos escalamos y hacemos cualquier cosa divertida.

      Asentí sonriendo, estancó su mirada en mi boca y pensé que estaba alucinando porque cada vez lo veía más cerca.

      El timbre sonó, me levanté de prisa y sacudí mi ropa. Entretanto mi amigo caminaba hacia la puerta para abrir. Cuatro muchachos entraron por el umbral después de saludar con un choque de manos a Dave.

      Los gemelos Michael y Martín eran rubios, delgados con lentes y repletos de acné. Era entretenido verlos discutir sobre cosas que ni siquiera entendía; yo era nerd, pero ellos estaban a un nivel mucho más alto. Roger, un moreno robusto, era el gracioso y el alma de las fiestas. Y por último, Ian Green, un apuesto pelinegro de ojos azules que, por cierto, me trataba como a un hombre más, cosa que detestaba, pues había lastimado a mi mejor amiga.

      Lissa y él habían sido novios antes de que pudiera conocerlos, eran adolescentes y tuvieron una relación en secreto porque los padres de mi amiga odiaban a Ian por no tener el mismo nivel económico que ellos. Ella lo había amado, lo seguía haciendo, lloraba todas las noches por la indiferencia de Green, quien solo la utilizaba para tener sexo. Muchas veces quise romperle la cara, pero también le estaba agradecida, porque por él había conocido a Melissa Trucker.

      Los chicos me saludaron y se dejaron caer en el sofá de cuero negro. En cambio, yo me senté en mi sillón café —que no combinaba con el aire moderno del resto del lugar— al estilo indio. Dave arrojó en mi dirección una lata que atrapé en el aire, abrí la cerveza y le di un trago largo.

      —¿Partido o juego? —cuestionó Roger.

      Los seis gustábamos de juntarnos cada fin de semana para no perder la amistad debido a la presión de los estudios. Hacíamos cualquier cosa: ver televisión, salir a bares o jugar a estupideces.

      —No hay partido el día de hoy, todos fueron la semana pasada —respondió Michael, después de empujar unas gafas que resbalaban por el ángulo de su nariz. Los gemelos eran dos genios de pies a cabeza, sabían cosas que probablemente ni leyendo toda la vida retendría—. Será juego, no podemos tomar demasiado, mañana tenemos que estudiar.

      —Me toca elegir —dijo Ian—. Verdad o reto.

      —¿Verdad o reto? —pregunté, confundida y divertida a la vez—. ¿Tienes diez años?

      —Quiero jugar a eso, Carl, si no te gusta puedes irte —soltó, tajante.