Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Zelá Brambillé
Издательство: Bookwire
Серия: Wings to Change
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013126
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lado, me arrullaba repartiendo besos en mi sien. ¿Cómo no enamorarse de eso?

      Siempre viví en la misma rutina: fingir. Fingía que no me importaba cuando mi corazón sangraba por dentro.

      El pasar de los años fue igual, él saliendo con chicas, yo sentada en mi recámara con un libro en las manos, pero sin poder leer en absoluto por el conocimiento de saberlo junto a otra.

      ¿Cómo le dices a tu mejor amigo que estás perdidamente enamorada de él? ¿Cómo le explicas ese deseo de mantener tus ojos pegados a sus movimientos?

      Recuerdo las inspecciones que le daba de soslayo cuando él no me miraba, la manera de tragar saliva para disolver el nudo en mi garganta al verlo besar a una chica completamente opuesta a lo que yo era, el haber memorizado sus gestos y los timbres de su voz.

      Pero luego lloraba de impotencia y por mis deseos imposibles. Me miraba en el espejo y le recriminaba a mi reflejo el no atreverse a ser más femenina. No era conforme con nada, ahora sé que mi autodesprecio puso una venda en mis ojos durante muchos años.

      No podía verme, no podía verlo, no podía ver la realidad.

      No planeo contar cosas irrelevantes de mi existencia, iré directo a aquellos días en los que todo comenzó. Era noviembre, estaba acurrucada en mi habitación, giré mi cuerpo para acomodarme y encontrar una posición cómoda. Unas voces entraron en mi letargo, haciendo que el sopor del sueño se evaporara lentamente.

      Mis párpados se abrieron por inercia al escuchar una risita proveniente de la habitación contigua. Sentí cómo mi corazón se encogió un poco, pero decidí ignorarlo porque ya era costumbre.

      La noche anterior habíamos decidido celebrar mi cumpleaños en un bar; seguro había sacado a la chica de ahí.

      Di vueltas en la cama, una vez más, tratando de hundirme más en la almohada con la intención de amortiguar las voces que, a pesar de todos mis esfuerzos, parecían tener bocinas integradas. El dolor de cabeza retumbó y me hizo lanzar un gemido.

      ¡Eran las siete de la mañana! ¡Joder! ¿Por qué tenía que empezar mis mañanas de la peor manera posible? Era horrible.

      Después de graduarme de bachillerato y de matricularme en Letras en la Universidad Estatal de Nashville, había decidido mudarme a la casa de Dave —regalo de sus padres— porque no soportaba habitar en el mismo lugar que mi madre.

      Gruñendo y maldiciendo me levanté de la cama, bajé las escaleras de dos en dos dando brinquitos. Saqué una jarra con jugo de naranja del refrigerador y tarareando me preparé el desayuno.

      Mientras degustaba los huevos con tocino, una pelirroja de falda y top apretados se asomó al umbral de la cocina. El tenedor se atoró en la mitad del camino y mi entrecejo se frunció.

      —¿Eres la compañera de Dave? —preguntó con voz chillona, así que afirmé con un sonido nasal. No tenía ganas de hablar, mucho menos con alguien que había conocido a David de la forma que yo nunca conocería.

      En un descuido, mi pulgar se manchó de salsa, llevé el dedo hacia mi boca para quitar la mancha. La pelirroja arrugó la nariz con disgusto y asco. ¿Por qué no se iba?

      —¿Hay desayuno para mí? —cuestionó.

      No pude contener la gracia que me causó, la risa burbujeó desde el fondo de mi garganta.

      —Dile a David que lo prepare o prepáralo tú misma, princesa, las manos no solo sirven para la manicura.

      El cabello despeinado de Dave apareció en la cocina en aquel instante, interrumpiendo la riña. Apretaba sus labios intentando contener la risa, seguro había escuchado nuestra conversación. Vació su cereal favorito y leche en un tazón, después de darle un trago largo directo del cartón. Sin titubear se sentó a mi lado con despreocupación.

      —Ya te ibas, ¿no? Ya tienes los papeles. —Alzó una ceja a la pelirroja a modo de interrogación. Esta resopló, indignada, se dio la vuelta para dirigirse a la salida, no sin antes dar un ruidoso portazo.

      Divertida por aquella escena, mordí mi labio inferior.

      —La hiciste enojar —susurré entre risitas.

      Dave buscó mis ojos con los suyos y clavó, despistadamente, su mirada en mis labios. Odiaba sobremanera cuando hacía aquello, me daban ganas de obligarlo a besarme, por supuesto que nunca hice nada por cumplir mis deseos.

      —Yo no le pedí que viniera, Carly —dijo con la boca llena.

      —«¡Deberías sentar cabeza, David Arthur Stewart! ¡No quiero morir sabiendo que mi hijo sigue siendo un mujeriego salvaje!» —imité, nunca dejaba pasar la oportunidad de decirle las palabras que Rachel, su madre, solía repetir. Soltó una carcajada ahogada.

      —No estuve con ella, te cuidé toda la noche porque alguien disfrutó mucho de su cumpleaños abusando de los tragos. —Me lanzó una mirada penetrante que no supe entender, el agarre en mi corazón disminuyó un poco—. Es una compañera de Cloud y venía por unos documentos. Por cierto, los chicos vendrán, ¿tomarás unas cervezas con nosotros, cariño? —preguntó, haciendo que afirmara con la cabeza.

      No me agradaba la idea de que esa chica trabajara con él. Cloud era un grupo de abogados y Dave hacía sus prácticas profesionales ahí.

      —Sí, pero que se vayan temprano —respondí e hice un puchero. Dave golpeteó mi recta nariz con su índice.

      —«¡Diviértete un poco, Carlene! Necesito nietos algún día» —exclamó. Me moría de la vergüenza cada vez que mi madre repetía aquellas palabras, y él lo sabía. Su enunciado me provocó una mueca; la señora Sweet estaba obsesionada con presentarme buenos partidos, cosa que me molestaba hasta la médula—.

      ¿Sigue intentando emparejarte?

      —Sí, lo hace —susurré.

      Mis pantalones y blusas holgadas no ayudaban mucho a atraer al sexo opuesto, mucho menos mi actitud poco femenina.

      —Yo también quiero tener sobrinos algún día. —Sonrió, burlón, con un brillo pícaro en sus ojos—. Ayer te descontrolaste, te pusiste toda salvaje y sexy.

      —Cierra tu apestosa boca. Voy a dormir, las risitas coquetas de la chica me despertaron.

      —No tengo la culpa de ser una leyenda de pene grande

      —refutó, orgulloso. Giré los ojos y me levanté del taburete con la intención de llevar el plato al fregadero para lavarlo.

      —Dicen que los hombres que presumen de tenerlo grande, en realidad lo tienen chico —me burlé.

      Ahí, junto a la encimera, me derretí. No necesitaba nada para saber dónde se encontraba porque el calor que su cuerpo emanaba me lo indicaba. Dave rodeó mi pequeña cintura desde atrás y se acercó a mi cuerpo. Cerré los ojos, sintiéndolo. David me estrujó con cariño y depositó su mentón en la curvatura de mi hombro. Podía sentir su aliento en mi nuca, luchaba con la urgencia que tenía mi cuerpo de pegarse más a él.

      ¿Estaba mal disfrutar de su contacto? No lo sabía, pero hacía que mi piel ardiera. Siempre me había sentido segura en sus brazos, encajábamos cual rompecabezas.

      —Cuando quieras te hago una demostración y lo compruebas tú misma —ronroneó en la base de mi oreja, haciéndome temblar. Apreté los párpados y maldije para mis adentros. Él sonrió en mi piel, quizá dándose cuenta de mi debilidad ante su cercanía. Le di un codazo y solté risitas tratando de disimularlo. Depositó un beso en mi mejilla antes de irse y dejarme fría de nuevo.

      Un par de horas después, recargué mi peso en una de mis piernas y enrollé en el anular el cable del teléfono empotrado en una de las paredes amarillas pastel de la cocina. Intenté prepararme mentalmente para las críticas de mi madre, sin embargo, sonreí en cuanto escuché otra amorosa y conocida voz.

      —Hola, lucecita —murmuró.

      —Hola, papá.